Capítulo Veite

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Al mediodía del día siguiente, Candy  ya casi había recuperado el color normal y Terry tuvo claro que su percance con la comida envenenada no le dejaría secuelas. Pony estaba de acuerdo, pero le había ordenado que le diera pedazos de pan para absorber cualquier resto de veneno que pudiera quedarle en el estómago.

Terry  siguió el consejo a rajatabla y, a la hora de la cena, Candy estaba tan harta que le suplicaba que no la obligara a comer más pan.

– Otro trozo no -gimoteó-. Me revuelve el estómago.

– Todo te revolverá el estómago -respondió él con un tono de voz propio de una madre. Hacía días que había aprendido que Candy respondía mejor a un discurso directo.

Ella gimió.

– Entonces, no me hagas comer. -Debo hacerlo. Te ayudará a absorber el veneno. -Pero si sólo ha sido leche en mal estado. Seguro que ya no me queda ni una gota en el estómago.

– Leche en mal estado, huevos pasados… No hay forma de saber qué provocó el ataque -la miró con una mirada extraña-. Sólo sé que anoche parecía que ibas a morirte.

Candy no dijo nada. Anoche sintió que iba a morir.

– Está bien -dijo despacio-. Dame otro trozo de pan.

Terry le dio una rebanada.

– Creo que Pony tenía razón. Pareces más activa desde que has empezado a comer pan.

– Y Pony parece considerablemente más lúcida desde mi desgraciado envenenamiento.

Él la miró pensativo.

– Creo que Pony sólo necesitaba a alguien que la escuchara de vez en cuando.

– Y hablando de gente que quiere que la escuchen de vez en cuando… -dijo Candy mientras hacía un movimiento con la cabeza hacia la puerta.

– ¡Buenas noches, Candy! -exclamó Deisy, muy contenta-. Has dormido todo el día.

– Lo sé. Soy una perezosa, ¿no crees?

La niña se encogió de hombros.

– Te he hecho un dibujo.

– ¡Es precioso! -exclamó Candy-. Es un delicado… delicado… -miró a Terry, que no le sirvió de gran ayuda- ¿conejo?

– Exacto.

Candy suspiró aliviada.

– He visto uno en el jardín. He pensado que te gustarían las orejas.

– Me encantan. Me encantan las orejas de los conejos. Son muy puntiagudas.

Deisy se puso seria.

– Mamá me ha dicho que te bebiste leche en mal estado.

– Sí, y me temo que me ha sentado muy mal.

– Debes oler siempre la leche antes de bebértela -le dijo la niña-. Siempre.

– A partir de ahora lo haré -Candy acarició la mano de la pequeña-. Te agradezco el consejo.

Deisy asintió.

– Yo siempre doy buenos consejos. Candy se rió.

– Ven aquí, tesoro, y dame un abrazo. Será la mejor medicina del día.

Deisy subió a la cama y abrazó a Candy.

– ¿Quieres que te dé un beso?

– Claro.

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