Capítulo Veintitrés

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Candy no contaba con que la golpearan en la cabeza, pero, aparte de eso, todo estaba saliendo según lo planeado. Había esperado junto al columpio, se había portado como una estúpida y, con voz aguda, había gritado «¿Terry?» cuando había oído pasos a su espalda, y se había resistido, aunque no demasiado, cuando había notado que alguien la agarraba por detrás.

Pero estaba claro que se había resistido más de lo que el atacante esperaba, porque el hombre había maldecido en voz baja y la había golpeado en la cabeza con algo que parecía un híbrido entre una roca enorme y un reloj de pie. El golpe no la dejó inconsciente, pero sí mareada y nauseabunda, estado que empeoró cuando el captor la metió en un saco y se la colgó del hombro.

Sin embargo, no la había cacheado, y no había encontrado las dos diminutas pistolas que se había escondido en las medias.

Gruñó mientras iba dando tumbos e intentaba, con todas sus fuerzas, no vaciar el contenido de su estómago. Al cabo de unos treinta segundos, la dejaron sobre una superficie dura, y pronto comprendió que estaba en la parte trasera de un carro.

También quedó claro que su captor no hizo nada por evitar los baches del camino. Si salía viva de ahí, iba a tener todo el cuerpo magullado.

Viajaron unos veinte minutos. Candy sabía que Maria y Thom iban a caballo, de modo que podrían seguirla con facilidad. Sólo rezaba para que pudieran hacerlo sin que los vieran.

Al final, el carro se detuvo y Candy notó que la levantaban en el aire sin ninguna delicadeza. La cargaron durante un instante y luego oyó cómo se abría una puerta.

– ¡La tengo! -gritó su captor.

– Excelente -aquella nueva voz era refinada, muy refinada-. Tráela aquí dentro.

Candy oyó cómo se abría otra puerta y luego, alguien empezó a desatar el saco. Alguien lo agarró por abajo y la dejó rodar por el suelo en una maraña de brazos y piernas.

Ella parpadeó, porque sus ojos necesitaban un tiempo para acostumbrarse a la nueva luz.

– ¿Candy? -era la voz de Terry.

– ¿Terry? -se levantó y se quedó de piedra ante lo que vieron sus ojos-. ¿Estás jugando a cartas? -si no tenía una buena explicación para todo eso, ella misma lo mataría.

– En realidad, es bastante complicado -respondió él, al tiempo que levantaba las manos, para que viera que las llevaba atadas.

– No lo entiendo -dijo Candy. La escena era absolutamente surrealista-. ¿Qué estás haciendo?

– Yo le giro las cartas -dijo el otro hombre-. Jugamos al vingt-et-un.

– ¿Y tú quién eres? -preguntó ella.

– Bob Willson.

Candy se volvió hacia Terry.

– ¿Tu primo?

– El mismo -respondió él-. ¿No es la pura imagen de la devoción filial? También hace trampas a las cartas.

– ¿Qué crees que puedes ganar con esto? -preguntó Candy a Bob. Colocó los brazos en jarra, con la esperanza de que no se diera cuenta de que no la había atado-. Ni siquiera eres el siguiente en la línea de sucesión.

– Ha matado a Neal -respondió Terry con voz neutra.

– Tú. Duquesa  -ladró Bob-. Siéntate en la cama hasta que terminemos esta mano.

Candy abrió la boca. ¿Quería seguir jugando a cartas? Movida básicamente por la sorpresa, se dirigió dócilmente hasta la cama y se sentó. Bob le repartió una carta a Terry y levantó una esquina para que éste pudiera verla.

ERES MI SOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora