Capitulo 7

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Fue un poco más tarde cuando Edward me recordó mis prioridades. Sólo necesitó una palabra.

— Los niños...

Suspiré. Se despertarían pronto, ya que debían de ser casi las siete de la
mañana. ¿Me buscarían entonces? De repente, me quedé helada y me asaltó una sensación cercana al pánico. ¿Qué aspecto tendrían ellos hoy? ¿Mis bebes también se verían diferentes hoy?
Edward percibió el modo en que el estrés me había distraído por
completo.

—Todo va a ir bien, mi amor. Vístete, y regresaremos a la casa en menos
de dos segundos.

La manera en la que pegué un salto debió de ser muy parecida a la de
un dibujo animado. Y entonces me volví hacia él, a su cuerpo como de
diamante relumbrando bajo la luz difusa y después nuevamente al
oeste, donde nos esperaba Renesmee y los bebes. Volví a mirarle de
nuevo, y otra vez a ella, con la cabeza girando de un lado a otro más
de una docena de veces en menos de un segundo.

Edward sonrió, pero no se rio. Era un hombre fuerte.

—Todo consiste en el equilibrio, mi amor. Pero se te está dando tan bien
que no creo que tardes mucho en poner las cosas en la perspectiva
adecuada.

—Pero tendremos todas las noches para nosotros, ¿no?

Él sonrió con más ganas.

—¿Crees que podría soportar ver cómo te vistes ahora si no fuera ése el
caso?

Aquello bastó para hacerme salir a la luz del día. Podría equilibrar ese
deseo irresistible y devastador de modo que lograra convertirme en una
buena... Resultaba difícil pensar en la palabra. Aunque mis hijos eran
algo reales y muy presentes en mi vida, todavía me parecía muy difícil
pensar en mí como madre. Supongo que cualquiera se habría sentido
igual en mi caso, sin haber tenido nueve meses para hacerse a la idea. Y
máxime con unos bebés que cambiaban a cada hora.
Pensar en el crecimiento acelerado de Renesmee y los trillizos me estresó
en un instante. Ni siquiera me detuve en las puertas dobles de madera,
elaboradamente ornamentadas, para quedarme sin aliento ante lo que
Alice había hecho. Sólo me sumergí allí, Buscando cualquier cosa que ponerme. Debía de haber supuesto que no sería tan fácil.

—¿Cuáles son los míos? —susurré.

Tal y como me había explicado Edward, la habitación era más grande
que nuestro dormitorio. Más bien habría que decir que era más grande
que toda la casa entera, pero fui poco a poco intentando tomármelo de
forma positiva. Una imagen relampagueó en mi cabeza: contemplé cómo Alice trataba de persuadir a Esme de que ignorara las proporciones clásicas de un armario para permitir esta monstruosidad. Y me pregunté cómo había conseguido Alice salirse con la suya. Todo estaba envuelto en bolsas para ropa, impoluta y sin etiquetar, fila tras fila.

—Según lo que me han contado, todo lo que ves aquí es tuyo. —Y señaló una barra que se extendía a la izquierda de la puerta, como a mitad de la pared—. Menos este perchero de aquí.

—¿Todo esto?

Él se encogió de hombros.

—Alice —dijimos a la vez, él en tono explicativo y yo como si fuera una
palabrota.

—Magnífico —mascullé y tiré de la cremallera de la bolsa más cercana.
Gruñí para mis adentros cuando vi el vestido que había dentro. Era de
seda color rosa bebé y llegaba hasta el suelo.

Me iba a llevar todo el día encontrar algo normal que ponerme.

—Déjame que te ayude —se ofreció Edward.

Sol de Medianoche (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora