ESCAPE

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El sonido de botas marchando, golpeando el piso llenó el aire.

–¡Estúpido viejo!,– Gritó Lek. –¡Nunca más te pondré a vigilar!–

–Finalmente,– dijo Lao Ge. Le guiñó un ojo a Kyoshi.

Los oficiales vestidos de verde entraron a la casa de té. Se desplegaron a los lados para acomodar sus números, llegando a las esquinas. Veinte más o menos, con armadura acolchada y una sola espada dao en sus espaldas.

A la cabeza de su formación, todavía vestidos de civil pero ahora usando la misma diadema adornada con la insignia de la prefectura de la ley que los demás, estaban los mismos tres hombres que habían estado en la casa de té antes.

–Recuérdame de nuevo quién es bueno para detectar encubiertos, Lek,– gruñó Kirima.

En un momento de pánico, Kyoshi pensó que los oficiales habían venido por ella en nombre de Jianzhu, pero ese no podría haber sido el caso. Si hubiera enviado mensajeros de inmediato, todavía no habrían alcanzado a un bisonte.

"No," pensó con una mueca.

Estaban aquí por la chica que había entrado en un escondite de forajidos y comenzó a hacer demandas con códigos de forajidos. Se había incriminado en público, como una tonta.

–En nombre del gobernador Deng, ¡están bajo arresto!,– dijo el capitán. En lugar de una espada, apuntó con una porra ceremonial coronada con el sello del Rey Tierra, pero parecía lo suficientemente pesada como para romper huesos. –¡Baja tus armas!–

Deng. El nombre trajo más terror al corazón de Kyoshi que un león-alce dientes de sable. El robusto gobernador de nariz roja Deng era un visitante frecuente de la casa de Jianzhu y uno de sus aliados más cercanos.

Kyoshi miró a Rangi. El preocupado movimiento de cabeza de la Maestra Fuego confirmó su miedo. Si los atrapaban aquí, esta noche, toda la operación habría terminado. Estarían de vuelta al alcance de Jianzhu antes de que su desayuno se enfriara.

Al capitán no le gustó el contacto visual entre ella y Rangi. –¡Dije que bajaras tus armas!,– Gritó, esperando ansioso por una pelea.

Los daofei miraron sus manos vacías en confusión. Kyoshi se dio cuenta de que a menos que el hombre se sintiera particularmente amenazado por las botellas de Lao Ge, la única armada era ella. El deslumbrante abanico de guerra todavía estaba en su mano, su compañero atrapado en su cinturón. Se puso de pie para poder tener espacio para sacar el otro abanico.

El capitán dio un paso atrás asombrado. Él la había interpretado el desplegarse a toda su altura como un acto hostil. No fue el primero en hacerlo.

–¡Arréstenlos!,– gritó a sus hombres.

Había tantos de ellos. Abarrotada en los oscuros confines de la casa de té, la fuerza policial parecía más numerosa que los merodeadores de Tagaka. Cinco de los oficiales se dirigieron directamente hacia Kyoshi, quien era el objetivo obvio.

Fueron derribados por una explosión de fuego. Kyoshi volteó a mirar a Rangi. Tenía el puño extendido, su piel humeando. Su cara estaba molesta pero impenitente. Si estarían dentro, estarían en plena medida. Rangi no hacia las cosas a medias.

Inspirada por su decisión, Wong tomó a Lao Ge y arrojó al borracho hacia el capitán como una muñeca de trapo. El grito de guerra de Lao Ge, mientras volaba por el aire, fue la única señal de que había aceptado el hecho, los dos debían haberlo hecho antes. El elemento sorpresa funcionó a su favor cuando los fuertes brazos de Lao Ge se envolvieron alrededor del cuello del capitán y sus piernas se ciñeron alrededor de la cintura de su subordinado, convirtiéndose en una red humana.

El Ascenso de Kyoshi [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora