"Fran", le dije. "¿Sí Clara?" exclamó. "¿Qué estás ocultando? Sabés que podés confiar en mí."
Lo escuché suspirar, ya se esperaba que le hiciera esa pregunta o algo por el estilo, se dio la vuelta en el pequeño banco y me miró, levantó la cabeza y se sacó la gorra, mi corazón latía tan fuerte que podía sentirlo y hasta escucharlo, debajo de sus rulos vi marcas en su frente, algo así como raspones o rasguños, vi que se pasó la lengua por los labios, lo notaba nervioso y se sacó los lentes.
Mi mundo se vino abajo, tenía un ojo morado, tan morado como una aceituna muy, muy madura, estaba hinchado, prácticamente no se le veía. Se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar muy disimuladamente, me di cuenta que no quería hacerlo delante de mí.
Estaba muy claro que no conocía ese lado de él, sin decir nada me acerqué, me arrodille delante de él y lo abracé, el recibió el abrazo y me lo devolvió, estaba destrozada, ni siquiera podía hablar. No podía soportar verlo así, siempre había sido muy bueno conmigo, me hacía mal verlo así.
No quería preguntar que le había pasado, no era necesario, ya imaginaba que el viejo estúpido de su padre había sido el causante de todo eso, sentía una impotencia que recorría todo mi cuerpo, prácticamente al mismo tiempo ambos nos incorporamos, acaricié su mejilla y dijo "Clara, me escapé de casa, la verdad es que no se a donde ir".
No sabía que decir, lo besé en la mejilla y le dije que todo iba a estar bien, que me espere ahí. Corrí hasta mi casa con el llanto a punto de brotar, entré al baño y agarré el botiquín, saqué un par de gasas para sus manos que también estaban lastimadas, el frasquito de pervinox y hielo para su ojo, no sabía si iba a hacer efecto pero por algún motivo me pareció necesario.
Volví a donde estaba él, me di cuenta que había vuelto a llorar, le agarré la mano y comencé a vendársela, puse suavemente pervinox en sus heridas de la frente y le di la bolsita con hielos para que se la sostenga en el ojo.
"No entiendo porque hacés todo esto por mi Clara, de verdad muchas gracias" exclamó, no respondí, simplemente le sonreí y volví a acariciar su mejilla. El cerró sus ojos, o por lo menos el ojo que podía verse sin dificultades. "Quedáte acá, con nosotros, el tiempo que sea necesario" le dije. No había pensado ni siquiera en pedir permiso, solo quería que se quedara, quería que estuviera bien.
Me tomó de la mano, puso la bolsita de hielo en la pequeña mesa, se acercó a mí y me besó, ese beso fue aún más cálido que el abrazo, ese beso me hizo saber que estaba en el lugar en el que quería estar.
Lo miré y le dije que debía estar tranquilo para que todo mejore, y que iba a ir adentro para comunicar que se quedaría unos días. Asintió y agradeció. Cuando estaba caminando a mi casa escuché que se paraba para acariciar a Max.
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La Última Cabalgata.
Roman pour AdolescentsLa historia de Clara, una joven que a causa de quince días totalmente libres podrá experimentar nuevas sensaciones, tendrá un encuentro con ella misma y su entorno. Pero no sabrá que el enemigo la sigue, y que en cualquier momento deberá escapar. Si...