Capítulo 19.

301 33 5
                                    

Hace calor, muchísimo.

Llevamos dos días andando por monte, sin apenas descanso y la verdad, que ir coja, no ayuda mucho, ya que el dolor en el muslo tras el disparo duele y escuece. He obtenido cuidados intensivos por parte de Justin y si fuere por Andrés, también, aunque Justin no se lo ha permitido, no ha querido que se acercase demasiado a mí.

Sospecho de que tiene celos pero... ¿De qué? Yo no le he dado ningún motivo para que piense que yo siento por Andrés algo más que una amistad, aunque sea un chico de buen ver.

Hacemos una parada en el río Júcar. Justin me baja de su espalda y mis pies tocan el suelo a regañadientes. Me arrodillo frente a la orilla, y haciendo un cuenco con mis manos, cojo agua y me la llevo a la cara, acto seguido me refresco el cuello, brazos y piernas.

Con las gotas cayendo por mis extremidades y por el rostro, observo a los ciudadanos. Están felices pese a la fatiga, sus rostros y sus sonrisas los delatan. Sé que no podemos cantar victoria todavía, pues soy consciente de que aún somos perseguidos por los soldados y secuaces del Dictador, pero hemos dado el gran paso. Y nada nos va a detener. No ahora.

-¡Estoy muerto de sed! -exclama el ojimiel a mi lado. Asiento con la cabeza, dándole a entender que estoy de igual modo.

Ésta misma mañana, se nos ha acabado todo el agua que teníamos, algo muy normal, ya que este calor es insoportable.

Es entonces, cuando se me viene a la mente una imagen de mi padre, cuando Edward El Sanguinario, hace muchos años nos cortó el agua a todo el pueblo, durante un mes.

Planto el culo en el suelo, me quito la zapatilla desgastada y después el calcetín.

-Mira y aprende. -le digo, con altanería. Él alza una ceja, divertido por mi arrogancia.

Meto barro que cojo de la orilla dentro del calcetín, siendo observada con atención por parte del chico castaño que me trae loca. A continuación, lo introduzco en el río y lo saco, viendo como el agua cae a chorros. Me espero hasta que caen solo unas pequeñas gotas, y entonces me lo llevo a la boca.

Soy consciente de que no es lo más higiénico, pero si queremos sobrevivir, tenemos que hacerlo, ya que si bebemos agua de este río directamente, caeremos enfermos de inmediato y eso no nos conviene.

-Eso es asqueroso, Isabel. -comenta, haciendo una mueca de asco. Me provoca una pequeña risa.

-Así es como se filtra el agua -me encojo de hombros. -. Mi padre lo hacía. Toma. -añado, tendiéndole el calcetín.

Se lo piensa. Me mira. Mira el calcetín. Y vacilando lo coge, se lo lleva a la boca, la abre y deja que las gotas caigan sobre ella.

Al cabo de un rato y de estar un tanto inflados por la ingesta de tanta agua, me dice que vayamos a un sitio más alejado para bañarnos. Juntos, de la mano, llegamos a un lugar dónde el junco y los hierbajos abundan.

-¿No te quitas la ropa? -me pregunta, deshaciéndose de sus pantalones.

Siento el calor en mis mejillas. ¿Desnudarme frente a él? ¡Qué vergüenza!. Mi cara debe de hablar por sí sola, ya que él deja sus pantalones en el suelo y camina hacia a mí.

-¿Confías en mí? -¿y eso a qué viene?. Claro que confío en él, eso ni dudarlo. No me da tiempo a decir nada, pues lleva sus manos al botón de mi pantalón y lo desabrocha.

Siento con mis mejillas arden, como mi cuerpo reacciona ante la leve caricia que deja bajo mi vientre con uno de sus dedos. -No tengas vergüenza. -dice, con toda la seguridad en sus palabras.

Tras las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora