19. Tiempo.

359 29 8
                                    


Ella se durmió sobre mi torso luego de ponernos la ropa, había comenzado a hacer frío y por mucho que quisiera sentir su piel sobre la mía, no podía permitir que se fuera a resfriar por mi culpa. Había amanecido, estaba todo claro y podía ver a la gente comenzar a moverse por el parque; por suerte los vidrios eran polarizados, sería difícil explicar porque abrazaba con tanto cariño y posesión a mi hermana. No quería despertarla, pero ya pasaban de las siete de la mañana y si no volvíamos papá armaría un escándalo.

—Piera...

—¿Mmm? —se quejó y se movió un poco. Besé su frente y abrió los ojos para mirarme. —¿No fue un sueño?

Sonreí ante eso y busqué sus labios para unirlos en un casto beso. Eso serviría de respuesta. Me sonrió aún más ampliamente y se reincorporó mirando a todos lados.

—Debemos volver, papá debe estar preocupado.

—No pasa nada, si es contigo no creo que tenga problemas —aseguró pero sin embargo se movió para dejarme moverme al asiento del conductor.

Acomodé mi ropa mientras ella hacía lo propio y me acerqué una vez a sus labios para besarla por unos segundos más. Apoyé mi frente en la suya y largué un suspiro, esto sería complicado de ahora en más, yo lo sabía y ella también.

Comencé a manejar y pronto estuvimos en casa donde encontramos a papá durmiendo en el sillón y mamá preparándose un café en la cocina. Fuimos allí a saludar y ella nos miró con el ceño fruncido.

—¿Qué horas son estas?

—Por lo menos volvimos —respondió Piera recibiendo una mirada de advertencia de mi parte.

—Fue mi culpa, tomé unas cervezas y me parecía irresponsable de mi parte conducir en ese estado —dije con calma. Ella lo entendería. Asintió una vez. —Dormimos un poco en el auto hasta que decidí que podría manejar.

—Está bien, pero la próxima vez deberías avisar Fidel.

—Lo sé mamá, lo lamento.

—Vayan a descansar.

Tomé la mano de Piera antes de que dijera cualquier cosa imprudente y subimos rápidamente las escaleras. La solté frente a su alcoba y me resistí en besarla, quería hacerlo, pero sería imprudente de mi parte hacerlo en medio del pasillo. Así que le sonreí y le di las buenas noches cerrando mi puerta tras de mí con una estúpida sonrisa en mi rostro. No podía estar más feliz, ella finalmente era mía, no sólo en cuerpo sino también en alma.

Cuando desperté pasaban de las tres de la tarde, hacía tanto calor que era agobiante. Podía oír a Lucy y Rocco gritar en la planta inferior y era evidente que mis padres no estaban allí; me di un baño rápido y bajé en busca de comida. Había pizza fría en la heladera, realmente me alegré, nada mejor que pizza para la resaca. Me serví un poco de gaseosa y fui a la sala con los pequeños que corrían por toda la casa. Rocco le había secuestrado un oso a Lucy y ella estaba tratando de recuperarlo.

—¿Papá y mamá?

—No sé —respondió Rocco cuando se dio por vencido y entregó al rehén. Se sentó a mi lado y me robó una porción de mi comida. —Cuando desperté no había nadie y cuando despertó Lucy comimos algo y vinimos a mirar la tele. No han llamado y no dejaron ni una nota.

—¿Se fueron para siempre?

—No seas estúpida Lucy, ellos no se irían sin llevarse el dinero —miré a Rocco y debí resistir mi risa por su deducción. —Seguro fueron a comer con algunos amigos o pasear un rato.

Trilogía Imposible: 1. Imposible (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora