Capítulo diez.

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Mi madre estaba inconsciente en el piso, el la había golpeado hasta desmayarla. Otra vez estaba borracho. Sabía que después de golpear a mi mamá seguía conmigo. A mis 6 años de edad no comprendía que hacía yo para que el me golpeara. Permanecía al lado de mi madre sentada en el piso abrazando mis rodillas.

-Te he dicho Alex que no me gusta que grites ni que llores, eres débil no voy a permitir que te conviertas es una perra inútil como tu madre. Y yo voy a enseñarte a ser fuerte.
Salió de la cocina, tambaleándose mientras se dirigía a mí.

Dolía, cada moretón en mí, la sangre en mi boca producto de un labio hinchado. Sobre todo me dolía el ver a mi madre en el suelo, sentía como se estrujaba mi corazón.
Mi cuerpo no respondía al miedo que sentía, no podía correr. De pronto todo dejó de dolerme al ver ese objeto; un cuchillo. ¿Él quería matarme?.
Si era así a mi corta vida estaba lista si eso acabaría con todo sufrimiento.

Se acercó hasta donde me encontraba y se agachó agarrando mi pelo para que yo no me moviera, de un jalón mi cabeza golpeó contra el piso tan fuerte que logró marearme por unos segundos.

Llevé mis manos a la cabeza adolorida, y sollozando.

-Papá no gritaré más lo prometo, seré buena hija. – Movimientos con todas mis fuerzas  trataban de apartarlo.

-¡Que te calles!. – En sus ojos tenía furia, estaban rojos y su olor a alcohol era demasiado.

De pronto sentí como una mano suya apretó mi cuello con tal fuerza que ya no salían los gritos, ni suplicas para que parase.
Mi mirada estaba perdida mientras que mi llanto era mudo, abría la boca cada vez más no podía respirar y eso provocaba que mas lágrimas salieran de mis ojos, desesperada rasguñaba su brazo con el fin de que me liberara de su agarre.

Hasta que sentí un metal frío seguido de un ardor y un dolor en mi panza, hizo que todos mis intentos de querer escapar de sus manos, cesara.
Sentí lo mismo en mi muslo derecho, un calor recorrió mi cuerpo como si el dolor me hubiese revivido. Mis gritos no salían por la presión que el ejercía en mi cuello.

Dolía mucho y sentía que ese dolor se incrementaba al respirar o moverme.

-Estos cortes van a estar presentes por el resto de tus días como recordatorio que tienes que ser fuerte, no quiero una estúpida niña débil hazte fuerte Alex, deja de llorar y comprende la realidad.

Sus dedos apretaban mi herida, eso provocó que se intensificará mi dolor haciendo que mi cuerpo se moviera más para salir de este infierno.

– El dolor nos hace fuerte Alex, las personas se vuelven fuertes cuándo sufren y tú tienes que aprender.

Después de unos minutos de apretar mi herida, soltó mi cuello pero mi vista empezó a nublarse, tosía y mi respiración era irregular por el dolor, temblaba de frío y miedo mientras que seguía llorando.

Sólo vi cómo el se alejaba mientras que mi madre seguía desplomada en el piso. Miré mi vestido amarillo, se encontraba rojo y un charco de sangre comenzaba a expandirse debajo de mí.
Al tocarme vi la sangre, roja y opaca.

Poco a poco mis párpados fueron cediendo, quizás por la excesiva sangre que perdía o por que me había quedado sin oxígeno… era por esas dos opciones y porque mi cuerpo aguantó mucha tortura hasta desmayarme.






Corriendo fui al baño a vomitar, me repugnaba ese tipo. Tenía que vivir llena de inseguridades, con ataques de pánico por su culpa y su mente tan psicópata.
Pero el era un militar con un cargo importante, buen salario y buenos contactos.

Quedó preso por maltratos pero le pagaron la fianza ya que sus abogados desmintieron todo relato y con sobornos hacía el juez, le sentenciaron una condena leve.

El se fue del país por consejos de sus abogados.

Mi madre y yo nos mudamos de esa casa en la que vivíamos para olvidar y dejar atrás todos esos maltratos, nos había hecho daño pero como pudimos salimos poco a poco de ese pozo negro.

Pasó una hora y ya me encontraba estable así que decidí irme al colegio para entrenar.

-¿Lista para volver a jugar?. – Bianca me miraba mientras esperábamos a la entrenadora.

-Sí, espero que ninguna idiota se tire al piso en el próximo partido. – Ambas reímos.

-Mira está la profesora Díaz, siempre nos ve entrenar cuándo estás tú. – Golpeó mi hombro mientras subían y bajaban sus cejas.

-No exageres por dios, sólo esta mirando y ya. – Estaba roja pero Bianca no pudo notarlo para mí suerte.

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