Capitulo Veintiuno

1.1K 124 39
                                    

El temporal voto de abstinencia de Terry sólo fue eso, temporal, y pronto Candy y él volvieron a sus hábitos de recién casados.

Sin embargo, también tenían sus tareas independientes y un día, mientras ella miraba las páginas económicas del periódico, Terry decidió ir a dar una vuelta a caballo por el perímetro de la propiedad. Hacía un tiempo extraordinariamente cálido y quiso aprovechar la luz del sol antes de que empezara a hacer demasiado frío para los largos paseos. Le hubiera gustado llevarse a Candy, pero no sabía montar y se negaba en rotundo a empezar las clases hasta la primavera, cuando haría más calor y el suelo no estaría tan duro.

– Seguro que me caeré varias veces -le explicó-, así que prefiero hacerlo con el suelo verde y blando.

Mientras montaba, Terry recordó la conversación, se rió y salió al trote. Su mujer era muy práctica. Era una de las cosas que más le gustaban de ella.

Por lo visto, esos días su mente estaba constantemente ocupada con Candy. Empezaba a darle vergüenza la frecuencia con que la gente tenía que chasquear los dedos frente a su cara porque tenía la mirada perdida. No podía evitarlo. Si empezaba a pensar en ella, se le dibujaba una estúpida sonrisa en la cara y suspiraba como un idiota.

Se preguntó si la dicha del amor verdadero desaparecía algún día. Esperaba que no.

Cuando llegó al final del camino, había recordado tres comentarios graciosos que Candy había hecho la noche anterior, la había recordado cuando le había dado un abrazo a Deisy y había fantaseado con lo que iba a hacerle esa noche en la cama.

Aquella última forma de soñar despierto le hacía arder la sangre y le dejó los reflejos algo dormidos, y por eso probablemente no notó enseguida que su caballo estaba nervioso.

– Tranquila, Teodora. Tranquila, chica -dijo mientras tensaba las riendas. Sin embargo, el animal no le hizo caso y resopló de miedo y dolor-. ¿Qué te pasa? -se inclinó para acariciarle el cuello. No funcionó y, al cabo de poco, Terry estaba luchando por mantenerse sentado-. ¡Teodora! ¡Teodora! Tranquila, chica.

Nada. Terry tenía las riendas en la mano y, al cabo de un segundo, estaba volando por los aires sin apenas tiempo para decir «Maldición» antes de caer, con un golpe seco, sobre el tobillo derecho, el mismo que se había lesionado el día que había conocido a Candy.

Y luego repitió «¡Maldición!» varias veces más. El improperio no le ayudó a calmar el dolor que le subía por la pierna, ni a apaciguar su enfado, pero lo siguió gritando de todas formas.

Teodora relinchó por última vez y salió al galope hacia Gradchester House, dejando a Terry atrás, con un tobillo que sospechaba que no podría soportar ningún peso.

Murmurando una sorprendente variedad de improperios, se puso a cuatro patas y gateó hasta la base de un árbol cercano, donde se sentó apoyado en el tronco y siguió maldiciendo. Se tocó el tobillo a través de la bota y no le sorprendió descubrir que se le estaba hinchando a toda velocidad. Intentó quitarse la bota, pero le dolía demasiado. Tendrían que cortársela. Otro par de botas buenas a la basura.

Gruñó, agarró un palo que podría servirle de bastón y empezó a cojear hacia casa. El tobillo le dolía horrores, pero no sabía qué otra cosa hacer. Le había dicho a Candy que estaría fuera varias horas, de modo que nadie notaría su ausencia durante un tiempo.

Avanzaba muy despacio y a un ritmo no demasiado estable, pero consiguió llegar al final del camino y vio Gradchester House.

Y, por suerte, también a Candy, que corría hacia él a toda velocidad mientras gritaba su nombre.

– ¡Terry! -exclamó-. ¡Gracias a Dios! ¿Qué ha pasado? Teodora  ha vuelto, está sangrando y… -en cuanto lo alcanzó, se interrumpió para poder coger aire.

ERES MI SOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora