༒2

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Jimin llegó hasta el otro día a su departamento, con zapatos en mano y el cabello enmarañado, eran las 7 a.m. y caminaba de una forma extraña.

Estaba demasiado exhausto y le dolía el cuerpo. Apenas entró a su habitación se recostó sobre la cama dispuesto a dormir por todo el día si le era posible, pero Hwasa lo interrumpió.

—¿Cuántos clientes tuviste? —preguntó al ver a su amigo demasiado cansado.

Jimin alzó su mano y levantó un dedo. Hwasa abrió los ojos, sorprendida.

—¿Uno solo te hizo esto? —Lo señaló sentándose en la cama junto a él—. Jeon Jungkook —atinó a decir.

Jimin soltó un puchero y escondió su rostro en su almohada respondiendo.

—Fue tan intenso —exclamó—. Y extraño.

Hwasa se paró de la cama negando con la cabeza.

—Te dije... extraño es el segundo nombre del señor Jeon. —Se tranquilizó al ver a salvo a su amigo, solo estaba exhausto, así que lo dejaría descansar—. Espero y no se te haga costumbre, sabes lo que pasa cuando un cliente se interesa mucho en ti. —Le recordó, aunque no quisiera Jimin tenía que tener ese detalle bien presente. El rubio asintió cabizbajo.

—Seungri no puede saber que pasé toda la noche con el señor Jeon o me castigará. —Su expresión preocupada hizo que Hwasa lo mirara con agobio.

—Esperemos que no corazón, no puedo verte como la última vez. —Jimin escondió de nuevo su rostro entre su almohada, y su amiga comprendió que no quería hablar más del tema y lo entendió. Era muy delicado para él revivir lo de siempre.

Mientras se encontraba en un sueño profundo, Jimin apareció en su niñez, esa etapa que para cualquier niño tendría que ser un hermoso recuerdo, para Jimin solo fue el inicio de su infierno.

No conoció a su madre, pues él había sido el causante de su muerte, al darlo a luz. Era algo que siempre le recordaba su padre, ese señor que lo despreció desde su nacimiento.

Jimin había sido autosuficiente, incluso a la corta edad de 12 años cuidaba de su padre cuando llegaba ebrio, también se encargaba de trabajar para ambos.

Jamás tuvo una vida fácil, pero nunca se dio por vencido porque soñaba con ir a la escuela y terminar una carrera, tener un buen trabajo y comprarse una casa para él y su padre, pero Park Jingu no tenía los mismos planes para su pequeño hijo.

Una noche de julio su vida cambió, Jingu llegó a altas horas de la noche y como era costumbre, ebrio hasta caerse. Levantó a Jimin de su cama y empezó a sacar su ropa de los cajones.

—¿Qué pasa? —El pobre Jimin preguntó restregando sus ojitos somnolientos.

Su padre solo dijo "vístete" con voz urgida.

El rubio obedeció aún interrogante por la actitud de su padre. Cuando ya estuvo listo, Jingu lo tomó de la mano y salió con él, ya un taxi los esperaba afuera de su casa.

Jimin sintió un escalofrío recorrer su cuerpo cuando el taxi paró en frente del club que frecuentaba su padre todas las noches.

FANTESHA, se podía leer en el anuncio de letras de neón al frente de la fachada. Jingu salió del auto y se adentró en el club junto a Jimin, dirigiéndose hasta un lugar cerrado donde las luces y la música ruidosa no se percibirán tanto.

Sentado en una enorme silla ya hacia un hombre de piel bronceada y ojos gatunos.

Apenas miró al pequeño niño de cabello rubio, su sonrisa se volvió aún más amplia.

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