Androide

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El uso de robots y androides en la vida diaria se había vuelto tan común ya, que era extraño ver a alguien sin uno

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El uso de robots y androides en la vida diaria se había vuelto tan común ya, que era extraño ver a alguien sin uno. Desde niños hasta ancianos todos tenían un androide, así como en el pasado todos habían tenido un celular. Sus funciones podían ser muy variadas: desde androides domésticos que sabían hacer las labores de la casa a la perfección, hasta androides policías que podían realizar arrestos y determinar con precisión la culpabilidad o inocencia de un sospechoso. En los hospitales había androides especializados en medicina y enfermería, y Neil había aceptado a regañadientes que una lo asistiera; pero, al tener el alta, no quiso saber nada con tener una en su propia casa.

-Neil, por favor, ya lo hablamos muchas veces- lo regañó su amiga Karen.- Por más que te hayan dado de alta no puedes estar solo en casa, ¡es peligroso! Necesitas un androide que cuide de ti.

-¡Tonterías!- bufó Neil con desprecio.- Si necesito ayuda pues contrataré una enfermera de carne y hueso. No quiero malditos robots en mi casa.

-Otra vez con lo mismo. ¿Por qué no te gustan los robots, se puede saber? Son seguros, útiles y de confianza. Han mejorado mucho la calidad de vida de las personas.

-Y también han fastidiado a muchas personas al ocupar sus puestos de trabajo- le rebatió él obstinado.- Karen, toda esa proliferación de seres mecánicos a la larga será un problema, créeme. ¿Por qué voy a colaborar con un sistema que considero tan dañino?

-Porque ser así de dramático no cambiará nada- contestó ella con franqueza.- A ver, Neil, la sociedad lleva más de cincuenta años de convivir con seres artificiales y todavía no se ha derrumbado. Al contrario, ha progresado. Ha habido avances inmensos en todos los campos, desde la medicina hasta el deporte. Los trabajos que ocuparon los robots no hundieron a los humanos, porque se crearon otros nuevos. Y los problemas que subsisten no son gracias a ellos, sino a nosotros mismos. No lo niegues.

Neil se puso incómodo y no quiso darle la razón, aún cuando la tenía. La creciente importancia de los androides en la vida diaria no había propiciado el fin del mundo ni mucho menos, no había habido rebeliones de máquinas como en las películas ni colapsos en la economía. ¿Por qué entonces todavía sentía tanto recelo ante ellos?

-Tal vez porque todavía no les diste una oportunidad- contestó Karen con simpatía, para luego taparse la boca. Neil frunció el ceño.

-¿No era que ese implante en tu cerebro tenía apagada la función de leer mentes? ¿Desde cuando espías a tus amigos?

-Cielos, lo siento, no fue a propósito. Olvidé desconectarlo, es todo...

-Ustedes los policías son astutos, ponen esas cosas en su cabeza para estar a la par de los robots policías. Pero no lo hagas conmigo, ¿de acuerdo? Ni siquiera es legal.

-Lo sé, ¡lo siento! Y tienes razón que no es legal, excepto en horario de trabajo. Como técnicamente estoy en horario de trabajo, el implante sigue activo.

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