Capítulo Quince

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Como de costumbre, Candy levantó temprano y alegre. Sin embargo, lo extraño es que se despertó en la cama de Terry, acurrucada contra él y rodeada por sus brazos.

Después de coserle el brazo por segunda vez, su marido se había quedado dormido enseguida. Había sido un día agotador y doloroso, y la botella de coñac adicional no había ayudado. Candy quiso dejarlo descansar, pero cada vez que intentaba levantarse e irse a su habitación, él se despertaba. Al final, se había quedado dormida encima de las mantas.

Salió de la habitación sin hacer ruido, porque no quería despertarlo. Estaba profundamente dormido y sospechaba que su cuerpo necesitaba descansar.

Ella, en cambio, era físicamente incapaz de dormir hasta tarde; después de quitarse el vestido arrugado y ponerse uno limpio, bajó a desayunar. También como de costumbre, Maria ya estaba a la mesa hojeando el periódico que llegaba cada día con el correo de Londres.

– Buenos días, Candy -dijo.

– Buenos días.

Se sentó y, al cabo de un momento, Maria le preguntó:

– ¿Qué pasó anoche? Oí que Terry iba bastante intoxicado.

Candy le explicó los detalles del día anterior mientras untaba uno de los bollos recién hechos de la señora Ely con mermelada de naranja.

– Y esto me recuerda… -dijo, cuando le acabó de explicar la segunda experiencia de Terry con los puntos.

– ¿Qué te recuerda?

– Estuve pensando en algo especial que pudiera hacer por los arrendatarios para el invierno y las Navidades, y se me ocurrió que podría hacerles mermelada casera.

Maria había alargado el brazo para coger otro bollo, y se quedó inmóvil a medio camino.

– Espero que no implique que vuelvas a entrar en la cocina.

– Será una sorpresa especial porque seguro que no esperan que una Duquesa  cocine.

– Quizá sea por un motivo. Aunque, en tu caso, creo que la gente ya ha aprendido a esperar cualquier cosa.

Candy frunció el ceño.

– Te aseguro que he hecho mermelada cientos de veces.

– No, si te creo. Pero creo que nadie más te creerá. Y menos la señora Ely, que sigue quejándose cada vez que encuentra hollín en algún rincón de la cocina.

– A la señora Ely le gusta quejarse.

– Eso es cierto, pero sigo sin estar convencida…

– Pues yo lo estoy -respondió Candy con énfasis-, y es lo único que importa.

Cuando terminaron de desayunar, había convencido a Maria para que la ayudara y enviaron a dos doncellas a comprar frutos rojos. Al cabo de una hora, volvieron de la ciudad con un gran surtido de frutos rojos y Candy se dispuso a trabajar. Como era de esperar, a la señora Ely no le hizo ninguna gracia ver a la Duquesa por la cocina.

– ¡No, no, no! -gritó-. ¡Lo del horno ya fue suficiente!

– Señora Rly -dijo Candy con su voz más severa-, ¿necesita que le recuerde que soy la señora de la casa y que, si me apetece, puedo llenar las paredes de crema de limón?

La señora Ely palideció y miró aterrada a Maria.

– Exagera -le explicó ésta enseguida-, pero quizá sería mejor si hoy trabajara fuera de la cocina.

– Una idea excelente -asintió Candy, y prácticamente sacó a empujones al ama de llaves de la cocina.

– No sé por qué creo que a Terry no le va a hacer ninguna gracia -dijo Maria.

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