Capítulo 42

15 3 0
                                    

Capítulo 42

3/5/02

Diario de Él:

Creo que fue un ensueño. Estábamos la madre de Laura, mi compañera, la hija de Beatriz, ésta, Sebastián, Cecilia y yo, en una vieja casa con paredes pintadas a la cal con colores fríos. La luz era de una lámpara chica. La madre de Laura decía que se iba a acostar. Beatriz se acercaba con cara de cansada; yo sabía que iba a decir que se iba a dormir, entonces, antes que lo diga le hago una joda. Beatriz, molesta, hace gestos raros con las manos y yo siento que ella piensa que es bruja, pero no le doy importancia. Laura, entonces, me dice: "mirá", y yo miro y estoy flotando en el aire a unos diez centímetros sobre la silla en la que estaba sentado. Beatriz sigue haciendo pases y a todos nos pasa algo. Nos reímos. Laura queda pegada a la pared. Yo intento nadar en el aire para elevarme más, pero no puedo. Es como si se rompiera el hechizo pues vuelvo a la silla. Entonces le digo a Beatriz que tratemos de volar y los dos nos elevamos con mucho esfuerzo nadando en el aire. Todos nos asombramos y reímos. Vamos así hasta afuera. Es de noche. Parece ser la casa de la madre de Laura y Beatriz. Atrás del alambrado, hacia el norte, hay una calle. Ahí aparecen personas extrañas que nos invitan a mirar lo que hacen. Hay animales como una hiena gigante que pasa haciendo piruetas y se desliza sobre su cabeza. Después unos elefantes haciendo algo parecido. Más tarde unos chicos con unas víboras, que parecen de plástico, atadas a un palito muestran las piruetas que hacen y tratan de asustar a Cecilia, pero ella se impresiona muy poco. Yo intento mostrarle que son como de gelatina y los chicos dicen que no. No les creo y nos empiezan a correr con las víboras. Yo tengo a Cecilia en brazos y un pibe me muestra bien de cerca la víbora que parece una cobra roja. En mi hay una dualidad que se niega a creer que es real pero la otra parte me hace correr y siento que la cabeza de la cobra me toca el culo, y no siento mordida, pero siento caliente el contacto. Me doy vuelta y me lo hace en los genitales y siento calor. Entre impresionado y risueño les digo: "¿Ustedes son Gnomos, verdad?" No contestan y siguen haciendo sus piruetas y tratando de asustarnos. Llega uno más viejo que aunque no se parezca siento que me hace acordar al actor de la película "El silencio de los inocentes", el que hace de Hannibal Lecter. Muy serio y circunspecto, como si mandara a todos esos saltimbanquis. Hace un gesto y todos se ponen a escuchar. Este tipo me trata como si no perteneciéramos ahí, y yo, entre lloroso y enojado le dije que no me importaba lo que ellos dijeran, que nosotros nos íbamos a quedar ahí porque teníamos de nuestro lado a los espíritus de la naturaleza. Este Anthony Hopkins me dice que soy prepotente y yo le pregunto si sabe lo que quiere decir prepotente. Entonces me lleva a un lugar con una máquina, como si fuera un video juego, que en realidad es un diccionario que manejaba un chico de unos doce años; de tez morena que no me habla pero me abraza de costado y con la música de la máquina empieza a bailar y me enseña el paso. Sentí mucho afecto por parte de él. Después sale como una especie de papiro con unos signos que en ese momento entiendo, pero que no puedo explicar su significado ahora. Y le digo que coincide en absoluto con mi actitud. Recuerdo todo lo que les dije y veo que si me quedaba de prepo era "prepotencia". Todos se alegran y yo voy con Laura a ver al chico este y se pone contra la pared y cambia de aspecto. Se transforma en una especie de Quasimodo, y servilmente nos dice que podemos tocarle la joroba. Lo dice, pero siento que no lo siente, entonces le digo que aceptarse tal cual uno es no significa representar un papel de humildad frente a los demás, pues estaría reprimiendo. Se vuelve como antes y todos festejan. Este Anthony Hopkins se pone contento y me dice que por lo que había visto de mí podíamos quedarnos y todos festejaron. Le conté que yo ya había estado con una gnomo y que era amigo de ella, y que le había regalado una estufa y ella me había regalado una melodía, y tarareo la melodía. Miro a todos y la veo entre ellos y me saluda. Me digo que ya puedo despertar. Miro mi mano derecha al saludarla y despierto contento.

"El Olvido en el no hacer" (Libro 6)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora