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Una semana después, Anne se sentó en la sala antes que empezaran las clases y se dispuso a leer el periódico

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Una semana después, Anne se sentó en la sala antes que empezaran las clases y se dispuso a leer el periódico. Al resto de las chicas le gustaba escucharla leer, por lo que aquella mañana le pidieron que leyera el cuento del día, el cual se titulaba «El valle de las hadas.» El cuento era bueno, aunque tenía un final algo patético donde todos los personajes terminaban muertos, en general, a las muchachas le gustó mucho, incluso Marilla dijo que tenía algo peculiar que lo hacía muy interesante, pero cuando preguntaron quién lo había escrito la chica no pudo evitar la emoción y alzó la página en la que tenía escrito «Por Miss Anne Shirley.»

–¡Lo sabía, lo sabía! –saltó Diana con emoción– Desde que el personaje favorito de todos se llamó «Philbert.»

–Es el nombre favorito de Ruby, no lo pude evitar –dijo riendo, la chica de cabellos dorados soltó una carcajada y le lanzó una almohada.

Un segundo después, Gilbert Blythe se apareció por la puerta agitado, con el periódico abierto en la página del cuento de Anne en una mano y un telegrama en la otra. A las chicas se les cortó la respiración y lo primero que pensaron fue que alguien había muerto. Gilbert trató de parecer fuerte a pesar de las constantes preguntas, pero solo supo musitar el nombre con la voz entrecortada.

–Matthew.

Marilla corrió hacia el muchacho y con las manos temblorosas leyó las palabras de aquel horroroso papel.

«Señorita Cuthbert, su hermano está grave en Nueva York. Venga de inmediato.
Doctor Spencer.»

Las chicas no tenían mente para nada. El señor Blythe prestó su carruaje para que la mujer fuese llevada a la estación de tren, Jerry se ofreció como voluntario para acompañarla, aunque había algo que trastornaba su mente: No tenía dinero.
La paga mensual de los padres de las chicas no llegaba sino hasta quince días más tarde, Matthew se había llevado casi todo para comprar los materiales de construcción y los pocos ahorros que tenían guardados bajo una tabla del piso de su habitación servirían únicamente para mantenerse un par de días en aquella ciudad.

–Le brindaremos todo lo que necesite –dijo Gilbert rápidamente, pensando en que si tardaba un poco más tal vez sería demasiado tarde como para lograr ver a su hermano con vida.

Marilla negó rotundamente.

–No aceptaré caridad de nadie, yo misma me las arreglaré –y se fue a la cocina para que nadie la viese llorar.

Con una mirada cómplice, las chicas subieron a sus habitaciones, menos Anne, quien había desaparecido sin que lo notasen. Poco a poco, todas salieron de casa: Diana empeñó su preciada cadenita de oro, Jane un reloj de bolsillo que le recordaba a su padre y Ruby los pendientes favoritos que recientemente su madre le había heredado. Caminaron las frías calles hasta que se hizo de noche y todas dieron su aportación a la mujer, la cual trató de hacerse la fuerte frente a actos tan solidario. Anne llegó a eso de las siete, le entregó a Marilla un fajo de billetes en el que se contaban veinticinco dólares. Sus amigas la miraron con sorpresa.

–Pero... –preguntó Jane en un tono bajo.

Anne quitó su gorro de su cabeza mostrando el poco cabello que le quedaba luego de haberlo vendido.

–¡Santo Dios, niña! –exclamó la mujer– ¿Te volviste loca a caso?

–Matthew vale esto y mucho más, lo haría si cualquiera de ustedes estuviera en la misma situación.

–Tú única belleza –balbuceó Ruby boquiabierta, pero a la vez feliz por la valentía de su amiga.

–Es cabello –respondió la pelirroja con una sonrisa comprensiva–, volverá a crecer.

Marilla le dio un abrazo.

–Dios te bendiga, niña –depronto a su mente llegó lo que nunca había pensado–. ¿Cómo volverán a casa? No hay dinero para el pasaje de vuelta, tampoco hay tiempo de que una carta llegue a sus padres con tan repentina desgracia, ni quien las cuide.

–Yo las cuidaré –dijo el señor Blythe apoyando su espalda en la puerta principal–. Estarán bajo mi protección, si usted permite que Gilbert se quede aquí durante los días de su ausencia.

La mujer asintió con la cabeza gacha.

–Por supuesto, señor Blythe, ha de ser terrible que se tenga que ocupar de nuestros gastos. Cuando llegue el dinero de Canadá, prometo devolverlo –él negó con la cabeza y dio dos palmadas en su mano derecha, entonces Marilla Cuthbert supo que no tenía de que preocuparse del cuidado de sus niñas, pero de inmediato, el sonido de los caballos la hizo despertar recordando con viveza el peligro de muerte por el que su hermano pasaba.

「𝐖𝐨𝐦𝐞𝐧 ; 𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐚𝐧 𝐄」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora