Capítulo Siete

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Candy miró su nueva habitación y se preguntó cómo diantres iba a poder hacer suyo ese espacio imposible. Todo en la habitación reflejaba fortuna. Fortuna antigua. Dudaba que hubiera algún mueble de menos de doscientos años. La habitación de la Duquesa estaba muy decorada y era pretenciosa, y Candy se sentía tan en casa.

Se acercó al baúl abierto y buscó algo que le sirviera para transformar la habitación en un espacio más familiar y cálido. Tocó el retrato de su madre. Eso sería un buen inicio. Cruzó la habitación hasta la cómoda y colocó el retrato, de espaldas a la ventana para que la luz natural no lo estropeara.

– Perfecto -dijo con suavidad-. Aquí estarás muy bien. No te fijes en todas estas adustas ancianas que te miran. -Candy miró las paredes, que estaban llenas de Duquesas anteriores, aunque ninguna parecía demasiado amable-. Vosotras desapareceréis mañana -murmuró, sin sentirse estúpida por estar hablando con las paredes-. Esta noche podré soportarlo.

Cruzó la habitación hasta el baúl para seguir buscando objetos familiares. Estaba rebuscando entre sus cosas cuando alguien llamó a la puerta.

Terry. Tenía que ser él. Su hermana le había dicho que los criados nunca llamaban a la puerta. Ella tragó saliva y dijo:

– Adelante.

La puerta se abrió y apareció el que hacía menos de veinticuatro horas que era su marido. Iba vestido de forma informal, puesto que se había quitado la chaqueta y la corbata. Candy no pudo apartar la mirada del pequeño trozo de piel que asomaba por encima del cuello de la camisa desabrochado.

– Buenas noches -dijo Terry.

Candy lo miró a los ojos.

– Buenas noches -ya estaba; había sonado como si lo dijera alguien a quien la cercanía de Terry no lo alterara. Por desgracia, tenía la sensación de que él veía más allá de su alegre voz y su amplia sonrisa.

– ¿Te estás instalando? ¿Todo bien? -preguntó él.

– Sí, muy bien -ella suspiró-. Bueno, de hecho, no tan bien.

Él arqueó una ceja.

– Esta habitación intimida -le explicó ella. -La mía está al otro lado de esa puerta. Serás bienvenida a instalarte allí, si quieres.

Ella se quedó boquiabierta.

– ¿Hay una puerta que conecta con tu habitación?

– ¿No lo sabías?

– No, pensaba que... Bueno, en realidad no he pensado dónde llevaban todas estas puertas.

Terry cruzó la habitación y empezó a abrir puertas.

– Baño. Vestidor. Armario -se dirigió hacia la única puerta que había en la pared este de la habitación y la abrió-. Y miro, la habitación del Duque.

Candy contuvo la urgencia de soltar una risotada nerviosa.

– Imagino que muchos Duques y Duquesas prefieren las habitaciones contiguas.

– En realidad, no tantos -dijo él-. Las relaciones entre mis antepasados eran tempestuosas. La mayoría de los Duques y Duquesas de Grandchester se detestaban a muerte.

– Madre mía -suspiró Candy-. Qué alentador.

– Y los que no... -Terry hizo una pausa para poner énfasis en sus palabras y dibujar una sonrisa salvaje-. Bueno, estaban tan perdidamente enamorados que tener habitaciones y camas separadas era algo impensable.

– Imagino que ninguno encontró el término medio, ¿verdad?

– Sólo mis padres -respondió él mientras se encogía de hombros-. Mi madre tenía sus acuarelas, y mi padre, sus perros de caza. Y siempre tenían una palabra amable para el otro cuando sus caminos se cruzaban, que no era demasiado a menudo, claro.

ERES MI SOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora