Todo se arregla, parte dos.
Y lo volví a ver,
Y el tiempo se volvió a detener,
y mi alma dejó mi cuerpo,
y tu sonrisa me volvió a quebrar,
y mi vida se volvió a joder.
Nunca un beso me había hecho delirar, jamás unos labios habían logrado que los necesitara tanto.
No necesito a Jason para vivir, pero lo quiero a mi lado y lo elegiré siempre. Sé que por alguna parte estoy cometiendo un error al engañar a Eduard que me quiere y me trata de la mejor forma posible. Pero no soy de piedra, y no me puedo engañar a mí misma ni a mis sentimientos apartándome de él o fingiendo que no lo amo. No es justificable lo que estoy haciendo pero no daré un paso a atrás.
No lo haré, ésta vez no.
Dejé que nuestros toques fueran más desesperados, intensos y desperados.
Nos extrañábamos y se nota en nuestros besos.
—Jason...—solté en medio del beso.
—¿Qué? —preguntó tomando mi rostro con sus manos sin dejar de besarme.
—Te quie...—hice una pausa. No, querer es poco para lo que yo siento por él—. Te amo.
—No digas algo que no sientes, Diosa —nuestras respiraciones chocan mientras hablamos y sentí como sus manos se movían hacia mis bragas para acariciar mi intimidad por encima de ellas.
—Créeme que lo siento —aclaré—. Si no, no estaría aquí.
—¿Me amas, Diosa? —preguntó. Al parecer no le había quedado lo suficientemente claro o quizás él quería oírlo otra vez.
En otra ocación me hubiése dado vergüenza decirlo, por no ser correspondida o cualquier tontería de las mías, ¿pero con él y justo en éste momento? No me da temor expresarle lo que siento, y más sabiendo que soy totalmente correspondida en ellos.
—Incluso más de lo que debería, Jason —solté junto a una sonrisa en el medio del beso.
—Extrañaba... —soltó un suspiro que ahogó en un beso—... estar así contigo, tocarte —su mano derecha reposó en mi nuca—, besarte, abrazarte. Te extrañé a ti, Atenea —acaricié su rostro con delicadeza y separándome de sus labios para prestarle más atención a lo que decía—. No sé porqué en medio de una de nuestras peleas no te robé un maldito beso.
No pude contener una carcajada.
—Porque probablemente te hubiése golpeado —él rió y yo sonreí con alegría.
—Habría valido la pena el golpe —sonreí. Él se reacomodó entre mis piernas y se quedó mirándome a los ojos.
—Tengo que hablar con Eduard —solté de repente.