Capítulo 3: El correo.

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Leí el asunto "Suspensión de clases", me parecía bastante lógico por lo que había pasado a la mañana, lo abrí para leer el cuerpo del mensaje "Se informa la suspensión de clases por problemas legales de la institución, a nuevo aviso se retomarán las actividades".

Bueno, no era tan malo, podía ser peor, todo iba a mejorar tarde o temprano, avisé en nuestro grupo de WhatsApp la llegada del correo y todos lo tomamos con calma, eran dos semanas más de "vacaciones", no venía nada mal.

Fui a la cocina, se lo comuniqué a mis padres, se preguntaron que podría haber pasado, que tipo de problema legal sería y comenzaron a ver en noticias y diarios, pero no encontraron nada relacionado con el colegio.

Salí afuera, vi a Marco con Max, le sacaba fotos. Siempre que se hacía el galán con alguna chica usaba a mi caballo para hacerse el campesino y enamorarla, siempre odié que haga eso. Le tiré una manzana en la espalda y le dije que se aleje, se enojó pero se fue. Levanté la manzana y se la di a Max, me subí en él y nos fuimos al río, nunca solía llevar mi celular, pero esa vez lo hice de manera espontánea, tal vez por si llegaba un nuevo comunicado del colegio o algo así, la verdad no lo sé, simplemente lo metí en la mochila y me lo llevé.

El paso era lento, íbamos tranquilos, veíamos a las ovejas pastar a la orilla del camino y alejarse a nuestro paso, eran de la estancia vecina, siempre se le escapaban seguido porque su tranquera solía caerse con el viento. Seguíamos por el camino de siempre sin parar, hasta que mi celular sonó, Max se detuvo, le indiqué que siga caminando y obedeció. Metí mi mano en la mochila y saqué mi teléfono, me estaban llamando, era un número que no estaba agendado, una característica muy rara que nunca había visto, no atendí, seguro no era nada importante, de todas formas no estaba interesada en hablar con desconocidos, y pensé que tal vez seria alguna empresa ofreciendo algún plan, sorteo o algo por el estilo.

Ya casi llegábamos al río, Max suspiró y cabeceó, significaba que quería trotar, yo siempre entendía lo que quería decirme. Le dije que espere a que guarde mi celular, me saqué la mochila, y cuando lo iba a meter nuevamente en ella, vuelve a sonar, maldije en voz alta, nadie me escuchaba, me decidí a atender para que ya no me llamen. "¿Hola?" nadie respondió, "¿Hola, quién habla?" dije nuevamente. Alguien me respondió con otro "hola" demasiado alegre, pidió perdón por la demora e instantáneamente me dijo que se llamaba Francesco y que era italiano. Había venido a vivir al pueblo por temas de trabajo de su padre y se había anotado en la misma escuela a la que voy yo, me comentó que estaba bastante perdido debido a que no conocía a nadie, que sabía español pero que a veces le costaba manejarse con él y que un preceptor le había dado mi número para que lo ayude a orientarse.

Fue una gran coincidencia el hecho de que vivía a tan solo dos kilómetros de mi casa, es decir pasando la estancia de la tranquera floja. Le dije que en una hora podíamos reunirnos así le explicaba un par de cosas, acordamos que nos veríamos en el puente rojo, era un puente que cruzaba una parte del río y lo recuerdo bastante llamativo, y que además estaba a la mitad del camino entre su casa y la mía. Corté la llamada, guardé mi celular y Max comenzó a trotar camino al río. En el trayecto no podía parar de pensar en ese acento tan particular y un poco seductor con el que Francesco me había hablado, era divertido.

La Última Cabalgata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora