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–¿Qué? –preguntó el chico nervioso

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–¿Qué? –preguntó el chico nervioso.

–Fuiste tú, ¿no es así? –cuestionó Anne, de brazos cruzados.

Él asintió con la cabeza gacha, Diana lo miró con furia, él empezó a hablar de una manera rápida.

–Pero te juro, Diana, que fue solo una broma –entonces notó que la chica de cabellos negros lloraba– ¿qué sucede?

–¡Sucede que lo amo, Gilbert! –él sonrió, feliz por su amigo, mientras que Anne poco a poco abría su boca con cara de repulsión– ¡Estoy enamorada de Jerry! Pero no me atrevo a confesarlo en persona, lo hice mediante estas estúpidas cartas porque pensé que él también podría sentir lo mismo que yo, y ahora, me llega esta tonta carta nueva en la que me dice que nunca escribió tales palabras y que los sentimientos escritos en esos antiguos papeles no significan absolutamente nada. Sin embargo, te disculpo, sé que no lo hiciste con intención de herirme, porque nos consideras tus hermanas, pero este terrible sentir no logra salir de mí.

–Quisiera pedirte que te vayas a casa –dijo Marilla al muchacho, luego señaló de manera disimulada a la señora Andrews–, solo hasta que las cosas se calmen.

Gilbert volvió a asentir y miró a Diana, se acercó a ella, tomó su mano y le dio un beso en esta con un dramatismo exagerado.

–Perdóname –ella dijo que sí entre lágrimas y se fue corriendo a su habitación.

Por la tarde, Marilla se acercó a Anne y le pidió ir a ver como se encontraba el chico Blythe después de todo lo ocurrido. La pelirroja seguía un poco enojada por aquella broma de mal gusto, sin embargo, entró a la mansión y vio a Ruby Gillis sentada en el salón, tomando té junto a un muchacho bien portado, ella se veía feliz, pero no dejaba de mirar hacia la ventana que daba vista a la habitación de Gilbert, finalmente, cuando Anne llegó al segundo piso y lo vio sentado en una esquina, probablemente llorando, supo que el arrepentimiento en él era más que suficiente.

–Anne –se sobresaltó al verla, y limpió sus lágrimas.

–¿Que ocurre, Gilb?

–El abuelo me regañó esta mañana por lo de la carta a Diana. Me tomó por el cuello y casi me ahorca, no te imaginas todo el miedo que tuve, de verdad, hicimos las paces y estamos bien ahora, pero lloro porque no he dejado de pensar en si de verdad quiero tener esta vida para siempre, estar en esta casona, completamente solo y haciendo aburridas cuentas para tener una gran fortuna. Me gusta tener dinero, pero ¿de qué sirve si no disfrutas? La idea de tomar un barco y huir muy lejos aún no se va de mi cabeza, viviría vendiendo cosas o lavando platos –su mirada se iluminó de pronto, se levantó y tomó a Anne de las manos–. Empaca tus cosas y un suéter, nos iremos a la India para siempre. Sí, vámonos en el primer barco que zarpe, tú y yo, entonces no sabríamos sobre los demás y viviríamos una vida plena.

–Aunque la idea suena tentadora, mi querido Gilbert, te recuerdo que ambos tenemos familiares que nos aman con toda su alma y no podemos ser malagradecidos con ellos, pero, si algún día, tal vez cuando seas mayor, a tu mente llega la idea de tener un acompañante de viajes, te pido que pienses en mí y con mucho gusto aceptaré.

Él sonrió.

–No pensaría en otra persona.

Durante la semana, todos pensaron que el asunto había acabado, menos Diana, quien siempre tuvo todo aquello en mente, incluso una vez que Anne buscaba algo entre los cajones de su amiga se encontró con un papel en el que se leía repetidas veces «Mrs. Baynard.» Anne con un gruñido lo tiró al fuego.

Ojalá fuera ella quien pudiese escapar a la India para siempre junto a su mejor amiga.

「𝐖𝐨𝐦𝐞𝐧 ; 𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐚𝐧 𝐄」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora