Capítulo Doce

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Al día siguiente, Candy  se despertó con una ligera mayor disposición hacia su marido. Era difícil mantener el enfado con un hombre que adoraba así a los niños.

¿Que no se tomaba el matrimonio tan en serio como a ella le hubiera gustado? Eso no lo convertía en mala persona. Irreverente, quizá, pero no malo y, después de todos esos años de convivencia con su padre, Candy  empezaba a pensar que ser irreverente era incluso bueno. Obviamente, Terry todavía tenía que cambiar mucho antes de ser el marido en el que ella pudiera confiar a ciegas, pero, al menos, la excursión de la noche anterior con Deisy había alimentado un poco las esperanzas de que podrían tener un matrimonio decente.

Aunque eso no quería decir que estuviera pensando en caer en su trampa e intentara seducirlo. Candy no tenía ninguna duda sobre quién tendría el control de dicha situación. Se lo imaginaba perfectamente. Se acercaría para darle un beso, que era lo único que ella sabía hacer, y, a los pocos segundos, la seductora se habría convertido en seducida.

Sin embargo, para ser justos, Terry había mantenido su palabra. Se había encargado de los asuntos financieros de Candy, para su mayor alegría, pues que se moría de ganas de ponerse a trabajar. En algún momento de la noche, Terry había deslizado un papel por debajo de la puerta con toda la información que ella necesitaría para tomar las riendas de sus ahorros. Era de agradecer que se hubiera acordado y Candy decidió que, cada vez que quisiera estrangularlo, algo que sucedía con una frecuencia que ella esperaba que disminuyera con el tiempo, pensaría en su amabilidad.

Se marchó a ver al nuevo abogado después de desayunar. No había tostadas, claro; la señora Ely se negaba rotundamente a hacerlas, algo que a Candy le parecía un poco presuntuoso para un ama de llaves. Aunque claro, si lo único que podía esperar era otro cuadrado seco y quemado que pareciera como si algún día se hubiera originado de una rebanada de pan, estaba segura de que no merecía la pena discutir.

Pero entonces recordó lo que había visto la noche anterior: alguien había colocado la rejilla donde ella la había dejado. Si sabía lo que hacía, y estaba segura de que sí, en Grandchester House podrían volver a comer tostadas deliciosas toda la vida.

Se dijo que debía comprobarlo cuando volviera.

El nuevo abogado de Candy era un hombre de mediana edad llamado John Barnés, y era obvio que Terry le había dejado claro que su mujer estaría al cargo de sus finanzas. El señor Barnes era la educación personificada, e incluso expresó su gran respeto por los conocimientos y la visión de Candy para los negocios. Cuando ella le dijo que invirtiera la mitad de sus ahorros en una cuenta conservadora y la otra mitad en el negocio del algodón, más arriesgado, el señor Barnes chasqueó la lengua como muestra de aprobación por el valor que Candy daba a la diversificación.

Era la primera vez que Candy había podido reclamar crédito por sus expertas gestiones, y le pareció una sensación embriagadora. Le gustaba poder hablar por sí misma y no tener que empezar cada frase con: «A mi padre le gustaría…» o «Mi padre cree que…».

La única opinión de su padre sobre el dinero era que era fuente de mucha maldad y Candy estaba encantada de poder decir: «Quiero invertir mi dinero de la siguiente forma». Imaginaba que la mayoría la considerarían excéntrica; normalmente, las mujeres no gestionaban su propio dinero. Pero no le importaba. De hecho, disfrutaba mucho de su recién descubierta independencia.

Cuando regresó a Grandchester House, estaba de buen humor, y decidió esforzarse todavía más en convertir aquella gran propiedad en su casa. Sus esfuerzos dentro de aquellas paredes habían acabado en sonados fracasos, así que decidió pasar el día fuera y conocer personalmente a los arrendatarios. Era una aventura que valía la pena; sabía que, a menudo, las relaciones entre dueño y arrendatarios marcaban la diferencia entre unas tierras prósperas y unas tierras pobres. Si algo había aprendido como hija del vicario, era escuchar las preocupaciones de la gente y ayudarlos a encontrar soluciones a sus problemas. Como señora de esas tierras, su poder y posición serían mucho más elevados, pero estaba segura de que el proceso sería el mismo.

ERES MI SOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora