Princesa

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La princesa Crepa solía salir todas las noches al balcón de sus aposentos, en la torre más alta del Palacio de la Luna

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La princesa Crepa solía salir todas las noches al balcón de sus aposentos, en la torre más alta del Palacio de la Luna. Desde allí tenía una magnífica vista de los jardines y terrenos lindantes, repletos de árboles, plantas, flores y pájaros hermosos que sobrevolaban el cielo nocturno como pequeñas flechas. Para ella no había nada tan hermoso como sentarse a tomar un té en el balcón a la medianoche, a la hora en que la luna estaba más brillante que nunca.

-Quién sabe por cuanto tiempo podré observar esta belleza- se lamentó dramáticamente. Su padre, el rey Aziraphale, se sentó a su lado e intentó consolarla lo mejor que pudo.

-Hija, no lo veas así, por favor. Tu compromiso con el príncipe Neil del Sol no tiene por qué significar que pierdas tu hogar...

-Es inútil, padre- lo interrumpió Crepa dolida.- Por mucho que digas eso, seguramente cuando nos casemos tendré que mudarme con él, a su reino, y... ¡y yo no quiero eso, padre! ¡Por favor no quiero dejar el Reino Lunar!

-Crepa, por favor trata de verlo desde mi posición. Hemos estado en guerra con el reino Solar por muchos años, incluso desde antes que tú nacieras. Los períodos de paz han sido nulos, las batallas han drenado a ambos reinos y costado miles de vidas. Tu compromiso con el príncipe Neil podría solucionarlo todo: si ustedes se casan, el rey Crowley y yo podremos firmar un tratado de paz permanente, y poner fin a esta guerra de una vez por todas.

-Sí, eso suena como la mejor decisión, padre, pero...

-Crepita, mi tesoro. Si hubiera otra manera de solucionar las cosas te juro que lo haría. Pero esto es lo mejor. Al casarte con el heredero del Sol nos aseguramos que ningún reino ataque al otro, los habitantes lunares no querrían ponerte en peligro y los solares no atentarían contra él. Luego con el tiempo se irían desvaneciendo las rencillas, y poco a poco la paz volverá a ambos reinos.

Crepa suspiró y asintió, sabiendo que nada de lo que dijera cambiaría su destino. La noche siguiente el príncipe Neil y su familia llegarían para celebrar su compromiso, y una semana más tarde celebrarían su boda. Por el bien de todos.

(...)

-Ay, papá, ya basta... ¡déjame en paz! Mi capa está bien abrochada, deja de avergonzarme- pidió el príncipe Neil a su padre, durante la ceremonia nocturna de compromiso. Habían llegado al palacio por la mañana y sido muy bien atendidos, pero él se sentía incómodo y disgustado igual. Nunca había sido su sueño casarse por obligación, y menos con una chica del reino lunar. Pero su padre se había ajustado los lentes negros y le había hablado con toda la franqueza del mundo, explicándole que su boda no podía ser una simple cuestión de amor y que la paz entre ambos reinos era más importante que sus deseos de adolescente.

-Así que haz el favor de quitar esa cara de muerto, arréglate la capa y párate derecho que en cualquier momento llegará tu prometida. ¡Por favor, Neil, no me hagas quedar mal con el rey Aziraphale!

-Te hubieras casado tú con él- susurró Neil por lo bajo, insolencia que pasó inadvertida debido a la llegada del citado rey lunar, que le tendió la mano al suyo al tiempo que intercambiaban sendas cortesías. Él bufó y observó las pulcras escaleras blancas, brillantes como diamantes puros.

"Por supuesto que la paz entre nuestros reinos es importante, pero... ¿de verdad no hay otro camino? ¿Por qué tengo que casarme con una chica que no conozco?"

-¡Su atención, damas y caballeros de ambos reinos!- exclamó la pomposa voz de Terry, el jefe de la guardia real, desde lo alto de las escaleras. Todos lo miraron.- ¡Su alteza real, Crepa Strawberry Puffy Cream Moonlight, Princesa del Reino de la Luna!

Neil miró primero por educación, pero enseguida sus ojos quedaron prendados de la joven que sería su esposa: la princesa Crepa era bella como ninguna otra mujer que hubiera visto nunca, con la piel más blanca y los ojos más azules de todos; su cabello era como una ola dorada, y su fino vestido rosa brillaba dándole un resplandor que aumentaba aún más su dulce apariencia. Toda ella rezumaba elegancia y perfección, y sin que su padre tuviera que decírselo, se acercó al pie de la escalinata y le tendió la mano, temblando por dentro.

-Princesa Crepa...

-Oh... príncipe Neil- susurró Crepa tratando de no ruborizarse. Nadie le había dicho que su futuro esposo era un muchacho de tan gallarda apariencia, que en cuanto le tomó la mano y la miró a los ojos la hizo sentirse locamente emocionada.

-Permítame decirle que es un enorme placer poder conocerla esta noche. Si fuera de su gusto... ¿podría invitarla a compartir nuestro primer baile juntos?

-¡Oh, sí! Quiero decir... nuestros padres probablemente quieren que ya demos inicio al baile en honor a nuestro compromiso.

-Je. Ya sabía yo que en cuanto la conociera cambiaría de opinión- se jactó Crowley por lo bajo, lo que hizo sonreír al rey Aziraphale.

-Creo que eso es otra cosa que tenemos común, su majestad. Aparte del amor por nuestros reinos y nuestro deseo de paz.

-Ah, sí, sin dudas... nuestros hijos nos lo agradecerán un día. Sino lo están haciendo ya- agregó al ver a Neil tomando a Crepa de la cintura para bailar el primer vals.

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