Capítulo 28

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De manera totalmente inesperada, una multitud de diablos pequeños, se lanzaron desde la cúspide de la cúpula hacia abajo, dónde estaban Oráculo, Damian y las amazonas celestiales. Estas últimas, audaces como ninguno, extendieron sus alas acudiendo a la batalla en el aire contra ellos. Asimismo, se sacaron, cada una, una sortija de oro que al lanzarla al vuelo cobraba la forma de un arma letal con la que pelear.

Por otro lado, Damian y Oráculo no tenían nada con qué defenderse, excepto su propia fuerza física. Así se enfrentaron a esos demonios, profiriendo golpes, patadas y empujones, que con suerte dejaban a algún que otro demonio fuera de combate. Sin embargo, eran afortunados al no encargarse de la mayoría de los demonios. Al contrario que las amazonas, quienes mataban y herían a diestro y siniestro a esas criaturas horriblemente escurridizas.

De lo que ninguno se dio cuenta, era de que eso era únicamente una mera distracción de lo que verdaderamente pretendía el hijo del mal. Damian había sido acorralado por un numeroso grupo de demonios, y a penas podía alejar a algunos de sí mismo. De modo, que le fue imposible ver que detrás de él, se acercaba alguien con intenciones totalmente impuras. Este mismo estuvo a punto de agarrar al Icsel de los ángeles grises por detrás, en cambio, un lazo mágico le agarró la mano provocándole una gran descarga de energía.

Ánima se había percatado de que Satanás había entrado en escena con el objetivo de capturar a Damian, mientras todos estaban ocupados luchando contra esas criaturas demoniacas. Por lo que, rápida como un rayo le echó su lazo galvánico consiguiendo impedir que lo atrapara, además de lograr que Damian se diese cuenta de que él estaba detrás suyo.

Para el Icsel de los ángeles grises fue toda una sorpresa girarse y encontrar al mismísimo diablo en persona, retorciéndose de dolor en el suelo. Aunque al seguir el lazo eléctrico, vio que Ánima le había salvado, y aquello sí que no fue sorprendente para él. Por supuesto que ella tenía las agallas suficientes como para enfrentarse a Satanás.

- ¿Estás bien? - le preguntó ella desde el aire.

-Sí. Lo que necesitaría algún arma, ¿no tendrás una de sobras?

- Desde luego- respondió llevándose la mano a la oreja para sacarse un pendiente alargado, negro y dorado, que le rodeaba el lóbulo de la oreja. Después lo sujetó casi desde el extremo superior y en cuestión de segundos tomó la forma de una especie de lanza con tres filos: dos laterales, y uno central más largo que los otros dos. Cuando por fin estuvo totalmente formada, se la lanzó a Damian, quien la asió al vuelo por el mango negro.

Era un arma increíblemente bella, con sus puntas doradas que resplandecían a la luz que entraba por las ventanas de arriba de la bóveda. Ahora bien, tenía que improvisar a la hora de defenderse con ese tipo de arma, puesto que jamás había luchado en combate con una alabarda. Aunque supuso, que no podía ser tan difícil.

Tan apenas tuvo tiempo de pensar cómo usar el arma, pues Satanás ya se había recuperado de la descarga de energía. Le miraba airado, a pesar de que también se podía entrever cierta malicia en sus ojos. Aun así, Damain no se dejó amedrentar por él, cosa que probó la ansiosa mirada que le devolvió.

-Cuando quieras, ahora ya estoy preparado- rompió el hielo el joven ángel gris poniéndose en posición de pelea.

-Ni te imaginas lo que te espera. A no ser que lo hagamos por las buenas y te vengas conmigo- sonrió vilmente.

-No voy a ir contigo a ningún lado. Y menos sabiendo lo que le estáis haciendo a Agnes.

- Como tú quieras- se encogió de hombros.

Las alas de AureaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora