Capítulo seis: Todo de ti.

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Advertían sus presencias a la lejanía. Paso a paso, kilómetro a kilómetro. Sentían la proximidad del otro como si esperasen por ella, como si hubiesen aguardado una eternidad bajo las ventiscas de una tarde despejada por la llegada de su príncipe azul en lugar de usar el tiempo que se les fue destinado en trabajar. El espacio que los separaba comenzaba a ser suprimido a una velocidad abrumadora por unas piernas que temblaban con cada pisada, porque, desde dentro, los nervios le vibraban. Sentía las contracciones de sus músculos gritar para que se detuviera, que pensara, que notara que algo iba irreversiblemente mal con consigo mismo. Él continuó corriendo sin pensar en los cosquilleos de sus pantorrillas y la cantidad de emociones desconocidas retorciéndose en la profundidad de sus entrañas. ¿Por qué correr de una forma tan desesperada?, podría preguntarse. ¿Por qué tanto apuro en ir? Era libre de exponer sus dudas aún si hasta un niño sin graduar de la academia pudiese respondérselas, pero se las ahorró. Pasó saliva mientras saltaba sobre la rama de un árbol y con ella se tragó las preguntas que un subconsciente brillante le ofrecía. Mentira, no era exactamente un subconsciente; más bien, se trataba de la voz de Kurama. Harto, cabía decir, porque él había logrado armar el exorbitante rompecabezas de cien mil trillones de piezas que Naruto ni siquiera había encontrado debajo de la cama. Como fuese, no se detuvo. Corrió como si alguien estuviese en problemas y el viento le golpeaba la cara con violencia, pero ni eso era capaz de borrarle la sonrisa traviesa del rostro. Para él, sus actos no eran más que una travesura de mal gusto. Solo iría a molestarlo, y eso le emocionaba por sobremanera. Porque sumirse en inocencia y no saber nada en lo absoluto le hacía feliz. ¿Quién tiene el derecho de cambiarlo?

Kurama decidió no hablar más. Perdía el tiempo peleando con alguien que no le prestaba atención y comprendió que las cosas estarían mejor así, con él creyendo que es un matón con diablura sana entre manos en lugar de un manojo de sentimientos todavía enterrados. Alguna vez se lo diría. Estaba cansado de ser él quien cargara con eso; detesta las novelas románticas. Prefirió dormir.

En sus hombros cargaban la poderosa ley de causa y efecto, en donde se afirma que toda acción provoca una reacción. Sasuke percibió el inigualable chakra aproximándose con altibajos imposibles de describir y, por más que sus facciones se mantenían apacibles y sus manos ocupadas, fue víctima de un chispazo en el pecho. La causa se acercaba a él y la consecuencia parecía más una arritmia cardíaca en proceso. Tuvo un impulso breve, tal vez el mismo al que Naruto no pudo resistirse, pero pegó los pies descalzos a la arena mojada y clavó en la base de la enorme vara cerca de unos cuatro peces con un solo golpe.

Los colores del Sharingan y Rinnegan se mezclaban a la perfección con lo pálida de su tez, siendo además finamente resaltados por el enrojecimiento de su nariz a causa de los rayos tenues de sol. Nadie creería que, a pesar de aquel hermoso rostro sin expresión que lo delatase, su cerebro fuese sobrecalentado por pensamientos que prefería espantar de un soplido. Levantó la mirada.

Y allí estaban ellos.

Se sintieron, se vieron y, por un instante, compartieron la necesidad de respirar un mismo aire. De palpar las ganas que el otro tenía para ver si eran las mismas que las suyas o si discrepaban en algo nuevo, otra vez. Querían burlarse y jugar sucio porque la sed maldita de venganza les arrebató una infancia juntos donde podrían hacer de todo sin que uno sintiese escalofríos y sin que otro sintiese que se le escapa el corazón por la boca. Querían saltar sobre la espalda adversa y cubrirle los ojos para que adivinase de quién se trataba porque les quitaron años de juventud en guerras y llantos. Se esperaron, se hallaron. Y ahora quieren reclamar su tiempo de vuelta.

Naruto saltó justo cuando sus pies descalzos tocaron la orilla del río.

—¡SASUKE!

Sasuke dejó caer la vara y se aseguró de que las cestas repletas de peces estremeciéndose ante una muerte segura estuvieran lejos de allí. Se colocó en posición defensiva, con el puño en alto, dispuesto a hundírselo en el estómago nada más descendiese.

Serendipia [NaruSasu/SasuNaru]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora