Capítulo Once

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Le golpeó el pecho con los talones de las manos y lo tiró a la cama.

– ¿Te has vuelto loco? -chilló.

Terry sonrió.

– Te aseguro que no tenías que recurrir a la fuerza para atraerme a tu cama, querida esposa.

– ¡Esto es sólo un juego para ti!

– No, Candy. Es el matrimonio.

– No sabes qué es el matrimonio.

– Ya, pero tú misma has admitido que tú tampoco -alargó el brazo para tomarla de la mano-. Sugiero que aprendamos juntos.

Ella apartó la mano.

– No me toques. No puedo pensar cuando me tocas.

– Una realidad muy alentadora -murmuró él.

Ella le lanzó una mirada mordaz.

– No voy a intentar seducirte.

– No sería tan complicado. Y siempre es agradable conseguir los objetivos que uno se propone.

– Sería increíblemente complicado -respondió ella, ofendida-. Sería incapaz de reunir el deseo suficiente para hacerlo bien.

– Ah. Un buen golpe, milady, pero claramente falso.

Candy quería responder algo agudo, pero no se le ocurrió nada. El problema era que ella también sabía que sus palabras eran falsas. Terry sólo tenía que mirarla y a ella se le doblaban las rodillas. Cuando alargaba la mano y la tocaba, apenas podía mantenerse en pie.

– Candy -dijo con suavidad-, ven a la cama.

– Voy a tener que pedirte que te marches -respondió ella con remilgo.

– ¿Ni siquiera piensas darle una oportunidad a mi plan? No me parece justo que descartes mis ideas de buenas a primeras.

– ¿Justo? ¡Justo! ¿Estás loco?

– A veces yo también me lo pregunto -dijo él entre dientes.

– ¿Lo ves? Sabes tan bien como yo que esto es una locura.

Terry maldijo para sí mismo y farfulló algo sobre que ella tenía mejor oído que un conejo. Candy se aprovechó de aquel relativo silencio para seguir a la ofensiva y dijo:

– ¿Qué podría ganar seduciéndote?

– Te lo explicaría -dijo él con picardía-, pero no estoy seguro de que tus tiernos oídos estén listos para eso.

Candy se sonrojó de golpe e intentó decir:

– Sabes que no me refería a eso -pero tenía los dientes tan apretados que sólo se oyó silbido.

– Ah, mi mujer reptil -suspiró Terry.

– Estoy perdiendo los nervios, milord.

– ¿De veras? No me había dado cuenta.

Candy nunca había querido abofetear a nadie en su vida, pero estaba comenzando a pensar que aquél era un buen momento para empezar. La actitud burlona y segura de su marido era casi insoportable.

– Terry..…

– Antes de que continúes -la interrumpió él-, permíteme que te explique por qué deberías considerar seriamente seducirme.

– ¿Has hecho una lista? -preguntó ella, arrastrando las palabras.

Él agitó la mano en el aire como si nada.

ERES MI SOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora