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Amor de mi vida.

Atenea Weller.

—Atenea, —oí la voz de Eduard y me giré— ven, aún falta el postre.

No lo voy a negar, mis ganas de verlo ahora son bastante nulas.

Estoy abrumada, triste, molesta, con ganas de llorar, gritar, correr, un sin fin de pensamientos pasan por mi mente provocando casi un estallido final por mi parte.

Pero sólo solté un amplio suspiro y caminé hacia él. Ahora no tengo cabeza para celebrar nada, ni comer ningún postre ni algo parecido. Jason se acaba de ir, no tengo idea a dónde y me dejó sola en casa y lo conozco, sé lo orgulloso que es y no volverá.

Lo tengo claro.

Más que claro.

Él es así, el ego personificado. No volverá, jamás le daría una mínima razón para que su padre le diga: Te lo dije, sabía que no sobrevivirías un día en otro lugar, así que tienes que adaptarte de una buena vez a cómo somos y aceptarlo.

No, definitivamente jamás él le causaría ésa satisfacción a su padre de decir, te lo dije. Aseguro que antes de cortaría el miembro, fijo.

Lo peor de todo es que me siento culpable, si Eduard no hubiése venido a la noche buena, nada de ésto estaría pasando. Es curioso, porque siempre digo que lo quiero lejos y que tenerlo bajo mi techo hace que no pueda olvidarlo y ahora que se vá lo quiero de vuelta. He llegado a un punto que ni yo misma me entiendo.

Me siento ridícula.

Bastante estúpida e indefensa ante todo lo que acaba de pasar.

¿Qué hago, le doy la razón a Jason para que mi familia le haga la misma amenaza? Por supuesto éso no es lo que quiero. Así que le única opción que queda es tragar. Sí, meterme hasta lo más profundo de mi ser las ganas de gritarles, de decirles que se pasaron con sus comentarios, seguir fingiendo ser la hija perfecta.

La noble.

La inocente.

La que no rompe un puto plato. Cuando en realidad, hace mucho dejé de serlo.

Pasé de ser la inocente Atenea, a convertirme en una chica a la cual sus padres nunca reconocerían, por éstas sencillas razones:

Les ocultó cosas.

Les ocultó cosas como que ya no soy virgen.

Les ocultó cosas como que ya no soy virgen y me desvirgó mi primo.

Oh, clara e indudablemente me pegarían un tiro, y creo que hasta le pedirían a todos los Dioses que me caiga un rayo en la cabeza. Sólo espero que Zeus no seda a sus peticiones, y la mismísima Atenea los haga entrar en razón.

Vamos, Diosa de la sabiduría, soy tu tocaya.

Nos sentamos todos en la mesa, como la gran familia que somos, nótese el sarcasmo en mi comentario. El resto de la noche casi ni hablé, sólo oía a Eduard contar su vida a toda la gente, hasta creería que exagera ciertas cosas para caerles mejor, es imposible que alguien tenga una vida tan perfecta como él trata de maquillar la suya:

Perfecta familia, estudios inigualables, vacaciones en la montaña, y un gran amor hacia mí. No digo que sea un mentiroso, pero sí es cierto que en sus comentarios un poco de exorbitación, me llegaba hasta a sacar un poco de quicio.

—Ahora sí, el útimo brindis de la noche.

Habló mi tía Isabel con una sonrisa, todos éstos están como si nada. Menos la madre de Jason, que ni siquiera levantó la copa. Ella tiene la misma cara que yo ahora mismo, o incluso peor. Sus ojos están decaídos, tristes, se nota que tiene ganas de irse para llorar a solas por su hijo. Su rostro lo notó pálido, apagado, abatido, desanimado. Desde que Jason se fué sólo ha dicho dos frases, en un tono muy melancólico.

INDEBIDO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora