Capítulo Cuatro

1.3K 139 50
                                    


Cuando Candy llegó a casa esa noche, estaba hecha un manojo de nervios. Una cosa era aceptar el alocado plan de casarse con Grandchester, y otra muy distinta era enfrentarse con tranquilidad a su severo y dominante padre e informarle de sus planes.

Por desgracia, la señora Mery había regresado, presumiblemente para explicar al reverendo la mala y desagradecida hija que tenía. Candy esperó con paciencia durante la diatriba de la mujer hasta que ésta dijo:

– Tu hija -y lo dijo señalándola con un seboso dedo- tendrá que cuidar sus modales. No sé cómo voy a poder vivir en paz con ella en mi casa, pero…

– No tendrá que hacerlo -la interrumpió Candy.

La señora Mery volvió la cabeza y la miró con ira:

– ¿Cómo dices?

– No tendrá que vivir conmigo -repitió la joven-. Me marcho pasado mañana.

– ¿Y dónde piensas ir? -le preguntó el señor White.

– Me caso.

Con esa frase, se aseguró la atención de todos los presentes. Candy llenó el silencio y dijo:

– Dentro de tres días. Me caso dentro de tres días. La señora Mery recuperó su habitual facilidad de palabra y dijo:

– No seas ridícula. Sé que no tienes ningún pretendiente.

Candy dibujó una pequeña sonrisa.

– Me temo que está mal informada.

El señor White las interrumpió:

– ¿Te importaría decirnos el nombre de tu pretendiente?

– Me sorprende que no os hayáis fijado en su carruaje cuando he llegado a casa. Es el Duque de Grandchester.

– ¿Grandchester? -repitió con incredulidad el reverendo.

– ¿Grandchester? -gritó la señora Mery, que obviamente no sabía si estar encantada por su próxima conexión con la aristocracia o furiosa con Candy por haber conseguido ese partido ella sola.

– Grandchester  -dijo la joven, con firmeza-. Creo que encajaremos muy bien. Ahora, si me disculpáis, tengo que ir a hacer la maleta.

Había recorrido medio camino hasta su habitación cuando oyó cómo su padre la llamaba. Cuando se volvió, vio que él apartaba la mano de la señora Mery y caminaba hacia ella.

– Candice -dijo. Estaba pálido y las arrugas de alrededor de los ojos estaban más pronunciadas que nunca.

– Dime, papá.

– Sé… Sé que con tu hermana cometí muchos errores. Sería… -se interrumpió y se aclaró la garganta-. Sería un honor si me permitieras oficiar la ceremonia el jueves.

Candy descubrió que estaba parpadeando para no llorar. Su padre estaba orgulloso de ella y la admisión y la petición que acababa de hacerle sólo podían proceder del fondo de su corazón.

– No sé qué ha planeado el Duque, pero sería un honor que oficiaras la ceremonia -cogió la mano de su padre-. Significaría mucho para mí.

El reverendo asintió y Candy vio que estaba llorando. Impulsivamente, se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Hacía mucho tiempo que no lo hacía. Demasiado, pensó, mientras se comprometía a conseguir que, algún día, su matrimonio funcionara. Cuando tuviera su propia familia, sus hijos no tendrían miedo de explicar a su padre lo que sentían. Sólo esperaba que Terry pensara igual.

ERES MI SOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora