NUEVE AÑOS DESPUÉS

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Para Kyoshi, estaba muy claro: está era como una situación de rehenes.

El silencio era clave para poder llegar hasta el otro lado, esperando con la pasividad completa y total, un Jing neutral.

Kyoshi caminaba tranquilamente por el sendero a través del campo en barbecho, ignorando la hierba que se inclinaba y le hacía cosquilla en los tobillos, el sudor que goteaba en su frente que le hacía picar los ojos. Se quedó callada y fingió que las tres personas que se alzaron junto a ella como asaltantes en un callejón no eran una amenaza.

–Entonces, como les estaba diciendo, mi mamá y mi papá piensan que tendremos que arar los canales de los picos a principios de este año.– dijo Aoma, sacando a la mamá y al papá intencionalmente, sosteniendo lo que Kyoshi carecía frente a ella. Llevó sus manos en posición de puente mientras llevaba sus pies al suelo con golpes sólidos.  —Una de las terrazas se derrumbó en la última tormenta.–

Sobre ellos, flotando fuera de su alcance, estaba el último y preciado jarro de algas picantes en vinagre que todo el pueblo vería este año, el que Kyoshi había sido encargada de entregar a la mansión de Jianzhu y que Aoma había tomado de las manos de Kyoshi prometiendo bajarlo en cualquier momento. El gran recipiente de arcilla se balanceaba de arriba hacia abajo, salpicando la salmuera contra el sello de papel encerado.

Kyoshi tuvo que reprimir un grito cada vez que la jarra se sacudía contra los límites del control de Aoma.

«Ningún ruido, espera, no les digas nada, hablar sólo empeorarán las cosas.»

–A ella no le importa.– dijo Suzu. –La preciosa criada no se preocupa por los asuntos agrícolas, ella tiene su trabajo cómodo en una lujosa casa, es demasiado buena para ensuciarse las manos.–

–Tampoco subiría a un bote.– Dijo Jae. En lugar de seguir laborando, escupió en el suelo, casi perdiendo los pasos de Kyoshi. Aoma nunca necesitó una razón para atormentar a Kyoshi, pero en cuanto a los otros, el resentimiento genuino funcionaba. Era cierto que Kyoshi pasaba sus días bajo el techo de un poderoso sabio en lugar de romperse las uñas contra las piedras del campo. Ella ciertamente nunca había arriesgado a lanzarse a las agitadas aguas del Estrecho en busca de un objetivo.

Pero lo que Jae y Suzu ignoraban convenientemente era que cada parcela de tierra cultivable cerca del pueblo y cada barco en condiciones de navegar en los muelles pertenecían a una familia. Madres y padres, (como tanto Aoma le gustaba presumir), transmitian su oficio a sus hijas e hijos ininterrumpidamente, lo que significaba que no había espacio para que un extraño heredara ningún medio para sobrevivir. Si no hubiera sido por Kelsang y Jianzhu, Kyoshi se habría muerto de hambre en las calles, justo en frente de las narices de todos.

Hipócritas.

Kyoshi presionó su lengua contra el paladar tan fuerte como pudo. Hoy no iba a ser el día. Algún día, tal vez, pero no hoy.

–Descansa.– dijo Aoma, cambiando su postura. —Escuché que ser una sirvienta es un trabajo duro. Por eso te estamos ayudando con las entregas. ¿No es así, Kyoshi?–

Para enfatizar, enroscó el frasco a través de un estrecho espacio en las ramas de un árbol que sobresalía. Un recordatorio de quién tenía el control aquí.

Kyoshi se estremeció cuando el jarro cayó hacia el suelo como un halcón antes de volver a estar a salvo en el aire.

"Solo un poco más" Pensó mientras el sendero daba un giro alrededor de la ladera. Unos pasos más silenciosos y sin palabras hasta que...

Y ahí estaba. Habían llegado al fin, la herencia del Avatar, en todo su esplendor.

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El Ascenso de Kyoshi [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora