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Un frío sábado de finales de octubre, Anne salió apresurada de casa en el carruaje, llevaría a Matthew a la estación del tren, puesto que el hombre emprendería un viaje a Nueva York para comprar material de construcción que necesitaban para hacer ...

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Un frío sábado de finales de octubre, Anne salió apresurada de casa en el carruaje, llevaría a Matthew a la estación del tren, puesto que el hombre emprendería un viaje a Nueva York para comprar material de construcción que necesitaban para hacer una ampliación al cobertizo y arreglar otras cosas en la casa. Cuando el reloj estaba por dar medio día, Anne se encontró con Gilbert en la calle principal del pueblo, trató de perderse entre la multitud, pero fue en vano, Gilbert podía reconocerla así estuviese a mil kilómetros de distancia.

–¡Anne!

Ay señor.

–Hola –dijo acomodando sus guantes– ¿qué haces por aquí?

–Lo mismo te quiero preguntar, ¿estabas en el dentista? ¿Te pasó algo malo?

–Claro que no, estaba ocupada llevando a Matthew a la estación y haciendo otra cosa –subió al carruaje– ¿no vienes? –el muchacho subió– ¿estabas en el billar?

Él asintió.

–Con los chicos Blum.

–¡¿Los Blum?!

Volvió a asentir.

–No me agradan esos muchachos, ni a la señorita Marilla, no nos permite invitarlos a casa ni tener lazos amistosos con ellos. ¿Por qué te agradan? ¿No te es suficiente tener una mesa de billar para ti solo en casa?

Él suspiró.

–Anne, a veces me siento muy solo, no es agradable, no es lo mismo jugar en esa casona. Ellos no me caen del todo bien, pero son una compañía que a veces necesito... nos estamos desviando de lo que de verdad importa, ¿qué es la otra cosa que estabas haciendo?

La pelirroja volcó sus ojos.

–Espero que no te vuelvas adicto al billar, es un vicio muy feo, gastarás mucho dinero en eso.

–Te prometo que no.

Ella se preparó para hablar.

–Es un secreto que a nadie le puedes contar por ahora, llegará el momento en que yo misma lo haga –él asintió–. Dejé dos cuentos en el periódico, me dirán en estos días si los publicarán o no.

–¡Pero si tenemos ante nosotros a una escritora norteamericana! Señoras y señores, la única, la inigualable Anne Shirley.

–Por favor, silencio –dijo sonrojada–. No le digas a nadie.

–¿Como decirlo si yo también tengo un secreto por confesarte?

Anne abrió sus ojos intrigada.

–Sé quien tiene los guantes de Diana.

–Eso no es un secreto, solo dime, los lleva buscando desde el verano.

–Pues te vas a ir de espaldas cuando te diga el nombre de quien los tiene –la chica hizo como si no le importara, pero en su interior el miedo se estaba apoderando de su ser–. Jerry.

–No.

–Sí.

–No.

–Que sí.

–¿Jerry tiene los guantes de Diana?

–Bueno, hace días puso uno en el buzón, pero el otro lo lleva en su bolsillo, ¿no es romántico?

Anne hizo un gesto de repulsión.

–¡Es horrible! ¿Que clase de persona hace eso?

–Alguien que está enamorado, ¿no crees?

Durante el camino a casa se detuvieron una vez en una colina, Gilbert la retó a una carrera cuesta abajo, ella aceptó, dejó caer lo ganchos de su cabello durante el camino y cuando llegaron al final se sentaron bajo un árbol mientras Anne pensaba en su mejor amiga.

–No puedo imaginarme a Diana casada, no puedo. Ella tiene expectativas muy altas y que Jerry, siendo, ya sabes... pobre se fije en ella no es del todo conveniente –puso las manos en su rostro con arrepentimiento–. No tengo absolutamente nada en contra de las personas pobres, Gilb, no vayas a malinterpretar mis palabras pero, no quiero que ella se vaya de mi lado, prometimos siempre estar ahí la una para la otra.

Gilbert suspiró.

–Te estás apresurando, aún no sabemos si a ella le gusta él.

Diana bajaba la colina con su caminado aristocrático, se sorprendió al ver la cantidad de ganchos en el suelo y regañó a su amiga por no saber comportarse como una señorita, a pesar de tener la misma edad que ellos, Diana parecía mucho mayor. Anne quiso llorar ante la idea de perderla para siempre.

–Sí, tienes razón –susurró a Gilbert cuando estuvieron camino a casa–, de todas formas aún tenemos dieciséis años, pero si Diana llegase a la decisión de casarse cuando cumpla dieciocho no sé que podrá ser de mí.

「𝐖𝐨𝐦𝐞𝐧 ; 𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐚𝐧 𝐄」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora