Prólogo

103 8 2
                                    

Era una cálida tarde en el sur de Italia. La brisa marina empapaba el ambiente casi veraniego que se respiraba en pleno mes de mayo. El sol iluminaba hasta el último poro de aquella casa blanca que estaba a pie de playa y la luz se colaba por el enorme ventanal de la habitación de la niña. Las paredes rosas y llenas de dibujos pintados por ella misma encerraban un cuarto de juguetes en el que ella solía pasar la mayor parte de su tiempo.

Desde esa habitación, no se escuchaba ni un solo ruido, salvo las olas del mar chocando con las rocas del arrecife. Jugaba con unas bonitas muñecas que le habían regalado por su cumpleaños, cortesía de su tío Francesco, que solía ser muy bondadoso con ella. La mitad de los juguetes de aquella habitación habían sido regalos suyos debido a que ostentaba una gran fortuna proveniente de su desconocido trabajo, a pesar de que solo tenía 25 años. Por supuesto, a ella le gustaría saber sobre ese trabajo que parecía dar tantos beneficios, pues, a sus siete años, ya había tenido tiempo para pensar a lo que podría dedicarse en el futuro y aún no tenía nada claro por lo que no podía descartar opciones.

Fue en ese momento cuando su juego se vio interrumpido por su padre, que, entrando de manera abrupta en la habitación y con un singular tambaleo, consiguió asustar a la niña con sus gritos. Más la asustó cuando sin mediar palabra, la agarró del vestido con fuerza y la lanzó sobre la cama como si se tratase de un peluche.

Era la primera vez que su padre la trataba con tal brutalidad y, al ver el gesto de su padre, que reía mientras la sujetaba en la cama, quiso echar a llorar del pánico que sintió. 

Entonces, el corpulento hombre empezó a desabrochar su cinturón con la mano que le quedaba libre y se bajó los pantalones. La niña no entendía lo que estaba sucediendo ni por qué su padre se acababa de sacar su pene. Pensó que quizá se hacía pis o que quería hacerle algún tipo de broma.

Escuchó a su madre subir por las escaleras y dando golpes a las paredes.

—¡No la toques! —gritaba desde el pasillo, aún sin haber llegado a la puerta.

La pequeña, al notar a su madre tan asustada, empezó a llorar y a chillar su nombre pero el hombre no tardó en colocarle su enorme mano en la boca. Con la otra mano, le arrancó el vestido de flores que llevaba y lo lanzó al suelo. La niña chilló, no solo por ver su vestido favorito destrozado, sino porque su padre también le retiró las braguitas. El hombre comenzó a toquetear el cuerpo de la niña mientras no paraba de reírse como un maníaco e incluso introdujo uno de sus gordos dedos en el interior de su hija. Ella aulló de dolor. Nunca pensó que su padre pudiera hacerle daño y lo peor es que no sabía por qué lo estaba haciendo. ¿Había hecho algo mal? ¿Había dicho algo que no debía? ¿Era porque no había recogido la habitación?

El padre continuó, sirviéndose de los gritos de la niña para masturbarse mientras la veía. Ella ni siquiera entendía lo que hacía, solo quería salir de allí y volver a jugar con sus muñecas.

Fue en ese momento cuando todo se paró. Su padre cayó al suelo, tras recibir un golpe en la parte posterior de la cabeza. Detrás de él, apareció la madre de la niña, cubierta de moratones y heridas que sangraban. Su camiseta blanca de tirantes estaba desgarrada y manchada y sus vaqueros estaban sucios. Se acercó a la niña corriendo y la abrazó con todas sus fuerzas. Le pidió perdón mientras la consolaba y la arropó con una manta antes de salir corriendo.

Bajó las escaleras, con la niña a cuestas y un cuerpo medio adormecido por los golpes. Rebuscó en el cajón del mueble de la entrada las llaves del coche, suplicando que su marido no volviese a estar consciente hasta que ella y su hija estuvieran lo más lejos posible.

En cuanto tuvo las llaves en la mano, salió de la casa y, al instante, supo que había llegado el final. Justo delante de ella aparcó un todoterreno negro, con las llantas empapadas de barro. De él, salieron dos hombres vestidos de uniforme y con gafas de sol, a lo cuáles se unió su jefe: Francesco Bianchi.

—¡Fiorella! —exclamó con fingido entusiasmo—. ¡Qué grata sorpresa!

—Francesco... ¿Qué... Qué te trae por aquí?

—Pasaba a ver a mi hermano y a su preciosa hija pero ya veo que teníais prisa. ¿Ibais a algún sitio?

Estaba completamente segura de que no había pasado por alto las heridas que adornaban su cuerpo pero Francesco era incluso peor que su hermano y tratar de buscar ayuda en él sería inútil. Seguramente, ya sabía lo que estaba sucediendo y solo alargaba el momento. Era un ser despreciable y absolutamente cruel así que a Fiorella solo le quedaba rezar por la vida de su hija y por la suya. Tragó saliva y le contestó:

—No... Bueno, iba al supermercado.

—Al supermercado... —asintió Francesco. El corazón de Fiorella cada vez latía más rápido. La niña vio la mueca de terror en su rostro. No entendía nada. El tío Francesco siempre se había portado bien con ella. ¿Por qué su madre le tendría miedo?

Se giró y le hizo un gesto a uno de sus hombres. Éste asintió y entró en la casa. Al cabo de un rato, bajó y le hizo un gesto a su jefe.

Francesco se volvió hacia su otro hombre:

—Llévate a la cría.

Éste no dudó ni un segundo y se acercó a Fiorella. Agarró a la niña por la cintura y empezó a tirar de ella.

—¡No, no! —chilló la niña y continuó repitiéndolo mientras se aferraba a su madre.

—Francesco, por favor... —sollozó la madre.

—Cállate.

El hombre por fin pudo retirarle a la niña mientras ésta pataleaba y lloraba. La madre también había comenzado a llorar. La habían descubierto y sabía lo que le esperaba. Ese cretino no se andaba con tonterías.

—Métela en el coche y llévatela de aquí —le ordenó al hombre que tenía a la niña.

ESTRENO EL 1 DE OCTUBRE

Llevaba tiempo sin aparecer por Wattpad pero, finalmente, lo he hecho. El 1 de octubre tendréis disponible el primer capítulo de esta novela que espero que os guste tanto como a mí. Espero que tengáis la paciencia de esperarme;)

Un beso enorme <3

Nyah Grizz

Nathalie [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora