Capítulo Diecinueve

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La siguiente semana fue pura dicha. Candy y Terry se pasaron más tiempo en la cama que fuera, y cuando bajaban al primer piso, parecía que la vida conspiraba para enviarles sólo cosas buenas. Ella tuvo la primera prueba de vestidos, Dayana terminó de limpiar el invernadero y le dijo que le gustaría mucho ayudarla con la replantación, y Deisy pintó cuatro acuarelas más, una de las cuales realmente parecía un caballo.

Más tarde Candy descubrió que se suponía que era un árbol, pero por lo visto no había herido los sentimientos de la niña.

De hecho, lo único que habría puesto la guinda de la perfección su vida hubiera sido que Terry se postrara a sus pies, le besara todos y cada uno de los dedos y le declarara su amor eterno. Sin embargo, Candy intentaba no pensar demasiado en el hecho de que él todavía no le había dicho que la quería.

Y, para ser justos, ella tampoco había reunido el valor suficiente para decírselo a él.

Aunque era optimista. Sabía que a Terry le gustaba su compañía y nadie podía dudar que eran extremadamente compatibles en la cama. Sólo tenía que ganarse su corazón, y no dejaba de repetirse que jamás había fracasado en nada que realmente se hubiera propuesto conseguir.

Y realmente quería conseguir esto. Incluso había empezado a redactar sus propias listas, aunque la más activa era: «Cómo conseguir que Terry se dé cuenta de que me quiere».

Cuando no estaba pensando en que su marido todavía no le había dicho que la quería o estaba haciendo algo para conseguir que la quisiera, dedicaba el tiempo a revisar las páginas financieras del periódico. Por primera vez en su vida, tenía el control sobre sus ahorros y no quería meter la pata.

Por lo visto, Terry se pasaba el día buscando formas de llevarse a Candy a la cama. Ella presentaba la resistencia justa, y sólo lo hacía porque él seguía escribiendo listas para coaccionarla, aunque siempre eran terriblemente divertidas.

Una noche, mientras ella estaba en el despacho repasando sus inversiones, Terry le presentó la que más adelante ella declararía que había sido su favorita:

CINCO FORMAS DE QUE CANDY PUEDA IR DEL DESPACHO A LA HABITACIÓN

1. Caminar deprisa.

2. Caminar muy deprisa.

3. Correr.

4. Sonreír con dulzura y pedir a Terry que la lleve.

5. A la pata coja.

Candy arqueó las cejas cuando leyó el último punto. Terry se encogió de hombros.

– Se me acabaron las ideas.

– Te das cuenta de que ahora tendré que subir a la pata coja, ¿verdad?

– Me encantaría llevarte en brazos.

– No, no. Has arrojado el guante. No tengo otra opción. Debo subir a la pata coja o perderé mi honor para siempre.

– Mmm, sí -dijo él frotándose la barbilla pensativo-. Te entiendo.

– Aunque si ves que pierdo el equilibrio, tómate la libertad de ayudarme a apoyar los pies.

– Mejor dicho, el pie.

Candy intentó asentir con elegancia, pero la picara sonrisa que dibujó arruinó el efecto. Se levantó, fue a la pata coja hasta la puerta, se volvió hacia su marido y preguntó:

– ¿Está permitido cambiar de pierna?

Él meneó la cabeza.

– No sería una pata coja decente.

ERES MI SOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora