Carlisle y Edward no fueron capaces de interceptar a Irina antes de que
su rastro desapareciera en el estrecho. Nadaron hasta el otro lado para ver
si se había marchado en línea recta, pero no había ninguna pista suya en
kilómetros fuera cual fuese la dirección que se tomara en la playa que
daba al este.
Todo había sido por mi culpa. Ella había venido para hacer las paces con
los Cullen, tal y como Alice había visto, sólo para llenarse de ira al ver
mi camaradería con Jacob. Desearía haberla visto antes de que mi amigo
el lobo entrara en fase. También desearía haber ido a cazar a cualquier
otrolado.
No había mucho que se pudiera hacer. Carlisle había llamado a Tanya
con aquellas noticias tan decepcionantes. Tanya y Kate no habían visto a
Irina desde que decidieron ir a mi boda y estaban consternadas por que
hubiera llegado tan cerca sin volver a casa. Para ellas no era fácil haber
perdido a su hermana, por muy temporal que fuera la separación. Me
pregunté si esto les traería dolorosos recuerdos de cuando habían perdido
a su madre hacía ya tantossiglos.
Alice pudo captar algunos atisbos del inmediato futuro de Irina, aunque
nada demasiado concreto. No iba a regresar a Denali, y eso era todo lo
que Alice podía decir. La imagen se mostraba nebulosa. Casi todo cuanto
había podido entrever era que Irina estaba visiblemente alterada y que
vagaba con una expresión devastada en el rostro por tierras salvajes
barridas por la nieve... ¿Hacia el norte?, ¿al este...? No había tomado
ninguna decisión definida sobre qué hacer más allá de este vagabundeo
entristecido y sin dirección precisa.
Los días pasaron y aunque por supuesto no olvidé nada, Irina y su
dolor se trasladaron al fondo de mi mente. Había cosas más
importantes que pensar en esos momentos. Me marcharía a Italia en
pocos días y todos partiríamos a Sudamérica en cuanto regresara.
Ya habíamos repasado cientos de veces hasta el menor de los detalles.
Comenzaríamos con los ticunas, rastreando sus leyendas hasta donde
pudiéramos llegar, lo más cerca posible de sus fuentes. Ahora que se
había aceptado que Jacob vendría con nosotros, él había adquirido un papel importante en los planes, ya que no parecía probable que la gente
que creía en los vampiros quisiera contarnos a nosotros sus historias. Si
los ticunas nos llevaban a un callejón sin salida, había otras
Tribus relacionadas con ellos en la zona a las que investigar. Carlisle
tenía algunos viejos amigos en el Amazonas; si éramos capaces de
encontrarlos, podrían tener también información para nosotros. O al
menos alguna sugerencia sobre dónde ir para buscar respuestas.
Quedaban tres vampiros en el Amazonas, y era poco probable que
ninguno de ellos guardara relación alguna con las leyendas de vampiros
híbridos, ya que todas ellas eran mujeres. No había forma de saber
adonde nos llevaría nuestra búsqueda.
No le había hablado todavía a Charlie del largo viaje que íbamos a
abordar y le daba vueltas a la manera más adecuada de decírselo mientras
continuaba la discusión entre Edward y Carlisle. ¿Cuál sería la mejor
manera posible de contarle las novedades?
Me quedé mirando a Renesmee. Estaba acurrucada en el sofá, con la
respiración más lenta debido al sueño profundo y sus rizos enredados de
forma desordenada en torno a su rostro. Por lo general, Edward y yo la
llevábamos a nuestra cabaña para acostarla, pero esa noche, al estar él y
Carlisle enfrascados en sus planes, nos habíamos quedado con la familia.
Mientras tanto, Emmett y Jasper se mostraban emocionados con la
perspectiva de explorar nuevas posibilidades de caza. El Amazonas
ofrecía un cambio respecto a nuestras presas habituales. Jaguares y
panteras, por ejemplo. Emmett tenía el capricho de luchar contra una
anaconda. Esme y Rosalie estaban planeando qué meterían en las
maletas. Jacob había salido con la manada de Sam, preparando las cosas
para su propia ausencia.
Alice se movió lentamente —para ella— alrededor de la gran habitación,
arreglando de modo innecesario aquel espacio ya inmaculado,
enderezando las guirnaldas colgadas por Esme a la perfección. Estaba
recolocando los jarrones en el centro exacto del aparador justo en ese
momento. Pude observar por el modo en que cambiaba su rostro —ahora
consciente, luego ausente, consciente de nuevo— que estaba escaneando
el futuro. Yo suponía que intentaba ver, a través de los puntos ciegos que
Jacob y Renesmee provocaban en sus visiones, lo que nos esperaba en
Sudamérica. Hasta que Jasper dijo: «Déjalo ya, Alice, ella no es cosa
nuestra», y una nube de serenidad se extendió silenciosa e invisiblemente a través de la habitación. Alice debía de haberse estado preocupando otra
vez por Irina.
Le sacó la lengua a Jasper y después elevó un jarrón de cristal que
estaba lleno de rosas blancas y rojas y se volvió hacia la cocina. Una de
las flores blancas apenas había comenzado a marchitarse, pero aquella
noche Alice parecía querer alcanzar la perfección para distraerse de su
falta de visiones.
Me quedé mirando de nuevo a Renesmee, así que no lo vi cuando el
jarrón se deslizó de las manos de Alice. Sólo escuché el susurro del aire al
rozar el cristal y mis ojos se elevaron a tiempo de ver cómo el florero se
destrozaba contra el suelo de mármol de la cocina en diez mil fragmentos
diamantinos.
Todos nos quedamos inmóviles mientras los trozos saltaban y se
dispersaban en todas direcciones con un tintineo desagradable, los ojos
fijos en la espalda de Alice.
Mi primer pensamiento ilógico fue que nos estaba gastando alguna
broma. Porque no había forma alguna de que pudiera haber dejado caer
el jarrón por accidente. Me habría lanzado a través de la habitación para
cogerlo yo misma, y con tiempo suficiente, si no hubiera supuesto que
ella lo haría. Además, ¿cómo era posible que se le hubiera deslizado
entre los dedos? Esos dedos perfectamente seguros...
Nunca había visto a ningún vampiro dejar caer nada por accidente. Jamás.
Y después Alice se volvió para enfrentarse a nosotros, con un
movimiento tan rápido que casi no existió.
Sus ojos estaban en parte aquí y en parte perdidos en el futuro,
dilatados, fijos, llenando de tal modo su rostro delgado que parecía que
se le iban a salir. Mirarla a los ojos era como asomarse desde el interior
de una tumba hacia fuera. Me quedé sumida en el terror, la desesperación
y la agonía de aquellamirada.
Escuché jadear a Edward, un sonido roto, medio ahogado.
— ¿Qué? —rugió Jasper, saltando a su lado en un movimiento borroso
por su rapidez, aplastando los cristales rotos bajo sus pies. La agarró de
los hombros y la sacudió con fuerza. Ella pareció balancearse en silencio
entre sus manos—. ¿Qué es, Alice?
Emmett se movió en mi visión periférica, con los dientes al descubierto
mientras sus ojos se precipitaban hacia la ventana anticipando un ataque.
No hubo más que silencio procedente de Esme, Carlisle y Rose, que se
quedaron completamente paralizados, al igual que yo.
Jasper sacudió de nuevo a Alice.
— ¿Qué pasa?
—Vienen a por nosotros —susurraron Alice y Edward a la vez,
sincronizados a la perfección—, y acuden todos.
Silencio.
Por una vez, fui la más rápida en comprender, porque algo en sus
palabras disparó mi propia visión. Era sólo el recuerdo distante de un
sueño, tenue, transparente, inconcreto, como si estuviera mirando a
través de una gasa espesa... En mi mente, vi la línea negra avanzar
hacia mí, el fantasma de mi pesadilla humana casi olvidada. No pude
distinguir el reflejo de sus ojos color rubí en esa imagen que se percibía
tras un velo, ni el brillo de sus agudos dientes húmedos, pero sabía
que estaban allí...
Más fuerte que el recuerdo de la pesadilla llegó la evocación del
sentimiento, la necesidad desgarradora de proteger aquella cosa preciosa
que tenía a mis espaldas.
Quería coger a mis hijos en mis brazos, esconderlos detrás de mi piel y
mi pelo, hacerlos invisibles, pero ni siquiera logré volverme para
mirarlos, porque más que en piedra, parecía haberme convertido en hielo.
Por primera vez desde que había renacido como vampiro, sentí frío.
Apenas pude escuchar la confirmación de mis miedos. No lo necesitaba,
porque yo ya lo sabía.
—Los Vulturis —gimió Alice
—Vienen todos —gimió Edward casi al mismo tiempo.
— ¿Por qué? —Susurró Alice para sus adentros—. ¿Cómo?
— ¿Cuándo? —preguntó Edward con un hilo de voz.
— ¿Por qué? —exclamó Esme a su vez en un eco.
— ¿Cuándo? —insistió Jasper con un gruñido que sonó igual que el hielo
al astillarse.
Los ojos de Alice no pestañearon, pero fue como si un velo los hubiera
cubierto, quedaron completamente inexpresivos. Sólo su boca mantenía
aquella expresión horrorizada.
—No tardarán mucho —replicaron Adeline y Edward a la vez. Y luego
ella habló sola—. Hay nieve en el bosque y en la ciudad. En poco más de
un mes.
— ¿Por qué? —Carlisle fue el que preguntó
esta vez. Esme contestó.
—Ha de haber una razón. Quizá si supiéramos...
—No tiene nada que ver con Elizabeth —repuso Alice con la voz
cavernosa—. Vienen todos: Aro, Cayo, Marco, todos los miembros de su
guardia, incluso sus esposas.
—Ellas nunca abandonan la torre —le contradijo Jasper con voz
monótona—. Jamás, ni siquiera durante los años de la rebelión del sur.
Ni cuando los vampiros rumanos intentaron derrocarlos. Ni cuando
fueron a cazar a los niños inmortales. Jamás.
—Pues ahora sí vienen —murmuró Edward.
—Pero ¿por qué? —repitió Carlisle de nuevo—. ¡No hemos hecho nada!
Y si lo hemos hecho, ¿qué puede ser que justifique todo eso?
—Somos tantos —respondió Edward desanimado—, que querrán
asegurarse de que... —no terminó la frase.
— ¡Eso no explica la cuestión crucial! ¿Por qué?
Comprendí que yo sí conocía la respuesta a la pregunta de Carlisle, y que
al mismo tiempo no la conocía. Mis hijos eran la razón, de eso estaba
segura. De algún modo había sabido desde el mismísimo principio que
vendrían a por ellos. Mi subconsciente me lo había advertido antes
incluso de que me enterara de que la traería al mundo. Sin saber por qué,
ahora me parecía que debíamos haber esperado este movimiento. Como
si de alguna manera hubiera sabido desde siempre que los Vulturis tenían
que venir a llevarse mifelicidad.
Pero aun así eso no respondía a la pregunta.
—Ve hacia atrás, Alice —le suplicó Jasper—, busca lo que ha
ocasionado esto, busca.
Alice sacudió lentamente la cabeza, con los hombros hundidos.
—Ha venido de la nada, Jazz. No les estaba buscando a ellos, ni siquiera
a nosotros, sólo rastreaba a Irina. Ella no estaba donde yo esperaba que
estuviera... —la voz de Alice se desvaneció, con los ojos perdidos de
nuevo. Se quedó mirando a la nada durante un segundo largo.
Y entonces alzó la cabeza con brusquedad, los ojos tan duros como el
pedernal.
Escuché cómo Edward contenía el aliento.
—Ella decidió dirigirse a ellos —nos informó Adeline—. Irina acudió a
los Vulturis. Y entonces ellos resolvieron...
Es como si la hubiesen estado esperando. Como si ya hubieran tomado
la decisión, y sólo aguardaran por ella...
Se hizo el silencio de nuevo mientras digeríamos la información. ¿Qué
les habría dicho Irina a los Vulturis que diera lugar a la visión atroz de
Alice?
— ¿Podemos detenerla? —preguntó Jasper.
—No hay forma. Ya casi ha llegado.-. Replico Adeline.
— ¿Qué está haciendo? —preguntó Carlisle, pero yo ya no prestaba
atención a la discusión. Estaba concentrada en la imagen que de un modo
tan doloroso se enseñoreaba en mi mente.
Recordé a Irina acuclillada en el acantilado, observando al acecho. ¿Qué
era lo que había visto? Un vampiro y un licántropo en términos de
estrecha amistad. Me había concentrado en esa imagen, una que habría
explicado de manera lógica su reacción. Pero eso no era todo lo que ella
había visto.
También había visto a una niña de belleza exquisita, saltando en medio
de los copos de nieve, una niña manifiestamente más que humana...
Rememoré lo relativo a Irina y a las hermanas huérfanas... Carlisle había
comentado que la pérdida de su madre a manos de la justicia de los
Vulturis había convertido a Tanya, Kate e Irina en unas puristas en lo
tocante a las leyes.
Apenas un minuto antes, el propio Jasper lo había dicho: «Ni cuando
fueron a cazar a los niños inmortales...». Los niños inmortales... la ruina
innombrable, el terrible tabú...
Teniendo en cuenta el pasado de Irina, ¿cómo podía ella entender lo que
había visto aquel día en el pequeño claro? No había estado lo bastante
cerca para haber oído latir el corazón de Renesmee, sentir el calor que
irradiaba su cuerpo. Por todo lo que ella sabía, sus mejillas sonrosadas
podrían haber sido un mero truco por nuestra parte.
Después de todo, los Cullen eran aliados de los hombres lobo. Desde el
punto de vista de la vampira, quizás esto quería decir que no había nada
de lo que no fuéramos capaces...
Irina, hundiendo sus manos en aquella inhóspita tierra nevada, no
haciendo duelo por Laurent, después de todo, sino sabiendo que era su
deber acabar con los Cullen, conociendo lo que les ocurriría si lo hacía.
Por lo que se ve, su conciencia había vencido sobre siglos de amistad.
Y la respuesta de los Vulturis a esta clase de infracción era automática,
ya estaba decidido.
Me volví y me arrojé sobre los cuerpos dormidos de mis hijos,
cubriéndolos con mi pelo, enterrando mi rostro en sus cabecitas.
—Pensad en lo que ella vio aquella tarde —exclamé había adivinado
ya.
—Un niño inmortal —susurró Carlisle.
Edward se arrodilló a mi lado y nos cubrió a ambas con su abrazo.
—Pero está equivocada —continué—, Nuestros hijos no son como los
otros niños. El crecimiento de ellos se había detenido, pero ellos son
justo lo contrario. Ellos estaban fuera de control, pero ellos jamás ha
hecho daño a Charlie, Sue, ni les muestra cosas que puedan alterarles.
Los niños eran capaz de controlarse, de hecho lo hace bastante mejor que
muchos adultos. No habría razón...
Continué parloteando a la espera de que alguien exhalara con alivio,
confiando que aquella tensión helada que flotaba en la habitación se
relajara cuando se dieran cuenta de que yo llevaba razón, pero la
habitación sólo se volvía más fría cada vez. Incluso mi voz débil terminó
por desvanecerse.
Nadie habló durante un buen rato.
Y entonces Edward susurró en mi pelo.
—Ésta no es la clase de crimen por la cual ellos hacen un juicio, amor —
me dijo en voz baja—. Aro verá la prueba de Irina en sus pensamientos.
Ellos vendrán a destruir, no a razonar.
—Pero están equivocados —insistí con terquedad.
—No esperarán a que se lo demostremos.-. Dijo Adeline levantándose del
sofá.
Su voz aún era tranquila, dulce, como terciopelo... y aun así el dolor y la
desolación en el sonido se distinguían a la perfección. Su voz era como
los ojos de Alice antes, como el interior de una tumba.
— ¿Y qué podemos hacer nosotros? —le exigí.
Sentía a mis hijos tan cálidos y perfectos en mis brazos, soñando en
paz. Me había preocupado tanto por la velocidad de crecimiento de los
niños, de que sólo fueran a disfrutar de una década de sus vida... que
ese miedo parecía ahora pura ironía.
Un poco menos de un mes...
Entonces, ¿ése era el límite? Yo había disfrutado de una felicidad mayor
que la de mucha gente. ¿Acaso había alguna ley natural que exigiera
cantidades iguales de felicidad y desesperación en el mundo? ¿Es que mi
alegría había desequilibrado la balanza? ¿Eran cuatro meses todo lo que
tendría?
Fue Emmett el que respondió a mi pregunta retórica.
—Lucharemos —dijo con calma.
—No podemos ganar —gruñó Jasper.
Era capaz de imaginarme ahora el aspecto de su cara, y cómo su cuerpo
se curvaría protectoramente en torno a Alice.
—Bueno, tampoco podemos huir. No con Demetri alrededor. —Emmett
hizo un ruido de disgusto, y supe de forma instintiva que no le molestaba
la idea de enfrentarse al rastreador de los Vulturis, sino la de escapar—.
Y no sé por qué no podemos ganar —insistió—, hay unas cuantas
opciones que considerar. No tenemos por qué luchar solos.
Mi cabeza se alzó con brusquedad al oír aquello.
—¡No tenemos por qué sentenciar a los quileute a muerte, Emmett!
—Cálmate, Elizabeth. —Su expresión no era diferente a cuando
contemplaba la idea de luchar contra las anacondas. Incluso la amenaza
de la aniquilación no cambiaría la perspectiva de Emmett, su capacidad
para enfrentarse a un reto—. No me estaba refiriendo a la manada. Sin
embargo, sé realista, ¿crees que Sam o Jacob ignorarán una invasión de
este calibre, incluso aunque no tuviera que ver con Nessie y los trillizos
maravillas? Por no mencionar que, gracias a Irina, Aro sabe también
ahora lo de nuestra alianza con los lobos. Pero pensaba más bien en otros
amigos.
Carlisle se hizo eco de mis palabras y añadió con otro susurro.
—Otros amigos a los que no tenemos por qué sentenciar a muerte.
—Vale, pues dejémosles a ellos que decidan —sugirió Emmett con tono
implacable—. No digo que tengan que luchar con nosotros. —Pude ver
cómo el plan se refinaba en su cerebro conforme hablaba—. Si tan sólo
se mantuvieran a nuestro lado, justo lo suficiente para hacer dudar a los
Vulturis... Elizabeth tiene razón después de todo. Tal vez bastara con que
fuéramos capaces de obligarles a hacer un alto y escucharnos, quizás eso
nos permitiera demostrar que no hay motivo alguno para combatir...
Había ahora un asomo de sonrisa en el rostro de Emmett. Me
sorprendía que nadie le hubiera golpeado a estas alturas. Yo quería
hacerlo.
—Sí —convino Esme con rapidez—. Eso tiene sentido, Emmett. Todo lo
que necesitamos es que los Vulturis se detengan un momento, lo
suficiente para escuchar.
—Lo que necesitamos es algo así como una exposición de testigos —
replicó Rosalie con dureza, la voz tan quebradiza como el cristal.
Esme asintió, de acuerdo con sus palabras, como si no hubiera percibido
el sarcasmo en el tono de voz de Rosalie.
—Eso sí es algo que podamos pedirles a nuestros amigos, sólo que
actúen como testigos.
—Nosotros lo haríamos por ellos —añadió Emmett.
—Deberíamos explicárselo de la manera correcta —murmuró Alice; la
miré y vi cómo se abría en sus ojos un oscuro vacío otra vez—.
Tendríamos que demostrárselo con mucho cuidado.
—¿Demostrárselo? —preguntó Jasper.
Ambos, Alice y Edward, miraron a Renesmee y a los niños y los ojos de
Alice se vidriaron de nuevo.
—La familia de Tanya —dijo ella—. El aquelarre de Siobhan y el de
Amun.
Algunos de los nómadas... Garrett y Mary, seguro. Quizá también Alistair.
—¿Y qué te parece Peter y Charlotte? —preguntó Jasper, algo temeroso,
como si esperara que la respuesta fuera «no» y le pudiera ahorrar a su
viejo hermano la carnicería en ciernes.
—Quizás.-. Dijo Adeline.
—¿Y qué me decís de las del Amazonas? —Preguntó Carlisle—.
¿Kachiri, Zafrina y Senna?
Alice parecía estar totalmente sumergida en su visión como para
contestar al principio, pero al final se estremeció y sus ojos se movieron
para volver al presente. Se encontró durante una centésima de segundo
con la mirada de Carlisle y después
la bajó.
—No puedo ver más.
—¿Qué ha sido eso? —Preguntó Edward, su susurro convertido en una
exigencia—. ¿Vamos a ir a buscarlas a esa parte en la jungla?
—No puedo ver más —repitió Alice, sin encontrarse con sus ojos y un
relámpago de confusión recorrió el rostro de Edward—. Debemos
separarnos y apresurarnos antes de que la nieve caiga al suelo. Hay que
dar una vuelta por ahí, encontrar al mayor número posible de aliados y
traerlos para enseñarles —y declaró de nuevo—: Ah, pregunta a Eleazar.
Aquí hay mucho más que el asunto de un niño inmortal.
El silencio se hizo ominoso durante otro buen rato mientras Alice volvía
a estar en trance. Pestañeó con lentitud cuando se le pasó, los ojos
peculiarmente opacos a pesar de que se encontraba en el presente.
—Hay tanto trabajo pendiente, hemos de apresurarnos —susurró ella.
—¿Alice? —Preguntó Edward—. Eso fue demasiado rápido... No
comprendo.
¿Qué fue...?
—¡No puedo ver más! —explotó ella dirigiéndose a él—. ¡Jacob casi ha
llegado! Rosalie dio un paso hacia la puerta principal.
—Me las apañaré...
—No, déjale que venga —replicó Alice con rapidez, la voz más aguda
conforme hablaba. Agarró la mano de Jasper y comenzó a arrastrarle
hacia la puerta trasera—. Mejor que me aleje también de Nessie y los
niños para ver mejor. Necesito irme. Necesito concentrarme de verdad y
ver todo lo que sea posible. Tengo que irme. Vamos, Jasper, ¡no tenemos
tiempo que perder!
Todos pudimos escuchar cómo se acercaba Jacob por las escaleras del
porche, y Alice tiró impaciente de la mano de Jasper. Él la siguió con
rapidez, con la confusión reflejada en los ojos al igual que en los de
Edward. Salieron disparados por la puerta hacia la noche plateada.
—Apresuraos —nos gritó a sus espaldas—. ¡Debéis encontrarlos a todos!
—¿Encontrar qué? —preguntó Jacob, cerrando la puerta detrás de él—. ¿Adonde va Alice?
Nadie le respondió, todos nos quedamos mirándole.
Él se sacudió el pelo mojado y metió las manos por las mangas de su
camiseta, con los ojos puestos en Renesmee.
—¡Hola, Elizabeth! Creía que os habríais ido a casa a estas horas...
Entonces me miró, pestañeó y luego volvió a mirarme con más atención.
Observé en su expresión cómo la atmósfera de la habitación le afectaba
por fin. Bajó los ojos al suelo y sus pupilas se dilataron al observar la
mancha mojada, las rosas dispersas, los fragmentos de cristal. Sus dedos
temblaron.
—¿Qué...? —preguntó con voz monótona—. ¿Qué es lo que ha ocurrido?
No sabía por dónde empezar. Tampoco nadie conseguía encontrar las
palabras. Jacob cruzó la habitación en tres largas zancadas y cayó de
rodillas al lado de
Renesmee y mío. Pude sentir el calor que desprendía su cuerpo
mientras los temblores descendían por sus brazos hasta sus manos
convulsas.
—¿Ella está bien? —preguntó con exigencia, tocándole la frente e
inclinando la cabeza para escuchar su corazón—. ¡No juegues conmigo,
Elizabeth, por favor!
—A Renesmee no le pasa nada —conseguí hablar con voz ahogada, las
palabras quebrándose de modo extraño.
—¿Entonces, quién?—Todos nosotros, Jacob —susurré y también apareció en mi voz el
sonido del interior de la tumba—. Todo ha terminado. Hemos sido
sentenciados a muerte.
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Sol de Medianoche (Finalizada)
Fiksi PenggemarPrólogo. Elizabeth es la hermana gemela de Bella. Tras recibir una llamada urgente de ella, viaja a un pueblecito al noroeste del Estado de Washington "Forks" cuyo cielo siempre permanece nublado. Allí conoce a Adeline una vieja amiga de Bella qu...