Había pasado ya una semana desde que Marilla Cuthbert había partido a Nueva York con el fin de ver a su hermano, quien estaba pasando por un grave cuadro de neumonía. Todos los días escribía a casa preguntando por las chicas y su comportamiento, por el momento no había pasado ningún desastre, sin embargo, cada una se entretenía como podía. Gilbert, con una lámpara de aceite pasaba cada noche, cuarto por cuarto para asegurarse de que las muchachas estuviesen bien, uno de tantos crepúsculos se encontró con la mirada perdida de Diana en el comedor.
–¿En que piensas? –preguntó él.
Ella se sobresaltó, luego sonrió tímidamente.
–En ojos.
–¿Ojos? –preguntó el joven sin captar el secreto que le había contado con esas dos simples palabras. Ella asintió– ¿De qué color?
–Cafés –respondió y subió corriendo a su habitación.
El muchacho fue a dar las buenas noches a Ruby, quien se encontraba acostada leyendo, mientras que Jane no había llegado todavía, pasaba mucho tiempo en casa de los Blanchett, unos niños pobres que no tenían quien cuidase de ellos, puesto que su madre siempre estaba trabajando para mantenerlos. Esa misma tarde, la chica Andrews preguntó a Anne si quería acompañarla, pero se negó. Cuando Gilbert pasó por el cuarto de la pelirroja, como todas las noches, la encontró sollozando bajo las blancas sábanas de su cama. ¿Que ocurría? ¿Estaría muy mal? Entonces pensó en lo mucho que todas las muchachas extrañaban al antiguo internado. Aunque el señor Blythe dictara todo tipo de clases a diario, ellas solo podían pensar en si Matthew de verdad estaba mejorando para bien o acercándose poco a poco a los brazos del Ángel de la muerte.
–Anne... –preguntó, ella pareció no escuchar, entonces miró por el pasillo esperando a que ningún rostro familiar lo viese entrando en puntillas a la habitación de la pelirroja, se sentó a su lado– Anne.
Ella se detuvo.
–¿Que haces? –susurró sentándose– ¿Te vio alguien entrar?
Él negó entre la tenue luz que los separaba.
–¿Que te sucede?
–¡Mi cabello! –sollozó con las lágrimas cayendo nuevamente y se acostó de golpe, Gilbert tomó un lugar a su lado, ambos se miraron frente a frente– ¿Crees que crezca de un bonito color castaño o siga siendo pelirrojo?
–Te verás hermosa de cualquier forma –sonrió el muchacho, ella trató de cubrirse el rostro con la sábana, pero era demasiado tarde cuando él posó una mano en su mejilla húmeda por las lágrimas y se lamió los labios. Anne se acercó un poco a él olvidando la promesa de su madre...
Una Diana agitada abrió la puerta. No le sorprendió el hecho de que el chico estuviese a solas con su mejor amiga en una habitación completamente oscura, puesto que su mente ya estaba lo suficientemente ocupada con la desgracia próxima a suceder: Jane estaba ardiendo en fiebre.
Anne se levantó de inmediato, Gilbert salió corriendo a buscar a su abuelo, para que este llamase al doctor y lo hizo. El diagnóstico fue «Fiebre escarlatina.» Se había contagiado luego de haber cargado a uno de los niños Blanchett, que ya estaba muerto por lo mismo. Todos en el internado la habían padecido cuando niños, menos a Ruby, por lo que no se le permitió acercarse a su amiga y el señor Blythe la trasladó a su casa.
–Mis sobrinos vinieron de vacaciones, te llevarás muy bien con ellos –dijo dando palmaditas en su hombro, ella sonreía incómoda–. También son de Canadá.
Y a paso lento susurró un «adiós» por la ventana.
–Es mi culpa –se dijo Anne mientras daba vueltas al rededor de su habitación, luego tomó la mano de Jane, esta, delirando a causa de la fiebre, la apretó–. Tuve que haber ido contigo a ver a los niños, no tuve que haberte dejado tocarlos, perdóname, perdóname.
Anne pasó tres días enteros tratando de bajarle la fiebre a Jane, a veces Gilbert la acompañaba cuando la veía muy cansada, la chica se imaginaba en un campo de flores jugando con gatitos y leyendo partituras. Ruby no había visto el rostro de los primos de Gilbert, se la había pasado encerrada en la habitación que se le había asignado, Diana se sentía muy culpable porque al escribir cartas a Marilla o a Jerry nunca mencionó la enfermedad de Jane. Fue hasta la noche del cuarto día en que la chica Andrews abrió su boca con el esfuerzo más grande del mundo por decir palabras coherentes.
–No quiero morir, Anne –dijo en voz baja, la pelirroja, que se encontraba con el sentimiento de tristeza más grande que la había abordado jamás, puso una mano en su frente ardiente aun–. Si no tuviese un propósito en la vida, probablemente todo me diera igual, pero quiero ser una pianista famosa, recorrer Europa y vivir una vida plena como la de cualquier persona. Que sea «buena», como ustedes dicen, no significa que tenga que ser la primera en morir de mi generación, pero en caso tal de que así sea, quisiera decirte lo mucho que he apreciado todos estos años junto a ustedes, y Gilbert... él ha sido tan bueno con todas, espero sepas apreciarlo de la misma forma que él lo hace hacia ti.
El doctor, como cada noche, fue a ver a la chica. Se acercó al señor Blythe y le dijo que si podía enviarle un telegrama a los Andrews en Canadá o a la señorita Cuthbert en Nueva York, que lo hiciera lo más pronto posible porque no sabía si Jane llegaría viva al final de la semana.
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「𝐖𝐨𝐦𝐞𝐧 ; 𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐚𝐧 𝐄」
FanfictionEl internado Cuthbert recibe cada año a las mismas cuatro chicas, las cuales, se conocen de toda la vida, pero tras un largo verano fuera y con la aparición de la adolescencia y nuevos personajes en sus vidas las cosas pueden cambiar. Fecha de inici...