Capítulo Tres

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Candy nunca había sido una chica de carácter fuerte. Sí, como su padre solía decir, hablaba mucho, pero era una chica sensible y sensata que no gritaba ni se enrabietaba.

Sin embargo, ese aspecto de su personalidad no apareció en Grandchester House.

– ¿Qué? -gritó mientras se levantaba-. ¡Cómo se atreve! -exclamó mientras se abalanzaba sobre Terry, que empezó a retroceder muy despacio debido a la herida y al bastón-. ¡Será desalmado! -chilló, mientras lo empujaba y caía al suelo con él.

Terry  gruñó.

– Si me ha empujado -dijo-, debe de ser la señorita White.

– Por supuesto que soy la señorita White -gritó ella-. ¿Quién iba a ser, si no?

– Debo señalar que no parece usted.

Aquello provocó que Candy hiciera una pausa. Estaba segura de que se parecía bastante a una rata empapada, con la ropa llena de barro y el sombrero… Miró a su alrededor. ¿Dónde diablos estaba el sombrero?

– ¿Ha perdido algo? -le preguntó Terry.

– Mi sombrero -respondió Candy que, de repente, se sentía muy avergonzada.

Él sonrió.

– Me gusta más sin sombrero. Me preguntaba de qué color era su pelo.

– Es rubio -respondió ella, que se dijo que aquello tenía que ser la indignidad total. Odiaba su pelo; siempre lo había odiado.

Terry tosió para camuflar otra sonrisa. Candy estaba rebozada de barro, hecha una furia y él no recordaba la última vez que se había divertido tanto. Bueno, sí que lo recordaba. El día anterior, para ser exactos, cuando había caído de un árbol y había tenido la buena suerte de aterrizar encima de ella.

Candy alargó la mano para apartarse un mechón mojado y pegajoso de la cara, lo que provocó que el húmedo vestido se le pegara al cuerpo. La piel de Terry se encendió.

«Sí -pensó-. Sería una esposa perfecta.»

– ¿Milord? -preguntó el mayordomo mientras se agachaba para ayudar al Lord a levantarse-. ¿Conocemos a esta persona?

– Me temo que sí -respondió Terry, lo que le valió una mordaz mirada de Candy-. Por lo visto, la señorita White ha tenido un día complicado. Quizá podríamos ofrecerle un té y… -la miró con recelo- una toalla.

– Se lo agradecería -respondió Candy con recato.

El Duque  la miró mientras se levantaba.

– Confío en que haya estado reconsiderando mi proposición. Jaime se detuvo en seco y se volvió.

– ¿Proposición? -exclamó.

Terry  sonrió.

– Sí, Jaime. Espero que la señorita White me conceda el honor de ser mi mujer.

El mayordomo palideció. Candy lo miró con una mueca.

– Me ha sorprendido la tormenta -dijo, aunque luego pensó que era más que obvio-. Normalmente estoy un poco más presentable.

– La ha sorprendido la tormenta -repitió Terry-. Y doy fe de que normalmente está mucho más presentable. Te aseguro que será una excelente Duquesa.

– Todavía no he aceptado -murmuró Candy.

Parecía que Jaime fuera a desmayarse en cualquier momento.

– Aceptará -dijo Terry con una sonrisa cómplice.

– ¿Cómo puede…?

– ¿Por qué otro motivo habría venido, si no? -la interrumpió él. Se volvió hacia el mayordomo-. Jaime, el té, por favor. Y no te olvides de la toalla. O mejor trae dos -bajó la mirada hasta los charcos que Candy estaba dejando en el suelo de madera y volvió a mirar al criado-. Será mejor que traigas varias.

ERES MI SOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora