CAPÍTULO FINAL.
Atenea Weller.
El amor suele ser juzgado.
Por dónde lo analices, la gente siempre buscará el error, lo mal hecho, el problema. La condena que cargamos Jason y yo es una de las peores, somos familia. Por nuestras venas corre la misma sangre y, por lo tanto, cualquiera nos llamaría descabellados si supieran de nuestro amor.
Nuestra relación es un reloj de arena. El tiempo pasa demasiado rápido y, aunque no lo deseemos, la verdad siempre sale a la luz. La verdad de ambos es fuerte y poderosa, nos puede derrumbar a los dos y cambiar la vida de muchas personas.
No quiero que el tiempo pase, quiero estar con él para siempre y no me siento preparada para enfrentar a mis padres.
También me gustaría poder besarlo frente a todo el mundo, que la gente sepa que es solo mío, que nos amamos y lo haremos siempre. Abrazarlo y recibirlo en la universidad como Dios manda, pero no, no puedo.
Jason Weller y Atenea Weller. Llevamos el mismo apellido, la misma sangre, la misma familia. Seríamos tachados como enfermos ante ellos, dirían que somos pecadores y que no merecemos perdón de Dios.
Y si hay algo que yo no podría tolerar, sería decepcionar a mis padres. De por sí, he pasado por encima de ellos en muchas cosas, no me he casado, les miento, ya no soy virgen, y mantengo una relación con mi primo.
Lo veo.
Sereno y recostado en su moto. Amaría correr y lanzarme en sus brazos pero debo disimular «ante todos es solo mi primo». Eduard me mira sin disimulo y tal cosa genera incomodidad en mí, no sé si lo hace para molestar a Jason, pero si es así, prefiero mantener un poco de distancia.
Alexander pasa alegre a mi lado y yo no tardo en saludarlo, pese a que hace mucho no tenemos una conversación como antes, le tengo el mismo cariño. Estuvo para mí cuando lo necesité y por lo tanto, yo siempre estaré aquí para él.
La distancia que me separaba de Jason se acortó a medida que avancé hacia él. Puse una mano en su hombro y le dí un pesado beso en la mejilla.
—Súbete rápido —me dijo— Muero por besarte.
Tres palabras suficientes para derretirme.
No refuté, dejé que me pusiera el casco y me subí detrás de él en la moto. El camino que tomó lo conozco, va hacia su departamento y no pienso quejarme. Nos merecemos más tiempo para ambos, estar en un lugar donde podamos besarnos sin problemas.
A penas llegó, estacionó su moto en el aparcamiento.
—Jason —lo saludó el anciano que se encarga del lugar—, ¿Qué tal estás? —se dieron la mano— Un gusto verla otra vez, señorita.
—Igual —le respondí sonriendo.
—Vamos —dice Jason—, luego pasaré a hablar contigo. —le dijo a él.