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Luego de que Cole prefiriera quedarse en el hotel aquella tarde nubosa, Anne supuso que lo mejor que podía hacer era conocer la ciudad

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Luego de que Cole prefiriera quedarse en el hotel aquella tarde nubosa, Anne supuso que lo mejor que podía hacer era conocer la ciudad. Le gustaba su arquitectura, su historia, su arte. Eso le hizo recordar a su querida Ruby Gillis, que a la edad de quince años no hablaba de otra cosa, al pasar por una esquina y escuchar a un pianista callejero tocar notas melancólicas en un ambiente aparentemente feliz, no pudo evitar pensar en Jane Andrews, en que podía estar haciendo en ese momento, la imaginó tomando cerveza o comiendo un popular perro caliente con salchicha alemana, fue una imagen muy graciosa. Luego, pasó por una tienda de telas de alta costura, había una mujer de hombros elegantes y abundante cabello negro midiendo cintas y otras cosas. Diana llegó a su mente como un recuerdo presente de lo que había sido un espíritu vanidoso en sus años de niñez, Anne quiso llorar.

Podía irse de la casa de los Cuthbert, de la villa, incluso del país, pero el internado en el que había pasado los mejores años de su vida nunca saldría de ella.

Cerca del río Sena, vio pasar a dos adultos mayores con un grupo de niñas uniformadas que los seguían. Sus rítmicos y sonoros la hicieron abrir los ojos, darse cuenta que era hora de crecer. Tenía veintisiete años, había publicado más de diez libros y vendido miles de los mismos al rededor del mundo. Cole, a parte de ser su amigo, se había convertido en su representante. Los recuerdos felices y amargos se apoderaron poco a poco de su ser hasta que decidió que no era hora de llorar. ¡Al demonio! Sí, lo era. Extrañaba mucho a Marilla, a Matthew, a sus padres y a quienes la habían apoyado. Había dedicado toda su vida a complacer a los demás, no había tenido tiempo para ella, ni para lo que en verdad quería hacer. Trató de distraerse, de mirar a otro lado.

Vio a una pareja besándose cerca de una iglesia.

Entonces pensó en lo sola que había estado durante un buen tiempo y la tristeza comenzó a invadirla más fuerte que hacía unos segundos, pero solo fue un momento porque al pasar frente a un café pudo distinguir el rostro solitario de un ser que no había visto en años.

–¿Gilbert?

–¿Anne?

Se acercó con un rayo de esperanza iluminando sus ojos.

–¿Cómo has estado? Dios... tanto tiempo.

El muchacho sonrió, su rostro se iluminó por primera vez en meses.

–Bien, ¿tú qué tal? He leído todos tus libros, quería escribirte, solo que no sabía a dónde, me han dicho que viajas demasiado... verás, he sido solo yo por una buena temporada, quien diría que te encontraría en París, vi a Ruby hace poco, está casada con mi primo y tiene una hermosa niña, Jane se encuentra en Alemania disfrutando su música como nadie, ¿quién diría que algún día superaría la timidez que por tantos años la invadió y triunfaría en la vida? Mientras que Diana lleva una vida tranquila en Canadá con Jerry y los pequeños, que ya no son tan pequeños, por cierto, hace mucho que no los veo... –suspiró, ambos bajaron la mirada– pero, ¿y tú?

–Yo nunca me disculpé por aquello –fue su respuesta.

–Eramos prácticamente adolescentes, Anne, probablemente si me hubiese metido en ello, ya sabes, en la confusión que tenías para ese entonces, en todos tus planes, no serías quien eres ahora.

Anne levantó la mirada llorosa, Gilbert Blythe observó fijamente sus ojos azules y ninguno de los dos dijo nada porque sabían lo que estaba pasando por sus mentes durante aquel momento.

–¿Quieres sentarte? –preguntó él.

–Me encantaría –respondió soltando al fin el peso que llevaba en su corazón.

Sonrió, tomó asiento junto a él y entonces, Gilbert tomó su mano.

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Amé con todas mis fuerzas escribir esta historia, se los juro. Gracias a quienes se quedaron.
Ahora, en media hora la tan esperada «L O V E» saldrá a la luz, ya quiero que la lean.
Amor y luz;
~Cass.
🧡🧚🏻‍♀️

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