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【Dictadura Militar】

No estaba segura de cuánto tiempo llevaba allí encerrada. ¿Dos semanas? ¿Tres? ¿O ya había pasado todo un mes?

Al principio, había intentado contar los días de su encierro, pero las cuatro paredes de cemento que la rodeaban no tenían ventana y la única fuente de luz de la habitación era un foco viejo que colgaba del techo, que permanecía prendido todo el tiempo. Sin poder saber si era de día o de noche, el paso de los días se volvió borroso y el tiempo algo confuso.

La única puerta de la habitación permanecía cerrada con llave todo el tiempo, excepto en las raras ocasiones en las que se acordaban de alimentarla, y un soldado aparecía para dejar una bandeja al costado de la puerta. Siempre que lo hacía tenía un arma empuñada y apuntando hacia ella, sus ojos puestos en cada movimiento que la chica hiciera.

A pesar de la amenaza y el miedo que surgía cada vez que tenía a aquel soldado frente a ella, Formosa sabía que su intención no era matarla. No eran tan idiotas como para intentar tal cosa.

No. Esta era una lección.

La puerta de aquella celda se abrió de golpe, asustando a la provincia que se encontraba recostada en una esquina. La luz del foco titiló por unos segundos y el sonido de las botas contra el suelo le puso la piel de gallina.

-Buenos días, Formosa - la voz de Colombo retumbó entre las paredes de cemento y la chica no pudo evitar encogerse de miedo ante el volumen, luego de días en que el silencio fue su única compañía.

-Oh vamos, no seas así. ¿No sabes que es de mala educación no devolver el saludo de alguien? - preguntó con cierta molestia, dando un par de pasos más hacia la provincia y causando que el pánico se disparara en ella

-B-Buenos días.. General - su voz ronca era casi irreconocible a sus oídos, tenía la garganta muy seca y hablar sólo parecía empeorar la situación. No recordaba cuándo fue la última vez que le dieron algo de agua.

-Así está mucho mejor, ¿no? - dijo con una sonrisa orgullosa, como si de un perro que había aprendido a seguir las órdenes de su dueño se tratase.

Y todo había comenzado por eso ¿no? Porque Formosa se había negado a aceptarlo como gobernador, porque ella rechazaba el "Proceso" y todas las ideas que este intentaba imponer en sus tierras.

Porque había intentado levantar su voz y ellos decidieron callarla antes de que alguien pudiera escucharla.

-Nde ambopy'ako'õ - escupió en la cara de aquel hombre, consumida en ese momento por el enojo y el resentimiento.

Pero ese fue su error. La expresión de aquel hombre cambió radicalmente, volviéndose una mueca cargada de disgusto e ira contenida. Aún luego de todo, ¿esa pequeña provincia pobre se atrevía a rebelarse?

-Eres una desgracia para este país, hablando esa lengua maldita de tus vecinos. No mereces ser considerada una provincia argentina - dijo mirándola con total desprecio y se acercó a ella de forma amenazante, tomándola con fuerza del rostro y forzándola a mirarlo a la cara - Pero no te preocupes, solucionaremos eso en ti -.

Formosa trató de no demostrar el temor que sentía en esos momentos, pero no pudo evitar soltar un quejido ante la presión que ejercía sobre su rostro; ni siquiera tenía fuerzas para intentar liberarse. Colombo la soltó con brusquedad, volviendo a erguirse con el porte orgulloso militar que lo caracterizaba, y la miró desde arriba con una sonrisa siniestra que le causó escalofríos a la joven provincia.

-Después de todo, para eso está la escuela - dijo antes de girarse y volver hacia la puerta.

Hizo una seña y detrás de él entraron un par de soldados armados, Formosa intentó levantarse del suelo pero ellos no se lo permitieron. Los golpes comenzaron sin piedad alguna, golpiza tras golpiza, sin darle momento siquiera para respirar. Y no importaba cuanto llorara o gritara, parecía que no iban a parar. 

La chica vio como Colombo seguía allí, en la entrada de aquella prisión de la que nadie sabía, observando todo con una enferma satisfacción.

-Entiende que esto es por tu bien, por el bien de todos en este país -

⋯ ◦ ⋯

Despertó de un sobresalto, su cuerpo levantándose de la cama como queriendo huir y le tomó unos segundos poder reconocer que se encontraba en su habitación. Su corazón aún latía con fuerzas por el sueño, la pesadilla, que había tenido. 

Trató de controlar su respiración, sujetando las sábanas con fuerza para calmarse y se enfocó en tratar de olvidar todo lo que había soñado.

-Son recuerdos, sólo recuerdos... Colombo está muerto y ya no estamos en dictadura - murmuró para sí una y otra vez, tratando de consolarse con esos hechos. Pero últimamente, ni siquiera el repetir esas palabras podía calmarla del todo luego de una de esas pesadillas.

Nadie sabía del tiempo que ella había pasado en "La Escuelita"; ni su gente, ni su familia.

Al principio, el miedo de volver a hablar la había paralizado. Colombo había cumplido su cometido, y había instalado en ella un temor tan profundo, que Formosa no volvió a desobedecer ninguna de las órdenes de los militares durante el resto de los años que había durado la dictadura. Y aún años después, con la "libertad" en sus manos otra vez, aquellos fantasmas no la dejaban de perseguir.

Ella sabía que necesitaba ayuda, que no podía seguir así, pero no se animaba a hablar. Todos sus hermanos, incluso su padre, parecían haber podido dejar atrás los años de dictadura.

Ella tenía que hacer lo mismo. No podía ser la más débil siempre.



Si tan sólo Formosa supiera, que ella no era la única que aún seguía siendo perseguida por esos fantasmas...

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Formosa, la argenta medio paraguayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora