Alienígena

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En la constelación de Centaurus no solían recibir nunca visitantes de otras constelaciones

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En la constelación de Centaurus no solían recibir nunca visitantes de otras constelaciones. Por lo que Crepa sabía, no había otras razas capaces de dominar los viajes espaciales de larga distancia, lo que explicaba su larga y solitaria existencia. Ella tenía quince ciclos alfa, lo que en términos centaurinos equivalía a la adolescencia de los terrícolas. Ella admiraba mucho a la raza humana, la cual estaba estudiando en la clase de astrología de la escuela.

-Los humanos habitan el planeta Tierra, el tercero del sistema solar perteneciente a la Vía Láctea- les explicó su maestro.- Son el único planeta habitado de esa galaxia, pero su ciencia aún es incompleta y no pueden explorar el universo como nosotros, por ejemplo.

-¿Y por qué tenemos que estudiar a seres tan inferiores entonces?- rezongó su hermano Michael, ante las risas disimuladas de sus compañeros y la mirada severa del maestro.

-Porque estudiar la vida en el universo es parte fundamental del conocimiento que nos hace una raza superior. No llegamos a donde estamos como sociedad por haber ignorado los misterios de la vida. Ahora, si no hay más preguntas, continuemos con la clase.

Crepa no compartía la opinión de Michael sobre los seres humanos. Para ella era fascinante como unas criaturas tan desprovistas de tecnología avanzada habían logrado prosperar como raza: no tenían módulos espaciales personales para viajar entre planetas, ni dominaban la ciencia climática que en Centauri les permitía cosechar alimentos de forma perfecta, y tampoco tenían idea de cómo comunicarse con seres de otros mundos, a pesar de que recibían frecuentes visitas de ellos. Sus aparatos de rastreo de vida alienígena eran cosa de risa. Ella siendo una simple adolescente tenía en su dispositivo celular una aplicación para traducir lenguaje humano.

-Pero no es su culpa estar atrasados, Moonie- le dijo una tarde a su amiga.- Leí en un libro de la escuela que sus cerebros apenas utilizan el 10% de sus neuronas, lo que explicaría por qué han tardado siglos en evolucionar como especie. Están funcionando al mínimo de capacidad.

-Mira tú, no lo sabía... ¡Qué pena que no puedan apresurar el proceso!

-Sí, es una gran pena. Pero el maestro dice que no podemos intervenir y poner en sus manos conocimiento para el cual no están listos; es por eso que Centauri ya no envía misiones tripuladas al planeta Tierra, solo naves exploradoras. Estudian su tierra y su agua, su sociedad y su evolución, desde una distancia discreta, y jamás intervienen. Quieren seguir su crecimiento para saber cuándo estarán listos para un encuentro cultural.

-A mí me gustaría ir a la Tierra- confesó Moonie.- Supe que allí la naturaleza es mucho más variada que aquí, que existen cientos de plantas y animales diferentes en diferentes ecosistemas. Me gustaría verlo.

-Bueno, siempre podemos encender el holomisor y echar un vistazo- sugirió Crepa con picardía.- ¿Te animas?

Ambas amigas rieron y chocaron antenas, en un gesto cómplice. Los centaurinos eran una especie bastante similar a la humana, pero su piel era de distintos colores y sus cabellos flotaban permanentemente. Tenían dos largas antenas en la frente que eran muy sensibles y les servían para comunicarse con otros de su especie, como una fina telepatía basada en ondas cerebrales. También podían usarlas para encender el holomisor, un dispositivo de alta tecnología que en todos los hogares fungía como "ventana al espacio"; el holomisor mostraba cualquier rincón del universo de forma clara y precisa, se usaba tanto para estudio e investigación como para diversión. Crepa y Moonie, por ejemplo, lo usaron para sintonizar al planeta Tierra y observar desde uno de sus satélites de vigilancia el ir y venir de la gente en una ciudad humana.

-¡Solo mira eso, Moonie! Cuanta gente humana junta, yendo de compras- comentó Crepa excitada.- ¡Oh, mira eso! Eso de ahí, es una librería humana de libros antiguos. Son muy valiosos y raros y contienen información milenaria sobre su especie.

-Ya lo veo, ¡es un precioso lugar! Ah, y mira eso, Crepa, ¡una tienda de flores! ¡Qué hermosura!

Crepa sentía una mezcla de entusiasmo y decepción al ver eso, porque una centaurina de su edad y rango jamás podría pisar la Tierra. Y ella moría por visitarlos. Actualmente los únicos que podían viajar al planeta acuático eran los científicos encargados de vigilar al planeta y que trabajaban para el gobierno, y ella estaba muy lejos de poder graduarse y acceder a ese empleo. Con melancolía observó a un joven humano salir de la librería en cuestión, en compañía de un señor pelirrojo que debía ser su padre. Se parecían mucho, incluso en el hecho de que ambos llevaban gafas oscuras.

-Crepa, ¿estás bien? Te has quedado callada de repente...

-Sí, estoy bien, no te preocupes. Solo pensaba que me faltan dos años para graduarme de la escuela. Cuando lo haga, definitivamente quiero acceder al programa espacial y llegar al rango más alto, lo que me permitirá viajar a otros planetas a voluntad.

-Mucho me temo que yo nunca voy a llegar a ese rango, me daría miedo pasar por el entrenamiento espacial necesario... pero, si tú vas, Crepita, ¿me traerías algunas plantas terrícolas?

Crepa rió y asintió con la cabeza, volviendo a extender sus antenas en señal de amistad.- Cuando vaya, porque lo haré, te traeré un montón de regalos. Y yo llevaré los míos para los humanos, lo sepan ellos o no. No tiene que ser algo complicado; tan solo una prenda de amistad en mi nombre y el de mi raza, para que conserven hasta el día en que puedan alcanzarnos.

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