33- Entre máscaras (Parte 1)

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Los rayos de luz atravesaban con osadía los doseles contiguos a la cama en la que Adeline dormía plácidamente. La joven, no había podido conciliar el sueño durante toda la noche y para poder dormir, requería del habitual brillo matutino que la tranquilizaba cuando se colaba desde temprano a su aposento. Aquello era la promesa de que aunque ella sellara sus ojos y se viera sumergida en una profunda oscuridad, no importaría, porque sabía que la iba a estar acogiendo la luz solar, la misma con la que se durmió solo por unos instantes.

Su miedo a la oscuridad, al terror de aquellos monstruos figurados en pesadillas, se veían ínfimos cuando ponía un par de ansiolíticos en su boca y ahora con la inusual práctica de dormir únicamente por la mañana, aminoraba sus ataques de ansiedad.

Adeline sabía que se estaba enfermando.  No podía seguir basando su salud mental solamente con pastillas y con el no dormir por las noches. Incluso en ese estado se negaba a pedir ayuda, aun cuando apenas sobrevivía día tras día en completa soledad.

Al sentir la calidez del sol en su rostro se removió sobre el colchón, hasta finalmente abrir despacio sus ojos.

No se encontraba en su habitación, sino, en la misma recámara que habían preparado exclusivamente para ella desde los primeros días que se hospedó en la mansión Sonobe, a causa de la explosión en el penthouse Moriarty.

Se sentía vacía, era como si ella misma fuera un aparato en proceso de construcción y que aún no se había podido armar por la ausencia de una pieza primordial para su adecuado funcionamiento. Pero ¿Cuál era la pieza faltante? ¿Quizás el amor?.

Levantándose, Adeline se dirigió hacia el librero, en donde se encontraban varios escritos que Jean Pierre había recopilado para ella. La mayoría reposaban en la biblioteca que el hermano del medio exhortó construir para ella. Siendo Damien, el que custodió toda la construcción de esta misma, en tanto los obreros de Jean Pierre trabajaban.

Sonriendo, recordó cuando él le había dicho que le haría una estantería más grande para todos sus libros y los escritos obsequiados exclusivamente para ella, pero le terminó por hacer toda una biblioteca.

Con nostalgia, extrajo de la estantería el libro de Julio Verne que Jean Pierre le había arrebatado aquel día en la librería, solo para fastidiarla por su altura. Aunque Adeline, se encontraba en el promedio, el hermano del medio, al igual que el otro par Sonobe, heredaron una gran estatura, por lo que para ellos no significaba ningún problema extraer libros de la biblioteca por más arriba que estos estuvieran, algo que Adeline definió como "Los libros inaccesibles".

Un par de lágrimas se escaparon de sus ojos, no comprendía el porqué le resultaba tan difícil expresarse y es que cada vez que abría la boca, era como si alguien le hubiera robado la voz.

Desde muy pequeña, guardó silencio, nunca juzgó a su madre por lo que hizo. Si bien, la abandonó, pero ¿Cómo juzgar a alguien que se ahogó en su propia miseria? Siempre Adeline, anteponía a sus seres amados que a ella misma, hasta que empezó a dolerle y a pensar que su madre no luchó como ella lo hacía por esta, solo porque Adeline, no era un motivo suficiente para mantenerse aún con vida.

Bajando la cabeza, colocó el libro en su respectivo lugar, para seguidamente secarse las lágrimas, como si nada hubiera pasado, y salir de su aposento.

Había salido con un vestido corto de seda negro que poseía detalles plateados y con unas pantuflas negras. De este modo entró a la terraza en donde la familia Sonobe, a excepción de Jean Pierre, se encontraban desayunando.

Cuando Adeline entró, todos dejaron de comer con el único propósito de contemplarla, sobre todo los dos hermanos Sonobe, Jean Paul y Gianluca, quiénes habían quedado embelesados al admirarla con ese conjunto tan íntimo que traía.

Los SonobeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora