Capítulo cuatro

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Voy directa a casa de Honorio, para informarle de todo lo que he visto en la cárcel. Sólo con pensar  en ello, me pone el vello de punta y me hace estremecer, espero que pronto podamos hacer algo y derrocar a cada uno de esos malnacidos que nos humillan a diario.

Toco la puerta con los nudillos, en cuanto me encuentro frente a la casa de Honorio, en cuestión de segundos, la puerta se abre, dejándome ver al hombre, lleno de hollín.

—Oh, Isabel —dice, está claro que no me esperaba, le sonrío levemente y él se hace a un lado —Pasa, cielo.

Entro y cuando cierra la puerta, me giro hacia él y hablo:

—A los presos les enseñan imágenes horribles.

—Ven, siéntate y cuéntame —pasa por delante de mí, y voy tras él. Me señala una silla y él se sienta enfrente, en un sofá.

Tomo aire y le suelto la bomba, con pelos y señales, cuando he acabado, Honorio tiene la mandíbula apretada al igual que los puños, totalmente frustrado. —Pero, eso no es todo —le digo, negando con la cabeza. Honorio, de nuevo, vuelve a prestarme atención.

—El chico, Justin, del que hablamos —le explico, para que me entienda. Asiente, con la cabeza, ansioso por saber que es lo que pasa con el chico

—Se lo llevaron mientras nosotros estabamos enseñando esas imágenes, luego cuando volvió, estaba trastornado, decía cosas que ellos le habían dicho. No se que es lo que le habrán hecho, pero se ha quedado tocado de la cabeza 

—¿Has hablado con él? —me pregunta.

—Algo, pero tampoco mucho, no es un chico muy agradable que digamos... —resoplo.

—Pero ya te ha dicho su nombre, Isabel, eso es un gran paso, tienes que acercarte mas a él para que confíe —se levanta, y va al otro extremo del salón

—¿Cómo? Tengo un guardia al lado mío constantemente, no es tan fácil. —veo que coge una botella de cristal, y viene de nuevo hacia a mí, sonriendo de una manera victoriosa.

—Ese chico es valioso, Isabel. Lo necesitamos para la revolución, estoy muy seguro que él sabe cosas que nosotros no sabemos. Escúchame —coge dos vasos de una vitrina y me tiende uno, lo cojo y vierte en éste, agua —¿Cogen vuestros datos al hacer las visitas? — pregunta ¿A donde quiere llegar con esto? Me pregunto.

—A mi no, saben que voy a visitar a mi padre, ya me conocen —respondo, un poco confusa con todo este giro.

—Genial, tienes que pasar los quince minutos de la visita con ese chico —sonríe —acercate más a él y sácale información. —¿Qué? No, ni loca, posiblemente en cuanto entre a su celda, ese chico querrá tirarse a mi yugular.

Niego con la cabeza, repetidas veces. No quiero morir todavía.

—Vamos, tienes que hacerlo —insiste.

—Pero ¿Cómo me voy a presentar así como así en su celda? No sabes lo agresivo que es

—Pues llevándole comida, se amable... —bufo. Es que no quiero ser amable con él ¿Qué es lo que no entiendes este hombre? Me pregunto.  No me cae bien, es un bipolar y es tonto.

Tras varios intentos de convercerme, finalmente lo hace, me despido de él y voy hacia mi casa. Tengo hambre y ni si quiera sé que es lo que voy a comer, suspiro cansada, menudo infierno, espero que todo esto que estoy haciendo salga bien, porque si no... No se que es lo que voy hacer o como voy a acabar. En la mayor parte, lo que me asusta es no saber qué eso lo que pasará, me da pánico .

Entro a la cocina y veo que hay dos pasteles mas duros que una piedra, dudo en comérmelos pero lo hago, solo uno, el otro me lo guardaré para después. Me siento en la silla, rescostándome en ésta con un largo suspiro. Me hago daño en los dientes y en las encías mordiendo el pastel, me quejo y lo lanzo por ahí, frustrada. Iré al mercado a ver que puedo conseguir para hoy. Voy a mi habitación, saco el pequeño ladrillo de la pared y saco el monedero negro, viejo. Cojo las nueve monedas de cobre que tengo y las guardo en mi bolsillo. Pongo todo en su sitio y salgo de casa.

Tras las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora