Capítulo Catorce

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Candy  pensó que Terry se estaba tomando bastante bien ese contratiempo. Estaba de mal humor, sí, pero quedaba claro que estaba intentando tomárselo con filosofía, aunque no siempre lo conseguía.

Demostró su impaciencia de mil maneras. Candy sabía que nunca olvidaría la cara de Luisa Evans cuando vio a Terry beberse el té de golpe, dejar la taza en el plato, decir que era el té más delicioso que había probado en la vida y agarrar a Candy de la mano y casi lanzarla hacia la puerta.

Y todo en diez segundos.

Candy quería estar enfadada con él. De verdad que quería, pero no podía porque sabía que ella era la causa de su impaciencia, lo mucho que la deseaba. Y era una sensación demasiado emocionante como para ignorarla.

Sin embargo, era importante para ella causar una buena impresión a la gente, de modo que, cuando Luisa les preguntó si querían comprobar los avances en la limpieza de la chimenea, Candy dijo que lo harían encantados.

– Resulta que ha sido un poco más complicado que una simple limpieza -dijo Luisa mientras salían de su casa-. Había algo atascado… No sé muy bien qué era.

– Lo importante es que ya está arreglado -respondió Candy mientras salía-. Últimamente ha hecho frío, y todavía hará más -vio una escalera apoyada contra la pared de la casa-. ¿Por qué no subo y echo un vistazo?

Apenas había alcanzado el segundo escalón cuando notó las manos de Terry en la cintura. Al cabo de un segundo, volvía a estar en el suelo.

– ¿Por qué no te quedas aquí abajo? -respondió él.

– Pero quiero ver…

– Si es imperativo que vaya uno de los dos, iré yo -gruñó él.

Alrededor de la casa se había reunido un pequeño grupo de vecinos, todos visiblemente impresionados por la implicación del Duque en los asuntos de sus arrendatarios. Candy se colocó entre ellos mientras Terry subía la escalera y estuvo a punto de estallar de orgullo cuando escuchó comentarios como: «El Duque es de los buenos» o «No es demasiado engreído para realizar ningún trabajo».

Terry caminó por encima del tejado y se asomó a la chimenea.

– Todo parece correcto -dijo.

Candy se preguntó si tenía alguna experiencia previa con chimeneas en la cual basarse, pero entonces se dijo que daba igual. Parecía que sabía de qué hablaba, que era lo único importante para los arrendatarios y, además, el hombre que había realizado la limpieza estaba junto a ella y le había asegurado que la había dejado como nueva.

– Entonces, ¿Luisa tendrá ningún problema para calentar la casa este invierno? -le preguntó ella.

John Miller, el mampostero y deshollinador, respondió:

– Ninguno. De hecho, tendrá…

Lo interrumpieron los gritos de:

– ¡Dios Santo! ¡El Duque!

Candy levantó la mirada horrorizada y vio a su marido tambaleándose en lo alto de la escalera. Se quedó petrificada unos segundos, con la sensación de que el tiempo pasaba frente a sus ojos mucho más despacio de lo normal. La escalera crujió muy fuerte y, antes de que pudiera reaccionar, Terry estaba volando por los aires y arrastraba la escalera que, prácticamente, se desmoronaba ante sus ojos.

Candy gritó y echó a correr, pero cuando llego hasta su marido, él ya había caído al suelo y estaba inmóvil.

– ¿Terry? -exclamó, arrodillándose a su lado-. ¿Estás bien? Por favor, dime que estás bien.

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