Parte 12

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-Está bien, te lo prometo.

-Esto es muy serio y, pase lo que pase, no puedes echarte tras.

-De acuerdo, no me echaré atrás. Ahora dilo.

-Ve a Oxford y yo te acompañaré al aeropuerto, antes de que acabe la semana te quiero allí.

-¿Tan pronto?

-Sí, no lo demores más porque tienes la notificación desde hace por lo menos un mes.

-Deseo concedido.

-Prométeme solemnemente que no me buscarás, que no estarás pendiente de mí, que no renunciarás a tu vida y a tus sueños por mí y que no intervendrás en los míos, que me dejarás libre para que yo me encuentre a mí mismo y sepa lo que quiero hacer con mi vida... y nos lo vamos a jugar a "piedra, papel y tijeras", si gano yo lo cumplirás, si no lo haces, me marcharé y me perderás.

A YiBo le dio un vuelco el corazón, no quería hacerlo, le parecía una broma pesada que le estaba gastando Zhan pero, no era así, le bastó una sola mirada para ver que seguía hablando completamente en serio. ¿Qué iba a hacer sin él? Le estaba pidiendo demasiado. No era posible. Se desesperó, no lo haría pero Zhan le apretaba las manos exigiéndole una respuesta.

-YiBo, cálmate y respóndeme, confía en mí, ¿quieres?

Al final acabó por aceptarlo porque en los ojos de Zahn aun estaba la súplica anhelante y una fuerte determinación en sus propósitos. Que decidiera la suerte.

Ganó Zhan. YiBo estaba desolado.

-Te aseguro que, un día, no te arrepentirás de esto.

-Lo dudo mucho, ya estoy arrepentido y no creo que vaya a cambiar de opinión.

-Lo harás, te lo garantizo. El destino nos volverá a juntar y ya no será igual y, si no lo hace, yo mismo lo forzaré para que nos encontremos de nuevo.

Zhan se levantó para ir al baño. YiBo pagó las consumiciones y le siguió para empujarle dentro de una de las cabinas y cerró la puerta con el pestillo. Se apoderó de su boca obligándole a que la abriera para jugar con su lengua. Zhan se dejaba hacer pero no respondía a los abrazos, se estaba quedando sin aire. Se separó de él, estaba furioso y golpeaba la pared con los puños cerrados, su cuerpo completamente recostado sobre el de él, no quería dejarlo marchar. Esperaba que le dijese que no había pasado todo lo de antes, que no iba en serio pero no lo hizo, no se retractó.

-No nos lo pongas más difícil a ambos, YiBo, me ha costado muchísimo tomar esta decisión, lo he meditado durante meses, ni siquiera yo entendía mis motivos pero al final los comprendí, los acepté y seguiré adelante. No quiero mirar atrás.

Levantó los brazos y le rodeó el cuello, depositó en su boca un beso cálido, suave, con sabor a despedida. Se inclinó hacia la puerta y la abrió, YiBo seguía contra la pared, estaba llorando.

-Te quiero YiBo, no lo olvides nunca y si el destino no se pone de nuestra parte, yo mismo te encontraré.

Pocos días después le acompañó al aeropuerto y no soltó ni una lágrima. Zhan estuvo muy pendiente de él, le preguntó por el pasaporte, el billete, los horarios de trenes para Oxford, planos de la ciudad y esperó a su lado hasta que le vio perderse entre la gente camino del avión, saludándole con la mano.

De eso habían pasado ya seis largos años en los que sufrió lo indecible y ahora tenía delante de sus ojos a aquel hombre al que tanto amaba y apenas podía creerlo. Estaba feliz y expectante, no tenía ni idea de cuáles eran los planes de Zhan pero, por su parte, lo iba a retener todo lo que pudiese. Había cambiado mucho pero no físicamente, no su cara, una piel juvenil, perfecta. Era un hombre seguro de sí mismo, muy competente que se movía con aplomo contestando cualquier pregunta, como todo un experto. Habían cumplido 32 años, ambos eran de la misma edad, él unos meses mayor. Estaba más musculoso, lo había visto antes, un cuerpo en buena forma física que no se parecía a aquel chico delicado y frágil de los últimos días de universidad, cuando lo tuvo que arrastrar para que comiera y que, mientras estaban en la cama y lo abrazaba para dormir, tocaba solo piel y huesos. Miró su reloj con la rosa grabada en la esfera, la reunión estaba a punto de acabar. Había permanecido sumido en sus pensamientos todo el tiempo, recordando con los ojos entrecerrados hasta que sintió un dedo que tocaba la punta de su nariz.

-Señor YiBo, espero no haberte aburrido con mi charla y te quedaste dormido.

Tenía ante sí aquella resplandeciente sonrisa que le volvía loco y tuvo que agarrarse al canto de la mesa para no saltar sobre él, abrazarlo y llenarle la boca y el cuerpo entero de besos.

-¿Tienes algo más que hacer hoy?

-No, y mañana tengo todo el día libre, ¿por qué lo preguntas?

Lo tomó del brazo y se fue hacia su padre.

-Papá, dile a mamá que esta noche tenemos un invitado muy especial para cenar, que no se ande con ceremonias.

-De acuerdo hijo, pero no lleguéis tarde, ya sabes cómo se pone cuando se le enfría la comida.

-Descuida, estaremos a tiempo.

UNO DOS TRES... PERDÍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora