Capítulo 35

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Salí al exterior casi corriendo. El aire fresco me acarició el rostro mientras, de pie en la salida de la fortaleza de los ángeles negros, ponía mis ideas en orden. Ahora, más que nunca, confiaba en Axel y en qué lo que me había dicho era la mera verdad desde el primer momento. Lo cual significaba que mis propios padres me habían utilizado en sus planes para conseguir el dominio absoluto del universo. No significaba mucho más de lo que un peón en el tablero pudiera significar para ellos. Y eso dolía. Dolía profundamente, incluso más que sentir vidrios clavados en la lengua. A esas alturas, comenzaba a pensar que quizás les había creído sólo porque quería sentir que éramos, al menos, lo más parecido a una familia. Que después de todo, aunque fuesen el diablo y una Valdesca, me quisiesen, aunque fuese solo un poco.

Sin embargo, sabía qué debía hacer. Tenía que ir a la morada de las amazonas celestiales y averiguar todo lo que me habían ocultado. Si esta vez estaba haciendo bien en confiar en la palabra de Axel, Sarah se encontraría allí. Lo cual probaría totalmente quiénes eran los auténticos malos de la lucha por las alas de Aurea.

Tras toda esa gran reflexión, volví al mundo real, y con ello, me di cuenta de que, allá a lo lejos, Axel caminaba hacia el interior del bosque de aquel lugar. Todavía no se había ido. Tenía que detenerle antes de que se fuera, ya que no sabía cómo llegar a la morada de las amazonas celestiales.

De modo que comencé a correr a toda velocidad hacia él.

- ¡Espera! ¡Te creo! ¡Axel! ¡Te creo! – chillé a pleno pulmón con la esperanza de que me escuchase antes de que fuera demasiado tarde. Se estaba adentrando demasiado y poco a poco le iba perdiendo de vista.

Afortunadamente, tras gritar varias veces más con el poco aire que me quedaba en los pulmones, se paró en seco. Yo volví a llamarle para que no continuase sin mí. Entonces, al reconocer mi voz se giró con una enorme sonrisa que iluminaba su bello rostro.

- ¡Agnes! - rio sorprendido.

Varios segundos más tarde, lo alcancé tirando mis brazos a su cuello sin frenar a penas mi carrera. Así pues, nos tambaleamos mientras el me rodeaba también. Después de dos vueltas nos paramos en medio del bosque, ambos agarrados al otro. Nuestros ojos brillaban contentos y aliviados, pues ya no había hostilidad, ni resentimiento.

-No te has ido...-dije sin haber recuperado en absoluto mi respiración.

-Tú tampoco te has quedado- sonrió otra vez. Luego la expresión de su rostro se torció. - ¿Qué ha ocurrido ahí dentro?

-Tenías razón, me han mentido. Sarah no está muerta, han realizado un hechizo para que otra tuviese su aspecto dentro del ataúd.

-Lo siento.

Yo negué con la cabeza mientras huía del profundo dolor que suponía saber todas las mentiras que mis padres me habían hecho creer, únicamente para que confiara en ellos y les diera las malditas alas.

-La que lo siente soy yo...

-Agnes no....

Le silencié al instante posando mi índice sobre sus labios.

-Sí, Axel. Siento haberte estrangulado, haberte acusado de algo tan horrible como el asesinato de tu propia hermana... – entonces cuando mi mirada se encontró con la suya, hubo unas palabras que salieron de mi boca sin poder controlarlas siquiera; hasta en el último momento- y siento haberte dicho que te odio porque en realidad...No te odio.

Por un efímero instante pude atisbar un brillo fulgurante en sus pupilas. Más cuando acabé la frase, desapareció con la misma efimeridad que con la que había aparecido. Después sonrió dulcemente.

Las alas de AureaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora