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Desde la noche de la fiesta, Anne había perdido toda comunicación con el joven Blythe

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Desde la noche de la fiesta, Anne había perdido toda comunicación con el joven Blythe. Le parecía alguien muy interesante, aventurero y con ganas de ser alguien en el mundo, a pesar de ser un poco holgazán en algunas ocasiones. Supuso que podrían llegar a ser grandes amigos si tan solo tuviesen un poco más de comunicación, por lo que una tarde de comienzos de octubre, cuando el frío en el pueblo estaba aumentando silenciosamente y ya había terminado sus lecciones de ese día, Anne decidió salir de la casa y caminar los pocos metros que la llevarían a la casa Blythe. Sabía cual era la habitación del muchacho porque había visto desde su ventana como se sentaba a leer en un escritorio por una o dos horas cada noche, al acercarse lanzó una pequeña roca, él se asomó de inmediato.

«Se ve terrible.» Pensó al ver su rostro más pálido que nunca. Gilbert se sorprendió al verla.

–¡Hola! –gritó ella– ¿Estás enfermo?

Gilbert abrió la ventana y con la voz más ronca del mundo dijo las primeras palabras.

–Estoy mejor, gracias, tuve un terrible resfriado y me encerraron por una semana.

–¿Cómo te entretienes? –él dijo que con nada– ¿No puedes leer? –respondió que no– ¿Y si alguien te lee?

–A veces el abuelo lo hace, pero sus libros no me gustan y no quiero molestar a Jerry diciéndome que lea para mí todo el tiempo.

–¿Quien es Jerry?

–Un chico que me ayuda con mis clases, es mi único amigo, el resto son muy escandalosos.

–¿No tienes amigas que te lean?

Él negó con la cabeza.

–No conozco a ninguna.

–Nos conoces a nosotras –dijo Anne poniendo una mano en su frente.

–¿Quisieras venir? Por favor.

Anne corrió a preguntar y Marilla aceptó de inmediato, debido a que estaba completamente empeñada en que sus muchachitas tuviesen buenas amistades.
Diana que casi toda esa semana había estado de mal humor insistió en que le llevase un poco de dulce de leche que recién había preparado, Ruby lo decoró con emoción, puesto que un muchacho tan triste y solitario como lo era Gilbert Blythe merecía un poco de felicidad así fuese en un sencillo postre, al final, Jane le dio un gatito blanco para que fuese compañero del chico durante su momento de enfermedad, cuando Anne le contó de aquella intención de su amiga, el chico rio y se olvidó por completo de su resfriado.

–¿Cual quieres que lea? –preguntó ella mostrando tres libros cortos.

–Preferiría conversar, si no te molesta –dijo algo emocionado.

–Claro que me gustaría, puedo hablar todo un día si me das cuerda. Jane dice que no sé parar.

–¿Jane es la chica de cabellos castaños que siempre está en casa y a veces sale al jardín a recoger frutas?

–Estás en todo lo correcto.

–Supongo, entonces que la bonita es Diana y la de bellos cabellos dorados es Ruby.

–¿Cómo lo supiste?

Gilbert se sonrojó, pero contestó con la verdad.

–Verás, a veces escucho a la señorita Cuthbert llamarlas por sus nombres y mi mirada baja a su casa, de vez en cuando las veo en la mesa o alrededor del fuego por las noches y pienso lo bueno que sería estar así por un día, me refiero a que, ante mis ojos parecen un cuadro, esos en los que la escena da placer visual tan solo con verla. Tú disculpa mi mala educación, prometo bajar las cortinas y no ser un mirón.

A Anne le partió el corazón escuchar esas palabras, se dio cuenta, entonces que Gilbert estaba solo y enfermo junto a su abuelo que muy pocas veces sonreía. Ella tomó una escoba cercana y se acercó a él con el fin de animarlo.

–Os reto a un duelo –no pudo evitar reír, él abrió sus ojos sorprendido, luego sonrió.

–Acepto con toda honra –respondió tomando otra escoba.

Ambos jugaron a ser caballeros que luchaban con el fin de proteger el honor de la reina, cuando se hizo de noche, Anne bajó a la primera planta con la intención de salir de la casa cuando su vista se centró en un gigantesco y viejo piano.

–¿No tocas? –preguntó ella a Gilbert.

–El abuelo no me permite hacerlo –respondió, Anne preguntó por qué–. ¿Quieres que le diga a Jerry que te acompañe? Yo no puedo hacerlo.

–¿Qué? ¡No te preocupes por eso! Ya no soy una niña y vivimos muy cerca, iré caminando. Cuídate ¿sí?

–Sí, ¿pero puedo contar con que vuelvas?

–Solo si nos vas a visitar cuando mejores.

Él asintió, ambos se dieron las buenas noches y Anne caminó al internado. Todos estaban completamente asombrados cuando ella contó lo maravillosa que había sido su tarde en la casa de los Blythe. Matthew tuvo ganas de conversar con el señor Blythe, Diana se imaginó lo hermoso que tenía que ser el invernadero, Ruby deseó ir a ver todos los cuadros y estatuas que habían en la mansión, mientras que Jane solo anhelaba con tocar una suave melodía en el piano de cola que estaba en un solitario salón. Esperaban con ansias que el muchacho mejorase, no habían tenido un amigo varón jamás y les emocionaba la idea de descubrir cómo sería.

「𝐖𝐨𝐦𝐞𝐧 ; 𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐚𝐧 𝐄」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora