Capítulo Diezsisiete

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Candy se pasó la mañana siguiente recuperándose en la cama. Terry apenas se movió de su lado y, cuando lo hacía, enseguida lo sustituía un miembro de la familia, generalmente Maria o Deisy, puesto que Dayana  estaba ocupada limpiando el invernadero.

Sin embargo, por la tarde ya empezaba a estar un poco harta de Terry y de su omnipresente botella de láudano.

– Te agradezco mucho que te preocupes por mis quemaduras, dijo Candy, intentando apaciguarlo-, pero te prometo que el dolor no es tan fuerte como ayer y, además, parece que no pueda mantener una conversación sin dormirme.

– A nadie le importa -le aseguró él. -A mí sí.

– Ya te he reducido la dosis a la mitad.

– Y me sigue dejando medio dormida. Puedo soportar un poco el dolor, Terry. No soy ningún alfeñique.

– Candy, no tienes que ser una mártir.

– No quiero ser una mártir. Sólo quiero ser yo misma.

Él la miró con recelo, pero dejó la botella en la mesita.

– Si te duelen…

– Lo sé, lo sé. Me… -Candy soltó un suspiro de alivio cuando alguien llamó a la puerta, poniendo fin a la conversación. Terry todavía parecía que podía cambiar de opinión y obligarla a tomarse el láudano a la menor provocación-. ¡Adelante! -exclamó.

Deisy asomó por la puerta, con el pelo oscuro recogido, de modo que no le tapaba la cara.

– Buenos días, Candy -dijo.

– Buenos días, Deisy. Me alegro de verte.

La niña asintió con un gesto propio de la realeza y se subió a la cama.

– ¿Yo no merezco ningún saludo? -preguntó el Duque.

– Ah, sí, claro -respondió Deisy-. Buenos días, Terry, pero vas a tener que marcharte.

Candy contuvo una carcajada.

– ¿Y por qué? -preguntó él.

– Tengo asuntos extremadamente importantes que hablar con Candy. Asuntos privados.

– ¿De veras?

Deisy arqueó las cejas con altanería, una expresión que, de alguna forma, encajaba perfectamente con su cara de seis años.

– Sí. Aunque supongo que puedes quedarte mientras le doy su regalo.

– Qué generosa -dijo él.

– ¡Un regalo! ¡Qué amable! -exclamó Candy al mismo tiempo.

– Te he hecho un dibujo -la niña le ofreció una acuarela.

– Es muy bonito, Deisy -dijo Candy mientras observaba los trazos azules, verdes y rojos-. Es precioso. Es… Es…

– Es la pradera -dijo Deisy.

Candy suspiró aliviada por no tener que adivinarlo.

– ¿Ves? -continuó la pequeña-. Esto es la hierba. Y esto, el cielo. Y éstas son las manzanas del árbol.

– ¿Dónde está el tronco del árbol? -preguntó Terry.

Deisy lo miró con mala cara.

– Me he quedado sin marrón.

– ¿Quieres que pida un poco más?

– Es lo que más me gustaría del mundo.

Terry sonrió.

ERES MI SOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora