Capitulo Uno

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Octubre de 1817.

Candy White estaba pensando en sus cosas cuando Terrance Grandchester, Duque de Grandchester, cayó, literalmente, en su vida.

Ella iba caminando, silbando una alegre melodía e intentando calcular mentalmente los beneficios anuales de East & West Sugar Company (de la que tenía algunas acciones) cuando, para su mayor sorpresa, un hombre cayó del cielo y aterrizó a sus pies o, para ser precisos, encima de sus pies.

Cuando se fijó un poco más, descubrió que no había caído del cielo, sino de un enorme roble. Candy, cuya vida había sido bastante monótona durante el último año, casi habría preferido que hubiera caído del cielo. Habría sido mucho más emocionante que el hecho de que hubiera caído de un árbol.

Sacó el pie izquierdo de debajo del hombro del caballero, se arre-mangó el vestido por encima de los tobillos para no mancharse la falda y se agachó.

- ¿Señor? -preguntó-. ¿Se encuentra bien?

Él sólo gruñó:

- Au.

- Madre mía -murmuró ella-. No se ha roto ningún hueso, ¿verdad?

Él no respondió, sólo vació todo el aire de los pulmones. Candy retrocedió cuando olió su aliento.

- Por todos los santos -dijo entre dientes-. Huele como si se hubiera bebido una licorería entera.

- Whisky -respondió él, arrastrando las letras-. Un caballero bebe whisky.

- Sí, pero no tanto -dijo ella-. Sólo un borracho bebe tanto de lo que sea.

Él se incorporó, con muchas dificultades, y meneó la cabeza para despejarse.

- Exacto -respondió él, agitando la mano en el aire, aunque luego hizo una mueca cuando comprobó que se mareaba con el movimiento-. Me temo que estoy un poco borracho.

Candy decidió no hacer más comentarios sobre el tema.

- ¿Está seguro de que no está herido?

Él se rascó el pelo Castaño y parpadeó.

- Me duele mucho la cabeza.

- Sospecho que no es sólo por la caída.

Él intentó levantarse, se tambaleó y volvió a sentarse.

- Es una chica de lengua mordaz.

- Lo sé -respondió ella con una sonrisa irónica-. Por eso soy una solterona. Pero no puedo curarle las heridas si no sé dónde están.

- Y muy eficaz -murmuró él-. ¿Y cómo está tan segura de que estoy herizo... herido?

Candy alzó la mirada hacia el árbol. La rama más cercana que habría podido soportar su peso estaba a unos cinco metros.

- Si ha caído desde allí arriba, no ha podido salir ileso.

Él volvió a agitar la mano en el aire para ignorar sus palabras e intentó levantarse otra vez.

- Ya, bueno, los Grandchester  somos duros de pelar. Haría falta más que una... ¡Santo Dios! -gritó.

Candy  hizo un esfuerzo por no sonar petulante cuando dijo:

- ¿Un dolor? ¿Un tirón? ¿Un esguince, quizá? Él entrecerró los ojos azules mientras se apoyaba en el tronco del árbol.

- Es una mujer dura y cruel, señorita como se llame, por regodearse tanto en mi agonía.

Candy tosió para camuflar una carcajada.

- Señor Anónimo, debo protestar y señalar que intenté curarle las heridas, pero usted insistió en que no estaba herido.

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