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Antes de que las chicas se marcharan a Canadá, como cada verano

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Antes de que las chicas se marcharan a Canadá, como cada verano. Ruby decidió que invitaría a Lisa Blum a pasar un día en el internado, ya que ambas entrarían a estudiar por dos años una carrera artística, y como la chica Blum era lo más cercano que tenía a una amiga, aparte de las que ya hacían parte de su vida, decidió que lo mejor sería estar junto a ella la mayor parte del tiempo posible, para que cuando empezaran a asistir a la universidad tuviera un refugio en el que no se sentiría sola. Ruby seguiría viviendo en el internado, y Anne estaba completamente celosa por no haber empezado la carrera de Literatura y letras al mismo tiempo que su amiga, Jane, por su parte seguía tocando el piano, pero cada vez más triste que nunca.

–Señorita Marilla –empezó la chica Gillis aquella mañana– ¿Podemos preparar carnes, limonada y comprar chocolates, helados y tarta?

–Gastarás la mesada de tus padres en ello, niña –respondió la mujer sin mirarla.

–Señorita, estamos hablando de Lisa Blum, ella es una chica con mucha clase. Ya compré todo y no tardará en venir, pero ¿puedo preguntar a las chicas si me pueden ayudar?

La mayor asintió. Era sábado, lo que significaba que todas tenían el día libre. Jane aceptó aparentemente emocionada, pero con la tristeza inundando sus ojos, Anne negó con algo de lástima, debido a que ese día tenía una cita en el periódico, de la cual saldrían grandes cosas, y en cuanto a Diana... ¿Cómo explicarlo? Estaba teniendo un día un tanto atareado. Ser esposa de Jerry estaba siendo algo verdaderamente maravilloso, a pesar que tuviesen una casa un tanto pequeña y pocas cosas por el momento, la estaba pasando bien.

Pero aquel día no se estaba divirtiendo mucho que digamos.

Se había propuesto a preparar mermelada de moras, que tanto le encantaba a su esposo. Había visto a Marilla Cuthbert prepararla cientos de millones de veces ¿Qué podía salir mal?

Todo.

Repasó las instrucciones varias veces, hizo memoria para tratar de recordar, pero no pudo. Todo estaba siendo increíblemente difícil, le faltaba algún ingrediente, pues la mezcla todavía estaba muy líquida. Lo peor fue cuando llegó la hora del almuerzo, Jerry se presentó sin avisar en la casa con un amigo suyo del trabajo que recientemente lo habían contratado. Diana miró frustrada por la ventana y torció sus ojos, no había aseado la casa aquella mañana y el barro de las botas Jerry aún estaba en los escalones de la entrada, le dio tanta vergüenza que de una manera estúpida pensó en salir por la puerta trasera de la casa, ir corriendo al internado y aceptar la propuesta de Anne, la de marcharse a Europa para siempre.

Suspiró, puso las manos en su cabeza. Entonces, vio a Jerry entrar. El muchacho que estaba con él, Scott, se había quedado sentado en la sala.

–¿Que pasó, mi amor? –preguntó comprensivo.

Diana sollozó de una manera infantil y se sentó en el suelo de madera.

–¡No sé hacer la mermelada que tanto te gusta!

El muchacho no pudo evitar reírse.

–Oye, ven, todos pasamos por malos momentos... levántate, te ayudaré a preparar el almuerzo y no quedaremos mal ante nuestro invitado –ella lo miró con ojos de amor–. Tú y yo somos una familia ahora, y lo superaremos todo... juntos.

Mientras tanto, a la hora de la cena, Anne tenía increíbles noticias que contar a todos en casa. Le habían propuesto comprar la novela en la que tanto había trabajado y le pagarían trescientos dólares por ella, pero con una condición, le harían ciertos cambios significativos en algunas partes.

–No creo que debas hacerlo –dijo Matthew–. Yo no le cambiaría una palabra, es tu obra, tus pensamientos plasmados en esos papeles. No me parece.

–Servirá mucho, señor Cuthbert, así podré convencer a mis padres de que me dejen ir a la universidad. Es mi última oportunidad, a demás, el dinero servirá de mucho y cada dos semanas me pagarán algo extra por publicar algunos cuentos en el periódico... tengo muy pensado en que invertiré ese dinero... espero que valga la pena –dijo mirando a Jane, luego miró a Ruby y recordó lo que se había perdido por estar ausente todo el día–. ¿Cómo te fue con Lisa?

La expresión en el rostro de Marilla cambió, mostró una pequeña sonrisa burlesca que disimuló con meter un pedazo de pan en su boca.

La chica Gillis suspiró sonoramente.

–Preferiría que no me hablaran más de eso, por favor, mañana temprano te pido que me hagas el inmenso favor de acompañarme a casa de Diana a llevarle lo que sobró de la tarta, el pollo y el chocolate. Mi querida Anne, compré todo de más, sobró mucha comida y resulta que Lisa es alérgica al chocolate, tampoco tenía mucha ayuda, ojalá Gilbert estuviese aquí, en fin, no fue una tarde del todo buena –volvió a suspirar de la misma forma al levantarse de la mesa–. Con permiso, buenas noches.

Jane hizo lo mismo, luego Anne, quien subió a su cuarto con gran emoción porque tenía una carta larguísima que escribirle a su querido amigo Gilbert Blythe, futuro doctor que, para ese entonces debía estar en su habitación, a muchos kilómetros de distancia y con la vista fija en el cielo, buscando una estrella que le recordase a Anne.

「𝐖𝐨𝐦𝐞𝐧 ; 𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐚𝐧 𝐄」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora