16- En el medio

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El aposento se encontraba embalsamado por un delicioso aroma. Incentivando a que Jean Pierre abriera su ojo izquierdo tras inhalar la emanación proveniente del caldo de pollo traído por Adeline.

_ Te hice sopa. _ Anunció sonriente, llevando con cautela el plato hacia él.

_ Las personas no acostumbran a hacerme sopa cuando enfermo. ¿Por qué tú si?. _ El tono en su voz lo delataba, la vulnerabilidad se había hospedado al manifestar su incógnita llena de intriga.

_ Alguien una vez me dijo que las sorpresas siempre llegan. Puede que yo sea tu sorpresa. _ Replicó, encogiéndose de hombros, acercando una cucharada de la sustancia.

La estupefacción de Jean Pierre era ostensible, en consecuencia optó por permanecer en silencio mientras abría la boca esperando ansioso a que ella lo alimentara.

Adeline sonrió satisfactoriamente al contemplar como él saboreaba los trozos de verdura y pollo remojados en el caldo. Hasta que el plato quedó sin vestigios de lo que alguna vez fue una sopa de pollo.

Sitúo el plato sobre la mesa revestida de un tono marrón en donde reposaba un recuadro con fieltro gris que cayó estrepitosamente en la alfombra persa al ser empujado por el utensilio.

_ Veo que te gusta destruir cosas ajenas. _ Formuló con entonación sarcástica.

_ Como lo siento, iré a arreglarla enseguida. _ Agachándose recogió el cuadro, del cual sacudió los restos de cristal que aún permanecían alojados en la foto familiar de los Sonobe.

_ Da igual, tu torpeza accidental me facilitó las cosas. _ Comentó con desgana desviando su mirada. _ Yo no lo hubiera hecho por casualidad. _ Dijo con sus ojos dorados enfocados en una pintura de esencia amorfa adherida a la pared.

Desconcertada, Adeline dirigió nuevamente su atención al recuadro observando con minuciosidad a cada miembro de la familia.

Jean Pierre era la encarnación masculina de su madre. Sus insondables ojos miel y su cabellera azabache habían sido heredados por la elegante mujer que sostenía el antebrazo de su padre, Kalem Sonobe. Quien poseía los mismos ojos esmeraldas y el cabello castaño de Gianluca mientras que Jean Paul se definía como la combinación de ambos, ojos avellana y melena oscura.

_ Erin Stronghold, era mi madre... _ Nombró con amargura a la mujer que Adeline contemplaba a través de la fotografía. _ Tenía apenas quince años cuando ella falleció junto a mi padre en un accidente automovilístico. _ Relató en voz baja, abstraído en el recuerdo.

_ Yo... No lo sabía... Lamento mucho tu perdida. _ Su disculpa intermitente produjo que Jean Pierre despertara del trance en el que estaba inmerso.

_ No tienes porqué, no perdí nada ese día. _ El candor que desprendía al hablar la asombraba, no obstante sus palabras podían ser como alfileres para aquellos que la verdad es injuriosa. _ Lo único que no se desvaneció con ellos fueron los miedos que me dejaron al marcharse... Le temo al amor Adeline. ¿Crees eso posible?. _ Sucumbió a ella, revelando la consternación que había disfrazado tras ese antifaz de gelidez.

El silencio reinó en el aposento durante unos minutos, dado a qué, Adeline cavilaba en cómo responder ante la incógnita de Jean Pierre.

_ Los miedos te moldean como si fuéramos trozos de arcilla, a veces los vences y te convierten en una espléndida figura tallada y otras veces somos la versión más oscura de nosotros mismos personificada en esfinges con forma amorfa, labradas por nuestros demonios del pasado. ¿Qué demonio te moldeó?. _ Sus ojos de tormenta se posicionaron en él, buscando respuestas en aquellos abstrusos ojos miel.

_ Es sencillo moldear a un niño de diez años, cuyo padre le es infiel a su madre. Yo los atrapé en el acto y debido a eso fui condenado a pasar la gran parte de mi niñez en una biblioteca, desarrollé un trastorno compulsivo con el orden. Él me hacía limpiar hasta el mínimo resto de polvo que hubiera presente en las repisas e incluso consignaba a las criadas para que desordenaran cada estante de la estancia y por la más insignificante imperfección, ensuciaba y desordenada nuevamente toda la biblioteca. _ Bajó la cabeza hacia la moneda de plata que giraba entre sus pálidos dedos. _ Llegas a estar tan sumido en la oscuridad que te atemoriza presenciar la luz. _ Murmuró con entonación misteriosa, ocultando la antigua moneda de su padre.

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