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Siendo sincero consigo mismo, Louis admitiría que no esperaba eso.

Tampoco lo quería.

Sin embargo, una vez más, lo que él quería no importaba. No lo hacía cuando los hilos eran llevados por un titiritero bastante habilidoso. Movía a sus marionetas con garras de metal, tensando cada hilo, amenazando con romperlo y darles fin.

Louis se sintió pieza de un juego mucho más grande que él. Un peón del tablero cuyo único propósito era obedecer, y claro está, proteger al rey a toda costa.

En cuanto el auto se detuvo en el parque, Louis no estaba listo para acariciar aquellos segundos de falsa libertad que le proporcionaba la caminata a través de él.

Nunca fue libre y había aceptado su destino la noche anterior luego de su conversación con Mendes y tras una botella de whisky. Se había lamentado lo suficiente sobre las sábanas de su lecho helado. Se sintió capaz de drenar toda humanidad de sí mismo a través de las lágrimas que emergían como un torrente furioso.

El Louis que caminaba sobre los adoquines coloridos del pasillo en medio de árboles llenos de vida, no era más que una sombra de lo que solía ser. Un fantasma que solía tener esperanza y que, para cuando llegó al otro extremo del camino, ya no conocía ese sentimiento.

Cada paso que dio se sintió como una sentencia. Un ultimátum.

Eso era todo.

Tendría que hacerlo o morir.

Louis sabía que moriría de todas formas, no valdría la pena asesinar a alguien más por una causa perdida.

Ya no le servía a Mendes. Quizá perdería mucho dinero con su muerte. Un lindo rostro sacrificado por un "bien mayor" era mucho mejor que un lobo en medio de su rebaño. Él sabía que Louis no iba a dejar de pelear y lo mejor era acabar con él.

Louis también lo sabía. Lo supo desde que le encomendó la tarea en primer lugar.

A esas alturas, él estaba cansado.

Su alma estaba destrozada y su cuerpo le rogaba poner fin al agonizante dolor que le producía recordar.

Cuando vio a Harry esperando por él en su auto, al doblar la esquina, no sonrió. No fue un alivio, no fue un escape. Tan sólo era un cambio de carcelero.

-Temí que no vendrías.

El tono oscuro de su voz envió escalofríos a la espina dorsal de Louis. No respondió.

-Vamos, hace frío. Sube, por favor.

Por favor.

Como si lo que acabara de abandonar sus labios se tratara de una petición y no de una orden, Louis sonrió de lado. No alcanzó a sus ojos.

Subió al automóvil e ignoró el sentimiento pesado en su estómago durante todo el viaje. Ignoró también el silencio incómodo y la punzante necesidad de saltar del auto.

Harry se detuvo frente a la puerta de entrada de la casa y Louis esperó que le indicara salir del auto. Lo siguió hasta el interior, sumiso. No tenía fuerzas para pelear, no aquel día.

- ¿Estás bien? No has dicho nada en todo el camino.

La voz de Harry desvió sus pensamientos y se obligó a sí mismo a mirarlo.

-Tan bien como puedo estar. -Su respuesta fue seguida por un encogimiento de hombros. -No te preocupes, estoy acostumbrado a ser una mercancía.

Louis no necesitó mirarlo para comprobar lo mucho que sus palabras lo habían afectado. Sabía que Harry no era ni la mitad de perversos que la mayoría de los clientes habituales del Diamante. Sin embargo, prefería gastar su dinero para disfrutar de algo que para muchas personas significaba dolor y sufrimiento.

Gold Price |L. S.|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora