Capítulo 15

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— ¿Y qué tienen que ver los licántropos en todo esto? —preguntó
entonces Tanya, mirando a Jacob.
Antes de que Edward pudiera contestar, habló Jacob.
—Si los Vulturis deciden no detenerse hasta escuchar lo que haya que
decir sobre Nessie, es decir, Renesmee y los niños —se corrigió a sí
mismo, recordando que Tanya no reconocería su estúpido apodo—,
seremos nosotros los que los detengamos.
—Muy valiente por tu parte, chico, pero sería imposible hasta para
luchadores más experimentados que vosotros.
—No sabéis de lo que somos
capaces.
Tanya se encogió de hombros.
—Es tu vida, la verdad, y puedes hacer con ella lo que quieras.
Los ojos de Jacob se movieron hacia Renesmee, que estaba todavía en
los brazos de Carmen, con Kate revoloteando alrededor... y era fácil leer
la añoranza en ellos.
—Es especial, esta pequeñaja —musitó Tanya—, difícil de resistir.
—Una familia llena de talentos —murmuraba Eleazar mientras
caminaba, incrementando cada vez más el ritmo. Tardaba un segundo en
ir de la puerta hasta donde estaba Carmen y luego regresar—. Un padre
lector de mentes, una madre escudo y la magia que sea con la que estos
niños extraordinarios nos han hechizado. Me pregunto si hay un nombre
para lo que ellos hacen, o si ésta sería la norma para unos híbridos de
vampiros. ¡Como si una cosa como ésta pudiera considerarse normal!
¡Vaya, unos vampiros híbridos!
—Perdóname —dijo Edward con voz aturdida. Se acercó a Eleazar y lo
cogió por el hombro cuando se giraba para volver hacia la puerta—.
¿Cómo has llamado a mi esposa?
Eleazar miró a Edward con curiosidad, su manía de pasear olvidada por
el momento.
—«Escudo», creo que he dicho. Me está bloqueando justo ahora, así que
no puedo estar seguro.
Me quedé mirando a Eleazar, con las cejas fruncidas debido a la
confusión.
¿Escudo? ¿Qué quería decir con que estaba «bloqueándole»? Yo sólo
estaba allí, justo a su lado, sin hacer nada en mi defensa.
— ¿Un escudo? —repitió Edward, desconcertado.
— ¡Venga ya, Edward! Si yo no puedo leer en ella, dudo que tú seas
capaz. ¿Estás escuchando sus pensamientos ahora? —le preguntó
Eleazar.
—No —murmuró Edward—, pero jamás he podido hacerlo, ni siquiera
cuando era humana.
— ¿Nunca? —Eleazar pestañeó—. Qué interesante. Eso indicaría un talento latente bastante poderoso, si ya se manifestaba de forma tan clara
antes de la transformación. No puedo encontrar ningún camino por el
que abrirme acceso a través de su escudo para ver de qué va la cosa.
Todavía no debe de estar madura en este sentido... sólo tiene unos
cuantos meses. —La mirada que le dirigió a Edward era casi
exasperada—. Y por lo que parece no es consciente en absoluto de lo que
está haciendo. Para nada. Qué ironía. Aro me envió por todo el mundo a
la búsqueda de este tipo de anomalías y tú simplemente te la tropiezas
por accidente y ni siquiera te das cuenta de lo que tienes.
Eleazar sacudió la cabeza con
incredulidad. Yo puse mala cara.
— ¿De qué estás hablando? ¿Cómo puedo yo ser un escudo? ¿Qué quiere
decir eso?
Toda la imagen que podía conjurar en mi cerebro era la de una ridícula
armadura medieval.
Eleazar inclinó la cabeza a un lado mientras me examinaba.
—Supongo que éramos demasiado formales en la guardia sobre este
tema. La verdad es que categorizar un talento es un asunto subjetivo y
azaroso. Cada don es único y nunca se repite la misma cosa dos veces;
pero tú, Elizabeth, eres bien fácil de clasificar. Hay aptitudes que son
nada más que defensivas, protegen algunos aspectos del portador, y a
ésos siempre les hemos llamado escudos. ¿Nunca has comprobado tus
habilidades? ¿No has bloqueado a nadie más además de a mí y a tu
compañero?
Me llevó varios segundos organizar la respuesta, a pesar de lo rápido que
trabajaba mi nuevo cerebro.
—Sólo funciona con ciertas cosas —le expliqué—. Mi cabeza es una
especie de... zona privada, pero no ha impedido que Jasper sea capaz de
modificar mi estado de ánimo y Alice lea mi futuro.
—Es una defensa puramente mental —Eleazar asintió para sí mismo—.
Limitada, pero fuerte.
—Aro no podía escucharla —intervino Edward—, aunque ella era
humana cuando se encontraron.
Eleazar puso unos ojos redondos como platos.
—Y Jane intentó hacerme daño pero tampoco lo logró —relaté yo—.
Edward cree que Demetri no es capaz de encontrarme y que tampoco
Alec podrá conmigo, ¿eso es bueno?
Eleazar todavía boquiabierto, volvió a asentir.
—Mucho.
— ¡Un escudo! —Exclamó Edward con una profunda satisfacción que
saturaba su voz—. Nunca lo había contemplado desde ese punto de vista.
La única persona que conocí con ese don era Renata, y lo que ella hacía
era bastante diferente.
Eleazar se recobró un poco.
—Sí, no todos los talentos se manifiestan siempre de la misma manera,
porque tampoco nadie piensa justo del mismo modo.
— ¿Quién es Renata? ¿Qué es lo que hace ella? —pregunté, y mis
hijos se mostraron interesados también, apartándose de Carmen para
poder mirar por detrás de Kate.
—Renata es la guardaespaldas personal de Aro —me contó Eleazar—.
Tiene un escudo la mar de práctico y muy fuerte además.
Recordaba vagamente una pequeña multitud de vampiros rodeando a Aro
en su macabra torre, hombres y mujeres. Pero no conseguía rememorar
los rostros femeninos en aquella imagen desagradable y terrorífica. Una
de ellas debía de ser Renata.
—Me pregunto... —musitó Eleazar—. Verás, Renata es un poderoso
escudo frente a un ataque físico. Si alguien se acerca a ella (o a Aro,
siempre está a su lado cuando hay una situación hostil), se encuentra...
desviado. Hay una fuerza a su alrededor que repele, aunque resulta casi
imperceptible. Simplemente te encuentras yendo en una dirección que no
habías planeado, con la memoria confusa, sin conseguir recordar por qué
te habías planteado ir en la otra dirección en primer lugar. Puede
proyectar ese escudo a varios metros de donde se sitúa. También protege
a Cayo y Marco cuando les es necesario, pero Aro es su prioridad.
»Lo que hace no es en realidad físico. Como la mayoría de los dones que
poseemos, surge de la mente. Si ella intentara rechazarte, me pregunto
quién ganaría.
—Sacudió la cabeza—. Nunca había oído que los dones de Alec o Jane
hubieran sido burlados.
—Mami, eres especial —me dijo Christopher sin mostrar sorpresa
alguna, como si estuviera comentando el color de mis ropas. Me sentí
desorientada. ¿Había sabido yo algo de mi don antes de ahora? Lo único
que creía tener era ese autocontrol superlativo que me había permitido
superar bien el año de neófita que tanto me amedrentaba. En su mayoría
los vampiros sólo tenían un don, ¿no?
¿O era Edward el que había tenido razón desde el principio? Antes de que
Carlisle sugiriera que ese autocontrol podía ser algo fuera de lo natural,
Edward había pensado que mi contención era producto de una buena
disposición... «Orientación y preparación», ésas habían sido sus palabras.
¿Cuál de los dos tenía razón? ¿Había algo más que yo pudiera hacer?
¿Habría algún nombre o categoría para lo que yo era?
—¿Eres capaz de proyectarlo? —preguntó Kate con gran interés.
—¿Proyectarlo? —pregunté yo a mi vez.
—Empujarlo al exterior, fuera de ti —me explicó Kate—. Proteger a
alguien además de a ti misma.
—No lo sé. Nunca lo he intentado. Y tampoco sé cómo hacerlo.
—Oh, puede que no sea posible —repuso ella con rapidez—. Los cielos
saben que yo llevo trabajando en esto desde hace siglos y lo máximo que
he logrado es hacer correr una especie de corriente sobre mi piel.
Me quedé mirándola, perpleja.
—Kate tiene un don ofensivo —me explicó Edward— muy similar al
de Jane.
Me aparté de ella automáticamente, y se echó a reír.
—Yo no lo uso en plan sádico —me aseguró—. Es sólo algo que viene
muy bien cuando has de luchar.
Las palabras de Kate me calaban poco a poco, comenzando a crear
relaciones en mi mente. «Proteger a alguien además de a ti misma»,
había dicho ella. Como si pudiera haber alguna forma de incluir a alguien
en mi extraña y estrafalaria cabeza silenciosa.
Recordé a Edward encogiéndose sobre las antiguas piedras de la torre del
castillo de los Vulturis. Aunque era un recuerdo humano, resultaba más
agudo y doloroso que la mayoría... como si hubiera sido grabado en los
tejidos de mi cerebro.
¿Cómo podía conseguir que eso no volviera a ocurrir? ¿Qué pasaría si
pudiera protegerle, a él y a Renesmee? ¿Qué pasaría si tuviera la más
mínima posibilidad de escudarlos a todos?
—¡Tienes que enseñarme cómo hacerlo! —exclamé, agarrando a Kate del
brazo sin pensar—. ¡Debes enseñarme cómo!
Kate se encogió ante la fuerza de mi agarre. —Quizá podría hacerlo... si
dejas de intentar arrancarmeel antebrazo.
—¡Oh! ¡Lo siento!
—Tu escudo está actuando, seguro —dijo Kate—. Ese movimiento que he
hecho podría haberte arrancado el brazo. ¿No sientes nada en estos
momentos?
—Eso no era necesario, Kate. Ella no quería hacerte daño —masculló
Edward, pero ninguno de nosotros le prestó atención.
—No, no siento nada. ¿Estabas haciendo lo de tu corriente eléctrica?
—Sí. Mmm. Nunca he encontrado a nadie que no la percibiera, fuera
inmortal o cualquier otra cosa.
—¿Dijiste que la proyectabas? ¿Sobre tu
piel?
Kate asintió.
—Antes sólo me ocurría en las palmas de las manos. Algo parecido a lo
de Aro.
—O los niños —intervino Edward.
—Pero después de un montón de práctica, puedo irradiar la corriente
por todo mi cuerpo.
Estaba escuchando a Kate a medias, ya que mis pensamientos se
aceleraban alrededor de la idea de que podría proteger a mi pequeña
familia sólo con que aprendiera a hacerlo con la suficiente rapidez.
Deseaba fervientemente ser lo bastante buena en este asunto de la
proyección como lo había sido —de un modo tan misterioso— en todos
los otros aspectos que conllevaban la vida de vampiro. Mi vida humana
no me había preparado para que las cosas vinieran de forma natural, y no
podía confiar en que esta aptitud durara.
Sentía como si nunca hubiera deseado nada con tantas ganas: ser capaz
de proteger a los que amaba.
Como estaba tan preocupada, no noté el silencioso diálogo que se estaba
produciendo entre Edward y Eleazar hasta que se convirtió en una
conversación hablada.
—¿Puedes pensar en al menos una excepción? —preguntaba Edward.
Fijé mi atención para captar el sentido de su comentario y me di cuenta
de que todo el mundo estaba ya mirando a los dos hombres. Se
inclinaban el uno hacia el otro con interés, la expresión de Edward tensa
debido a la sospecha y la de Eleazar, infeliz y renuente.
—No quiero pensar en ellos de esa forma —decía Eleazar entre dientes.
Me sorprendió el profundo cambio que se había producido en la
atmósfera—. Si tuvieras razón... —comenzó de nuevo Eleazar.
Edward le cortó. —El pensamiento era tuyo, no mío.
—Si yo tuviera razón... ni siquiera puedo comprender lo que eso
significaría. Cambiaría de arriba abajo el mundo que hemos creado.
Cambiaría incluso el sentido de mi vida, de aquello a lo que he
pertenecido.
—Tus intenciones siempre fueron buenas, Eleazar.
—¿Y qué importaría eso? ¿Qué es lo que he hecho? Cuántas
vidas...
Tanya puso la mano sobre el hombro de Eleazar en un gesto de
consuelo.
—¿Qué es lo que nos hemos perdido, amigo mío? Quiero saberlo para
poder argüir en contra de esos pensamientos. Tú nunca has hecho nada
que merezca que te castigues así a ti mismo.
—¿Ah, no lo he hecho? —masculló Eleazar.
Entonces, se sacudió la mano con un encogimiento de hombros y
comenzó a caminar de nuevo, más rápido aún que antes. Tanya le
observó durante medio segundo y después se concentró en Edward.
—Explícate.
Edward asintió, con sus ojos tensos siguiendo a Eleazar mientras andaba.
—Él estaba intentando comprender por qué venían tantos de los Vulturis
a castigarnos. Ésa no es la manera en la que suelen hacer las cosas. Es
verdad que nosotros somos el aquelarre más maduro y grande con el que
han tratado, pero en el pasado otros aquelarres se han unido para
protegerse y nunca han sido un gran reto, a pesar del número que
llegaran a sumar. Nosotros estamos más íntimamente ligados y ése es un factor a tener en cuenta, pero no el principal.
«Estaba recordando otras veces en las que algunos aquelarres han sido
castigados, por una cosa u otra, y se le ha ocurrido que hay un modelo.
Un modelo que el resto de la guardia no habría notado nunca, ya que
Eleazar era el encargado de pasar la información confidencial a Aro, en
privado. Un modelo que sólo se repite cada siglo más o menos.
—¿Y cuál es ese modelo? —preguntó Carmen, observando a Eleazar
igual que Edward.
—Aro no suele asistir a las expediciones de castigo —explicó Edward—,
pero en el pasado, cuando Aro quería algo en particular, no tardaba
mucho en encontrarse evidencias de que tal o cual aquelarre había,
cometido un crimen imperdonable. Los antiguos decidían en ese caso
acompañar a la guardia para observar cómo se impartía justicia. Y
entonces, cuando el aquelarre estaba definitivamente destruido, Aro
garantizaba el perdón a aquel miembro cuyos pensamientos, según
declaraba él, mostraban un arrepentimiento especial. Ese vampiro
siempre era el que tenía el don que Aro había admirado. Y a esa persona
siempre se le daba un lugar en la guardia.
El vampiro se integraba con rapidez, siempre se sentía agradecido por el
honor concedido. Nunca hubo excepciones.
—Debía de ser algo embriagador resultar escogido —sugirió Kate.
—¡Ja! —bramó Eleazar, todavía en movimiento.
—Hay una vampira en la guardia —explicó Edward, para que
comprendieran la reacción de enfado del vampiro—, cuyo nombre es
Chelsea, y tiene influencia sobre los lazos emocionales entre las
personas, tanto para consolidarlos como para soltarlos. Es capaz de hacer
que alguien se sienta vinculado a los Vulturis, que quiera pertenecer a
ellos, y complacerlos...
Eleazar interrumpió de forma abrupta.
—Todos nosotros entendíamos el porqué de la importancia de Chelsea.
En una lucha, podía provocar que se disolvieran alianzas entre los
aquelarres y de ese modo era más fácil vencerlos. Si lográbamos
distanciar emocionalmente a los miembros inocentes de un aquelarre de
los culpables, podíamos impartir justicia sin una brutalidad innecesaria...
así los culpables eran castigados y se salvaba a los inocentes. No quedaba
otro remedio, porque no había forma de evitar la lucha contra el
aquelarre en bloque. Así que Chelsea rompía los lazos que los mantenían
unidos. A mí aquello me parecía un gran detalle por parte de Aro, una
evidencia de su piedad. También sospechaba que mantenía nuestro bando
más unido, pero eso también era bueno. Nos hacía más efectivos y nos
ayudaba a coexistir con más facilidad.
Esto aclaró muchos de mis viejos recuerdos. No había tenido sentido
para mí antes el hecho de que los guardias obedecieran a sus señores con
tanta alegría, casi con devoción de amantes.
—¿Esmuy fuerte su don?—preguntóTanya con un cierto deje afilado
en la voz.
Su mirada rozó con rapidez a todos los miembros de su familia.
Eleazar se encogió de hombros.
—Yo fui capaz de marcharme con Carmen. —Y entonces sacudió la
cabeza—. Pero cualquier otra cosa más débil que el sentimiento que une
a las parejas se encuentra en peligro. En un aquelarre normal, al menos.
Porque también es cierto que las uniones de los demás son más laxas que
las de nuestra familia. El abstenernos de sangre humana nos hace más
civilizados y nos permite entablar auténticos lazos de amor. Dudo que
pudiera disolver nuestra alianza, Tanya.
Ella asintió, como si se sintiera más segura, mientras el vampiro
continuaba con su análisis.
—Lo único que se me ocurre, la razón por la que Aro ha decidido venir
por sí mismo, y traer a tanta gente con él, es que su objetivo no sea el
castigo sino la adquisición —comentó el vampiro—. Necesita estar aquí
para controlar la situación, pero también necesita a toda la guardia para
protegerse de un aquelarre tan grande y
Dotado. Por otro lado, eso dejaría al resto de los antiguos desprotegidos
en Volterra, lo cual es demasiado arriesgado, ya que alguien podría
intentar aprovechar la ventaja. Así que por eso vienen todos juntos. ¿De
qué otro modo se aseguraría el apropiarse de los dones que quiere? Debe
desearlos con verdadera ansia —musitó Eleazar.
La voz de Edward sonó tan baja como un suspiro.
—Según lo que vi en sus pensamientos la pasada primavera, no hay nada
que Aro quiera más que a Alice.
Me quedé boquiabierta, recordando las imágenes de pesadilla que había
creado en mi mente hacía tiempo: Edward y Alice con capas negras y
ojos de color rojo, sus rostros fríos e inexpresivos mientras acechaban
como sombras, con las manos de Aro en sus... ¿Era esto lo que había
visto Alice? ¿Había visualizado a Chelsea intentando separarla de
nosotros, para ligarla a Aro, Cayo y Marco?
—¿Ése es el motivo por el que Alice se ha marchado? —pregunté, con la
voz quebrada al pronunciar su nombre.
Edward puso la mano contra mi mejilla.
—Quizá, para privar a Aro de lo que más desea y mantener su poder
fuera de sus manos Escuché las voces alteradas de Tanya y Kate murmurando y recordé que
no sabían nada de lo deAlice.
—Él también te quiere a ti —le susurré.
Edward se encogió de hombros, con su rostro repentinamente algo
descompuesto.
—Ni de lejos tanto como a ella. En realidad, yo no le puedo dar mucho
más de lo que ya tiene. Y claro, dependería de que encontrara un modo
de forzarme a hacer su voluntad. Él me conoce y sabe lo improbable que
es eso —alzó una ceja en un gesto sardónico.
Eleazar frunció el ceño ante la despreocupación de Edward.
—Él también conoce tus debilidades —le señaló y luego me miró.
—No es algo que tengamos que debatir ahora —respondió Edward con
rapidez.
Eleazar ignoró la indirecta y continuó.
—Lo más probable es que también quiera a tu compañera. Debe de estar
intrigado por un talento que ha sido capaz de desafiarlo en su encarnación
humana.
A Edward le incomodaba este tema, y a mí tampoco me gustaba. Si Aro
quería que yo hiciera algo, lo que fuera, le bastaba con amenazar a
Edward y yo lo haría, y viceversa.
¿La muerte entonces no era el problema? ¿Lo que debíamos temer era la
captura?
Edward cambió de asunto.
—Creo que los Vulturis han estado esperando esto, encontrar algún
pretexto. No sabían qué forma adoptaría la excusa, pero el plan estaba en
marcha para cuando se presentara la oportunidad. Por eso Alice vio su
decisión incluso antes de que Irina la provocase, sencillamente porque ya
había sido tomada; sólo aguardaban algo que pudiera justificarla.
—Si los Vulturis están abusando de la confianza que todos los inmortales
hemos puesto en ellos... —murmuró Carmen.
—¿Acaso eso importa? —Preguntó Eleazar—, ¿quién nos creería? E
incluso aunque otros se convencieran también de que están explotando el
poder que tienen,
¿Qué diferencia marcaría eso? Nadie lograría enfrentarse a ellos y vencer.
—Aunque algunos parece que estamos lo bastante locos como para
intentarlo — murmuró Kate.
Edward sacudió la cabeza.
—Sólo estáis aquí para servir de testigos, Kate. Sea cual sea al objetivo
de Aro, no creo que esté preparado para manchar la reputación de los
Vulturis con este asunto. Si podemos rechazar sus argumentos en
nuestra contra, se verá obligado a dejarnos en paz.
—Claro —murmuró Tanya.
Nadie parecía convencido. Durante unos cuantos y largos minutos
ninguno dijo nada.
Entonces escuché el sonido de las cubiertas de un coche girando desde la
autovía hacia la entrada de tierra de los Cullen.
—Oh, mierda, Charlie —mascullé—. Quizás a los de Denali no os
importe subir al primer piso hasta que...
—No —repuso Edward con voz distante. Sus ojos se veían lejanos,
mirando inexpresivamente hacia la puerta—. No es tu padre. —Su mirada volvió a concentrarse en mí—. Alice ha enviado a Peter y
Charlotte, después de todo. Ha llegado el momento de prepararse para el
siguiente asalto.

Sol de Medianoche (Finalizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora