Kyoshi tenía problemas para abrir la pequeña caja de metal. Había abierto el cerrojo visible, sí, pero no importaba que tan fuerte ella apretaba y retorcía el contenedor, el fondo falso que ocultaba el verdadero contenido no cedía.–No puedes forzarlo,– una delicada voz dijo. –Usa mucha fuerza y es probable que se rompa. Los bienes se esparcirían por todos lados. No creo que quieras dejar un rastro detrás de ti, ¿verdad?–
Kyoshi levantó la mirada del piso para ver una alta, hermosa mujer con pecas esparcidas por la parte superior de sus mejillas y tatuajes de serpientes que bajaban sus brazos. A su lado estaba un hombre fuerte, de cuerpo ancho, su cara adornada de pintura blanca y roja. Las líneas de rojo oscuro se encontraban entre sí para forma un patrón salvaje, animalístico, pero su expresión debajo de todo eso era amable y alegre.
La caja de metal de momento se tornó sumamente caliente, quemando las manos de Kyoshi, que la soltó rápidamente. Intentó gritar pero encontró sus dientes flojos y moviéndose dentro de su boca. El hombre pintado se limpió el rostro, y en las líneas entre los colores, sus rasgos se habían convertido en los de Jianzhu.
Kyoshi hirvió de ira, se lanzó al frente pero no pudo acortar la distancia. A la mujer le pareció entretenida su impotencia y le guiño con su verde y brillante ojo. El globo ocular se hincho y se hincho, tanto que salía de su cráneo, y se siguió expandiendo hasta que consumió el otro ojo, luego hasta que cubrió su cabeza totalmente y después las cuatro esquinas del mundo.
Kyoshi se agito con terror dentro de la oscuridad abrazadora de su pupila, tratando de alcanzar tierra firme.
–Nunca te dejaremos,– Jianzhu susurró. —Siempre nos tendrás Kyoshi, en la distancia, justo detrás de ti, a tu lado, observándote. Nosotros dos siempre estaremos para ti.–
En el punto máximo de su miedo una mano tomó a Kyoshi por el hombro. La calidez y firmeza de ese tacto le dijo que no se moviera, ni preocupara. Se sentó lentamente y parpadeó la luz del día que iba desvaneciéndose.
–Despierta,– dijo Rangi. –Ya llegamos.–
Rangi insistió en hacer una parada rápida en la Bahía Camaleón antes de aterrizar. Ella se recargó al lado de Pengpeng, dibujando en el destartalado puerto con la resuelta mentalidad de una avispa-buitre, como si cada irregular techo y callejón cubiertos de basura fueran de vital importancia. Kyoshi dejó a Rangi tomarse su tiempo. Ella necesitaba un momento para asegurarse que ya había superado su pesadilla.
Después de reorganizar sus pensamientos, se unió a la observación. Para Kyoshi el montón de edificios era indistinguible, como una costra curva rodeando la bahía que debió de haber sido recogida hace mucho. Solo había una única localización en la que ella estaba interesada, la única que encajaba a la perfección con la descripción en su diario.
–Ahí.– dijo la chica, apuntando a uno de los pocos edificios con más de un nivel. El techo amarillo sobresalía de entre sus verdes vecinos como si fuera una hoja enferma. —Esa debe ser la casa de té de Madam Qiji.–
Se detuvieron y rehicieron la ruta que habían recorrido por el cielo. No había lugar para aterrizar a Pengpeng dentro de los límites del pueblo, y un bisonte volador sin su maestro Aire encima era una de las señales principales que Jianzhu ordenaría a su red de contactos buscar. El mismo barrido de reconocimiento que habían hecho tenía sus riesgos.
El pequeño bosquecito que encontraron en las afueras del pueblo se sintió como un golpe de suerte. Quizás sus reservas de buena fortuna serian drenadas por el simple acto de esconder a Pengpeng entre los árboles.
ESTÁS LEYENDO
El Ascenso de Kyoshi [EN EDICIÓN]
AventureLa historia del Avatar más longevo en este amado mundo, El Ascenso de Kyoshi traza el viaje desde una niña de orígenes humildes a la despiadada perseguidora de la justicia que todavía era temida y admirada siglos después de convertirse en el Avatar...