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Te Amo

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Te Amo.

Me quedé recostada en su pecho, a penas él colocó el condón encima de la mesita de noche para, supongo, tirarlo luego. Eduard mira al techo a la misma vez que su pecho sube y baja agitado, y yo simplemente estoy en la nada. Sin saber si levantarme y huir, o quedarme  así por más rato. Una parte de mí quiere largarse de aquí y se arrepiente completamente de lo que ocurrió, y la otra no quiere abandonar porque quizás éste puede ser el comienzo de algo y el fin de aquello.

No procesé mucho lo que haré, sólo me senté en la cama y cubriéndome con las sábanas cogí mir ropa, Eduard se sentó y sentí su mirada sobre mí fijamente.

—¿Qué ocurre? —me pregunta, yo solté un amplio suspiro a la vez que me ponía las bragas.

—No lo sé, —hice una pausa en mi diálogo, pero sin dejar de vestirme— acabamos de tener sexo y, me siento rara. Quiero estar en casa y pensar bien todo.

Él esperó algunos segundos antes de responder— Te llevo a tu casa entonces.

No le dije nada. Pero a penas acabé de ponerme todas las prendas de mi vestuario, caminé hasta salir de su habitación y bajar las escaleras seguida por él. Ahí ví a su abuela, sentada en uno de los sofás de la sala de estar viendo la televisión y a penas nos vió sonrió.

—Querida, —me dice y yo sonreí— no sabía que estabas aquí.

—Es que estaba descansando, pero vendré otro día.

Ella sonrió, y Eduard le habló— Vengo en unos minutos, abue.

—Está bien, hijo. —Así le dice, Eduard sólo sonrió y ambos salimos de su casa para acercarnos al auto. Me subí al asiento del copiloto y cuando arrancó, intenté hacer el menos contacto visual posible con él.

—Atenea, —habló, lo miré— no me gustaría que lo de nosotros quede así. Yo entiendo por lo que estás pasando, pero no quiero tampoco ser tu juguete.

¿Qué? Éso sería lo último que pensaría, en utilizarlo para algo. Aunque un poquito sí creo que estar con él me podría ayudar a olvidar a Jason jamás haría algo para lastimarlo o hacerlo sentir mal. Puede que me esté equivocando con mis actos, pero la intención nunca ha sido dañar a nadie.

—Eduard, no prentendo jugar contigo. Sí hicimos lo que hicimos fué porque, —hice una pausa— surgió. Ya te dije que tengo que pensar bien las cosas, —él no respondió— pero si crees que intento usarte, estás en un error.

—Lo lamento, no quería decir éso.

—Tranquilo. —solté un suspiro, y ambos nos quedamos en silencio por algunos segundos hasta que él decidió hablar.

—Quiero que pienses si quieres ser mi novia, —prácticamente como acto reflejo a sus palabras giré mi cabeza y lo miré— no pido una respuesta ahora, así que tranquila. Sólo quiero que lo pienses.

INDEBIDO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora